El testimonio de Maurice Caillet, Yo fui masón, ha dado la vuelta al mundo en diez idiomas. Médico agnóstico, se inició en el Gran Oriente de Francia y disfrutó de las mieles de la fraternidad y ayuda mutua entre sus miembros, hasta que comprobó que esa fraternidad estaba por encima de la justicia y empezó a ser incómodo para la sociedad secreta. Al final del camino le esperaba la Santísima Virgen en Lourdes.
Le hemos pedido una valoración sobre el que, nos comenta, es un "escándalo" en la Iglesia francesa: la pertenencia a la masonería del párroco de Megève (diócesis de Annecy, en la Alta Saboya, cerca de Suiza). Pascal Vesin ha tenido que ser apartado de sus funciones y excomulgado ante su negativa a abandonar la organización, en lo que José Gulino, gran maestre del Gran Oriente de Francia y transmisor de los sentimientos del sacerdote ("él no lo entiende") considera "un retorno al oscurantismo que ya no tiene razón de ser en la República": "Deseo que la Iglesia evolucione. Se puede ser sacerdote y masón. No comprender esto supone volver a la Edad Media".
Pero Caillet opina de otra forma: "Como antiguo francmasón del Gran Oriente de Francia durante quince años y convertido repentinamente en Lourdes, estoy sorprendido e indignado de que un sacerdote católico haya podido adherirse a la misma obediencia que yo".
Es una prueba de desobediencia, porque él no podía ignorar la decisión de la Congregación para la Doctrina de la Fe de noviembre de 1983 que priva de la Santa Comunión a los católicos que se adhieran a a masonería.
Es su fuero interno, es absurdo y filosóficamente contradictorio conciliar la Fe católica y la filosofía masónica.
El cristianismo anuncia la Verdad, Jesús, verdadero hombre y veradadero Dios, muerto y resucitado por nuestros pecados. La masonería especulativa fundada en 1717 a instancias del hereje Newton reposa sobre mitos y fábulas como el de Hiram, niega todo fenómeno sobrenatural y predica el relativismo.
Sus doctrinas son secretas y reservadas a los iniciados, que se sitúan orgullosamente por encima de los profanos. Pretenden revelar a los iniciados una sedicente "Tradición Primordial" anterior al cristianismo, para llevarles "la Luz". Es, por tanto, una organizacion elitista, mientras que Jesús se dirige a todos, pero sobre todo a los humildes y a los pequeños.
Algunos masones de algunas obediencias admiten la existencia de un Gran Arquitecto del Universo, creador impersonal del cosmos, pero no reconocen a Jesús como Dios.
Los masones creen que después de la muerte pasan al Oriente Eterno, pero no tienen esperanza alguna en el Paraíso. Ni tienen en cuenta la gracia de Dios ni esperan nada de Dios.
Oficialmente exhiben una tolerancia hacia todas las religiones, pero en realidad persiguen la destrucción del Papado y la abolición de los principios de la moral judeocristiana.
Predican el hedonismo, es decir, la satisfacción de todos los deseos y todos los placeres. Por esto están en el origen de leyes sobre la anticoncepción, el aborto, el divorcio, el matrimonio homosexual, la eutanasia, la despenalización de las drogas llamadas "blandas"...
Todos sus principios son desviados en verdad: es la libertad sin límite, la desigualdad entre iniciados y profanos y entre los treinta y tres grados bien diferenciados, y la fraternidad... pero entre masones, ¡incluso con riesgo para su vida!
En los grados altos se rinde culto a Lucifer. Pero desde los primeros grados un católico, y con mayor razón un sacerdote, debería reconocer las parodias de la religión y la práctica de ritos animistas.
Sólo la candidez o la ambición pueden cegar a quienes entran en el círculo cerrado de los iniciados. El único beneficio es la ayuda incondicional entre "hermanos" y tener a tu disposición una buena agenda de direcciones. Pero a cambio... ¡se pierde el alma!
Así que Maurice Caillet pide que recemos por Pascal Vesin: "Un sacerdote es tan falible como un fiel, pero... nada es imposible para Dios. ¡Yo soy la prueba!".