“Ayúdeme, estoy bajo un maleficio”.
El hombre del maleficio
El hombre entró en su consulta agitado, con los ojos enrojecidos y la piel sudorosa. Explicó que al principio veía unos destellos de luz por el rabillo del ojo, luego una figura. Ahora algo le cogía los dedos y le acariciaba la mano. Y sucedía cada vez con mayor frecuencia.
“He visto a un sacerdote católico”, explicó, “pero no podía ayudarme. ¿Puede usted?”.
Felicity
Éste es el inicio de la historia de Felicity Carter, que ella misma ha contado en The Guardian.
Sí, claro que podía ayudar a esa persona que acudía a ella para librarse de un maleficio: “Yo sabía exactamente lo que él tenía que hacer. Yo era vidente. Todos los domingos subía las escaleras de una vieja mansión con terraza en el histórico distrito de Rocks, en Sidney, Australia, y me sentaba en el ático a adivinar el futuro leyendo las cartas del Tarot o interpretando horóscopos”.
Todo había empezado siendo adolescente. Devoró un libro titulado Magia positiva, un manual de instrucción para brujas, “cuya idea central era que si querías algo y tenías buenas intenciones, bastaba con que se lo dijeras al universo y la magia sucedería”.
"Y aunque", reconoce, "nada de lo que yo quería llegó realmente (fama, dinero, un novio atractivo), una cosa llevó a la otra y aprendí por mí misma a leer las cartas del Tarot. En aquel momento era estudiante de ciencias, y lo consideraba un divertido juego de naipes”.
El don
Pero un día Felicity se llevó las cartas al trabajo y estuvo leyéndoselas a una compañera durante la hora de la comida. A su amiga el Tarot le pronosticó un embarazo. Ambas rieron, porque pretendía hacerse una ligaduras de trompas para esterilizarse. A la semana siguiente, el médico le dijo que estaba embarazada.
“Oficialmente me convertí en vidente”, dice Felicity.
Así que comenzó a trabajar su don y a recibir clases. Le enseñaron a decir lo primero que se le pasase por la cabeza: “Tus primeros pensamientos son los más visionarios, antes de que interfiera tu mente racional”. También aprendió que todas las cosas está conectadas y que todo es símbolo de algo. “Empecé a ver signos y presagios por todas partes”, confiesa.
Un día, para probar sus nuevas aptitudes, acudió a una reunión donde los asistentes debían colocar una flor sobre una mesa. Los videntes tenían que elegir una e interpretarla. “Nerviosa, lo primero que cogí fue un paquete de papel de plata. La rosa que había dentro había sido envuelta con tanta fuerza que los pétalos estaban aplastados. No sentí ninguna vibración, así que me limité a describir su simbolismo”, recuerda Felicity.
“Te sientes maltratada y herida”, dijo. Entonces una mujer se acercó proclamándose víctima de violencia doméstica y preguntándole qué debía hacer: “Yo tenía 19 años y no tenía ni idea, pero mi reputación como vidente se había disparado. Me prestaban una atención embriagadora”.
Los astros y la ciencia
“Entonces el universo me dijo, enviándome las notas del segundo curso, que yo no estaba hecha para las ciencias”, ironiza. Dejó los estudios y se matriculó en teatro y en el Centro de Astrología de Sidney, donde aprendió los signos del zodiaco, el cálculo de posiciones de los planetas y cómo hacer horóscopos. Felicity recuerda que las cartas astrales que utilizan los modernos astrólogos, de origen babilónico, se basan en el geocentrismo, “como si Copérnico nunca hubiese existido”: “Pero es solo el principio de los problemas científicos”.
El siguiente es que los significados astrológicos derivan del principio de empatía mágica, según el cual las cosas que se parecen están relacionadas. Por ejemplo, como Marte tiene un color rojo, gobierna las cosas rojas, como la sangre, y por tanto desde la cirugía a la guerra. O el influjo del movimiento de Saturno se interpreta en términos de las restricciones que simbolizan sus anillos: puede significar más responsabilidades en tu vida, una persona que entra en ella, ponerte a dieta…
“La astrología es un gran juego de asociación de palabras”, confiesa Felicity: “Me gustaba, aunque estaba perdiendo el interés en otras prácticas místicas”.
Las religiosas del hospital
En aquella época (años 90) tenía un trabajo administrativo en el hospital San Vicente de Sidney, y hace una observación interesante: “Destinada de un departamento a otro, mis opiniones cambiaron, porque yo consideraba la religión organizada como algo a medio camino entre lo molesto y lo malvado. Sin embargo, mientras el sida hacía su terrible trabajo, yo veía a las religiosas ofrecer a los moribundos ayuda y compasión. Los voluntarios cristianos atendían a indigentes que se vomitaban encima sobre la ropa. Para mi desazón, empecé a darme cuenta de que los seguidores de la Nueva Era no construían hospitales ni daban de comer a alcohólicos: ellos compraban autoayuda pasando por caja".
