El estreno en Netflix de Los dos Papas, de Fernando Meirelles, con Anthony McCarten como guionista y Anthony Hopkins (Benedicto XVI) y Jonathan Pryce (cardenal Jorge Mario Bergoglio) en los papeles protagonistas, ha suscitado interés y polémica. Uno de los análisis más completos es el de John Waters, periodista católico irlandés curtido en la batallas por la familia y la vida tras una turbulenta etapa de conversión a Dios. Así analiza la película en First Things:

John Waters es una de las voces más comprometidas del catolicismo irlandés.

Dos Papas, demasiadas falsedades

Mientras veía Los dos Papas, la nueva película sobre, supuestamente, la relación entre el Papa Francisco y el Papa emérito Benedicto XVI, me sentía extrañamente tenso entre dos ideas.

Por un lado, durante casi la primera hora de película, sentí desasosiego y rabia por la representación que se hace de Benedicto. Después sentí que, poco a poco, entraba en la trama: muy a mi pesar me dí cuenta de que sentía preocupación por la relación imaginaria entre estos dos hombres. El problema es que los dos personajes de la película no se parecen en nada a los hombres reales que se supone representan. Fundamentalmente es por eso por lo que creo que Los dos Papas (en Netflix a partir del 20 de diciembre) es una película engañosa y peligrosa.

La historia de la película narra lo mismo que los medios de comunicación nos han estado contando desde que el cardenal Joseph Ratzinger fue elegido papa en 2005: que es un "adusto tradicionalista", el "rottweiler de Dios", el "hombre que ni sonríe ni baila". Enfrente tenemos a Francisco, el primer papa no europeo en mil doscientos años, antiguo portero de un club de tango, apasionado de fútbol, un "hombre común" y, a su debido tiempo, el "Papa a imagen de Cristo" si se le compara con sus predecesores. Esta película adopta todos los clichés publicitados por los medios de comunicación: los gastados zapatos negros del cardenal Jorge Mario Bergoglio en el escáner de seguridad del aeropuerto; la renuncia de Francisco a llevar los zapatos rojos papales; Bergoglio viendo un partido de fútbol en un bar y comiendo un trozo de pizza. Se habla de lo malos que son los muros y las virtudes que tienen los puentes.

Y hay algo peor. La película utiliza imágenes reales que han salido en las noticias. Un vídeo con imágenes de gente común muestra la reacción de un hombre ante la elección de Benedicto: "Conozco a Ratzinger. El nazi no debería haber sido elegido". Es un spaghetti western sin pistolas ni caballos. En el retrato que se hace de Ratzinger/Benedicto le ponen de todo menos el bigote caído: distante e introvertido, siempre come solo; prefiere el latín a otros idiomas; no sabe quién es Abba y no baila el tango. Y lo que es más condenatorio, se resiste al intento de Bergoglio de darle un abrazo. La película no deja ninguna duda a los espectadores sobre qué Papa se espera que ellos apoyen.

El guionista Anthony McCarten ha afirmado que la intención de la película es ampliar el debate. "En un mundo en el que los conservadores y los progresistas están muy arraigados en sus posiciones, se distancian y se insultan cada vez con más airados, queríamos hacer una película sobre el encuentro en una postura intermedia". Pero la película no hace esto en absoluto. Lo único que hace es repetir los clichés que durante años han creado periodistas vagos y malintencionados.

Anthony McCarten ha sido el guionista de La teoría del todo (2014) de James Marsh, sobre Stephen Hawking, El instante más oscuro (2017) de Joe Wright, sobre Winston Churchill y  Bohemian Rhapsody (2018) de Bryan Singer, sobre Freddy Mercury.

