El pasado mes de junio, y en medio de varias noticias relacionadas con los cultos sincretistas afroamericanos (santería, umbanda, vudú, candomblé…), el obispo auxiliar de Durango (México), monseñor Enrique Sánchez Martínez, escribió un interesante artículo en El Siglo de Durango, en su sección llamada Episcopeo, con el título “La santería es incompatible con la fe cristiana”. Lo reproducimos a continuación:
He querido comentar sobre este tema porque muchos católicos, y muchos de ellos comprometidos en la Iglesia, practican la santería y muestran todo un sincretismo religioso. Hice una síntesis de un artículo en www.conoze.com, y de una Carta Pastoral de Mons. Eduardo Boza Masvidal, Obispo Cubano, que nos ayudará a entender este fenómeno.
Busque en Internet sobre éste término y existen cientos de sitios donde se informa y se ofrecen servicios de esta práctica de culto proveniente de las islas del Caribe y las Antillas. La santería ha causado curiosidad, extrañeza y fascinación al conocer que ahí se usan imágenes de santos y vírgenes a quienes se atribuyen poderes sobrenaturales, se invocan a las divinidades para lograr las causas imposibles, el éxito en los negocios, la adivinación del futuro, la solución de problemas amorosos o bien la curación de enfermedades imposibles para la medicina.
En México los santeros tienen un éxito considerable al recibir a personas necesitadas de sus servicios. Promocionan sus poderes y supuestos milagros en periódicos, sitios web y redes sociales y garantizan el trabajo mientras el cliente, desde luego, muestre los billetes y, al final, la fe requerida para conseguir lo imposible.
En síntesis, este culto pudo tener su origen en reinos del norte de África en los siglos XVII y XVIII. Desde 1810, las crisis de los reinos yorubas africanos fueron aprovechadas por las potencias imperialistas facilitando la esclavitud que llegó a territorio americano. Entre 1800 y 1840, miles de yorubas fueron enviados a posesiones urgidas de mano de obra esclava: Brasil y Cuba.
Los misioneros evangelizaron y sembraron en nuestro pueblo la semilla de la fe cristiana. Cuando vinieron de África negros como esclavos, aquellos hombres no pudieron ser debidamente evangelizados. Ni los sacerdotes sabían sus lenguas africanas ni ellos entendían el español. Se les hacia ir a la iglesia y practicar la religión católica, pero sin que hubiera habido una verdadera conversión.
En su interior ellos seguían pensando en sus dioses paganos, y cuando veían en los templos católicos las imágenes de los santos cristianos, los identificaban con alguno de sus dioses, con los que les encontraban algún parecido o algún punto de contacto. Así nació y fue creciendo esa mezcla y confusión religiosa que después se extendió aún a personas de otro origen y raza.
La santería cree en un ser supremo, olorun, creador del universo, un ser omnisciente y justo, en su poder es totalmente distinto y apartado; para el contacto con los humanos se requieren deidades intermedias que conceden los favores solicitados. Los santeros, quienes tienen que ser iniciados, se relacionan con los orishas o santos, emanaciones de olurum.
Los orishas son intérpretes del destino y necesitan ser honrados y complacidos con rituales, oraciones y sacrificios; velas, comida o elementos naturales en su honor. A ellos se les dedica una especie de altar, cuya imagen se asocia con la de los santos y vírgenes católicos como Obatalá, la virgen de la Merced; Yemayá, la virgen de la Regla; Orúnla, san Francisco de Asís; Changó, santa Bárbara; Eleguá, san Antonio de Padua; Oyá, la virgen de la Candelaria; Obá, santa Catalina; Oshún, la virgen de la Caridad del Cobre; Babalú Ayé, san Lázaro; Ogún, san Pedro; Orisha Oko, san Isidro Labrador; etc.
Existen diferencias importantes que hay que señalar. El cristianismo es monoteísta, cree en un solo Dios. El Dios cristiano es el Dios de la Biblia, uno en naturaleza y trino en personas, Creador y Señor de todas las cosas. Esta creencia en un solo Dios es fundamental en nuestra fe. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel tenía constantemente la tentación de volverse hacia los dioses de los pueblos paganos vecinos y los profetas les hacían una crítica dura e irónica haciéndoles ver que esos eran dioses falsos, hechura de manos humanas, que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen, tienen boca y no hablan y es por eso que la ley de Moisés les prohibía hacerse imágenes para apartarlos de esa tentación. Jesucristo es ese único y verdadero Dios hecho hombre por amor a nosotros.
La Santería, en cambio, es politeísta, cree en muchos dioses, cuyos nombres ha dado a las imágenes de la Virgen María y de los santos cristianos. Pero la Virgen María y los santos cristianos no son dioses; son solo criaturas humanas, personas reales que han existido, y en su vida han dado ejemplo de fidelidad a Dios y de santidad de vida. Es algo completamente distinto.
El cristianismo es una religión de amor. Ese único Dios verdadero es un Padre que nos ama y al que nosotros amamos. En la oración acudimos a Él con confianza de hijos y en su Providencia descansamos confiados. La Santería, en cambio, es la religión del temor, del miedo. Hay que hacer cosas para librarse de males y apartar poderes maléficos, o para tener suerte y hacer propicios los dioses. Se teme más que se ama.
El cristianismo nos lleva a hacernos mejores, a transformar nuestra vida. En la medida en la que vayamos viviendo de verdad tenemos que hacernos mejores, vencer nuestros defectos y adquirir más virtudes, más dominio de nosotros mismos, más caridad, más humildad, más espíritu de servicio, en una palabra, más santidad. La Santería, en cambio, se queda en prácticas externas, en ritos y ceremonias que no nos transforman por dentro y que adquieren cierto sentido mágico cuyo efecto depende de los actos en sí, sin que cambiemos interiormente.
En nuestra sociedad duranguense, en general, pero especialmente entre la “alta sociedad", empresarios, políticos, profesionistas y personas con medios económicos altos, ha proliferado la creencia y la práctica de la santería.
Esto nos revela que no hemos tenido un proceso serio de Evangelización y Catequesis, y que existen vacíos de formación cristiana en nuestro pueblo. Esto hace más urgente y necesaria la Iniciación Cristiana en nuestra Arquidiócesis.