Finalmente, empezó a estudiar música. Clases por el día, ensayos por la noche… Se quedó sin dinero, porque solo podía trabajar durante las vacaciones académicas. Así que cuando vio un anuncio en el periódico pidiendo videntes, allá se fue. El hombre que la entrevistó formaba parte del comité intergaláctico y tenía como guía espiritual la Estrella Azul [Regulus]. Se quedó impresionado por el currículum de Felicity. La contrataron.
La insuperable médium Whoopi Goldberg de 'Ghost' (1990), de Jerry Zucker. La película ganó dos Oscar, el de ella como mejor actriz de reparto y el de mejor guión original.
Necesidad de hablar
Cobraba 50 dólares australianos por hora (unos 30 euros de hace veinte años): “Yo quería ofrecer valor añadido. No buscaba pistas. Hacía el horóscopo o tiraba las cartas e inmediatamente empezaba a interpretar, para deslumbrar al cliente con mis visiones… Pero la mitad del tiempo no podía meter baza, porque resultó que lo que la mayoría de la gente quiere es tener la oportunidad de desahogarse durante una hora”.
Las historias eran siempre parecidas: problemas amorosos, conflictos laborales, indecisión para hacer cambios necesarios: “Oía las historias tan a menudo que podía adivinar el problema en cuanto entraban… Y supe que la inteligencia y la educación no protegen contra la superstición”. Entre sus clientes había corredores de bolsa, consultores empresariales, políticos…
'La echadora de cartas', de Albert Anker (1831-1910).
Felicity hace una observación interesante: todos ellos se enfrentaban “a asuntos cuyos resultados no podían controlar. ¡Es la incertidumbre lo que conduce a la gente a buscar, no la estupidez! Así que no me sorprende que los millennials caigan en la astrología. Crecieron con Harry Potter y terminaron sus estudios saliendo a buscar trabajo en una economía precaria. Son los clientes ideales”.
Adivinaciones e imaginación
Pero lo que “rompió el hechizo” que para Felicity suponía su don fue comprobar, conversando con sus clientes más habituales, que éstos le atribuían predicciones que ella nunca había hecho. Ellos, en su memoria, añadían elementos propios a las visiones que ella había trazado durante la sesión, e incluso imaginaban predicciones que no tenía nada que ver con las que habían recibido. Sin embargo, se las atribuían.
Dotes de observación
En cierta ocasión acudió a una fiesta nada más salir de su trabajo como adivina, así que no le dio tiempo a 'cambiar el chip'. Una vez allí, empezó a hablar con una estudiante que le explicaba que no sabía si especializarse en fotografía, en diseño gráfico o en diseño industrial. Felicity, todavía con el chip de adivina, la interrumpió para decirle: “Haz fotografía”. La chica la miró con los ojos abiertos como platos. “¿Cómo lo has sabido?”: porque ésa era realmente su ilusión, ser fotógrafa, aunque sus padres no lo aprobaban. Durante un momento, Felicity reflexionó y, como no estaba “trabajando” como para tener que atribuirlo a sus poderes, fue sincera: “Porque sonabas más feliz cuando dijiste ‘fotografía’”.
¿Adivina o buena y bien entrenada observadora? “Bueno, tal vez yo no era adivina", concede, "pero eso importaba poco. Para mí, después de todo, se trataba solo de un pasatiempo... Hasta que entró el hombre del maleficio. El hombre que había acudido a ver a un sacerdote católico”.
De nuevo el hombre del maleficio
Con lo cual volvemos a la historia inicial con la que empezó Felicity. Aquel hombre iba a cambiar su vida.
“Acuda al médico”, le dijo a su potencial cliente: “Ahora”.
Esa misma semana, en el hospital católico donde trabajaba como mecanógrafa, había pasado a máquina unos informes de un neurólogo especializado en enfermedades cerebrales, y describían síntomas extraordinariamente similares a los de ese hombre.
“¿Está diciendo que estoy loco?”, dijo el hombre, apretando las manos.
“No”, le tranquilizó, “pero los sacerdotes católicos saben lo que hacen. Si él no le podía ayudar, es que no es un maleficio”.
Eso enfureció aún más al hombre: “¡Es usted una estafadora!”, gritó, y salió enardecido escaleras abajo para reclamar que le devolviesen su dinero.
“Aquel incidente me afectó mucho”, dice Felicity: “Poco después empaqueté y archivé para siempre mis libros de astrología y mis cartas del Tarot”.
La última adivinación
“Pero todavía puedo hacer algún que otro pronóstico”, concluye: “Como éste. Que las empresas de capital riesgo que están invirtiendo en aplicaciones para astrología crearán un sistema de adivinación del futuro que funcionará, porque los seres humanos son predecibles. Y como la gente seguirá el consejo recibido, la potencialidad predictiva de la aplicación irá aumentando y creando una correa electrónica cada vez más fuerte con la que sujetarles. Pero esas aplicaciones serán enormemente populares, porque si te pones polvos mágicos encima, le puedes decir a la gente cualquier cosa”.
Publicado en ReL el 9 de noviembre de 2019 y actualizado.