El guión es fruto de la obra de teatro de McCarten The Pope, de 2017, en la que imagina una serie de conversaciones entre ambos hombres. A la caracterización de Anthony Hopkins de un Benedicto obsesivo y de mal carácter se contrapone la de un afable, benevolente y plácido Bergoglio interpretado por Jonathan Pryce. Si uno sabe algo sobre la verdad de estos dos hombres, casi da risa. El papel de Bergoglio lo interpretan dos actores: Pryce en la versión del Bergoglio mayor, a punto de ser elegido Papa; Juan Minujin como el joven Bergoglio, franco, idealista y un poco paternalista. Pryce caracteriza al tipo campechano reconocible por todos los que han conocido a Francisco (como es mi caso).
En lo que respecta a Benedicto, no ayuda el hecho de que, en términos de físico y quinesiología, Hopkins es totalmente inadecuado para este papel: retrata a un hombre obstinado y torpe, con la cara hinchada y con ojos como los de un borrachuzo con una mala resaca. Todo está mal en su caracterización, y cualquiera de las elegantes cualidades de Joseph Ratzinger brilla por su ausencia: los modales, la modestia, la pasión por las ideas, como también su timidez y silenciosa dignidad. 

Hopkins también decepciona porque el retrato que hace del Papa emérito -uno de los europeos más brillantes del último medio siglo- es el de un terco doctrinalista obsesionado con la homosexualidad y el celibato sacerdotal. Da la sensación que para prepararse para este papel no ha utilizado ni uno solo de los más de sesenta libros escritos por Ratzinger, y tampoco ha leído ninguna de sus encíclicas. Cualquier persona que se hubiera molestado en hacerlo sabría que los grandes temas del papado de Benedicto XVI han sido el amor, la caridad, la verdad, la esperanza, la fe, la razón y la belleza. Hopkins es un actor genial, que normalmente se prepara los papeles con gran atención y cuidado al detalle. Sin embargo, aquí ha decidido representar una caricatura creada por otros por razones de miopía o maldad. O ambas.

McCarten, nacido y crecido en un ambiente católico, ha descrito la película como "una pequeña obra imparcial y humanista. Queríamos ser justos. La intención no era blanquear a nadie, y la hemos realizado con sensibilidad". Se equivoca. Sólo alguien que desconoce y no está interesado en el significado de los acontecimientos y las personalidades de la Iglesia del último medio siglo, y la naturaleza de la lucha que los define, puede considerar que esta película es "justa".

La película estuvo precedida por un libro titulado The Pope: Francis, Benedict, and the Decision That Shook the World [El Papa: Francisco, Benedicto y la decisión que sacudió el mundo], también escrito por McCarten. En él, hace una descripción del Papa Francisco que está entre el cliché y el ridículo: "Es un soplo de aire fresco con el carisma de una estrella de rock; hay algo de John Lennon en él (ambos han sido portada de la revista Rolling Stone) y una propensión a hacer declaraciones increíbles que dejan sin respiración incluso a sus fans más fervorosos". Bergoglio es un "argentino carismático y divertido, un hombre humilde, extrovertido, que viste de manera sencilla (utilizó el mismo par de zapatos negros durante veinte años)... Es un hombre común, un hombre del pueblo. En el pasado incluso tuvo novia".

¿De verdad? ¿El mismo par de zapatos durante veinte años? Esto me recuerda a lo del hombre que tuvo la misma escoba durante veinticinco años; durante ese tiempo le cambió diecisiete veces el cepillo y catorce el palo. ¿Y la "novia"? Seguramente sería Amalia Damonte, a quien Bergoglio le mandó una "carta de amor" cuando ambos tenían doce años, en la que le decía que si no se casaba con él, se haría sacerdote. Los padres de la niña intervinieron para acabar con su "relación".

El guión central de la película es casi todo él ficticio. Bergoglio no viajó a Italia en 2012 para encontrarse con el Papa Benedicto en Castel Gandolfo, con el fin de pedirle permiso para jubilarse. Los dos hombres no pasaron días juntos para conocerse. El Papa Benedicto no le anticipó al cardenal Bergoglio la noticia de su renuncia, ni le dijo que ya no se consideraba adecuado para ser Papa; tampoco le dijo que le consideraba la mejor opción para sustituirle.
Además de sus partes ficticias, la película hace referencia a hechos reales, pero cambiando su secuencia cronológica: cosas que ocurrieron tras la elección del Papa Francisco son situadas como si hubiera ocurrido antes. El objetivo del guión es disminuir la figura de Benedicto ensalzando la de su sucesor incluso antes de que este le sucediera.

"Usted es muy popular", le dice Ratzinger, como si tuviera envidia.

"Sólo intento ser yo mismo", le responde Bergoglio humildemente.

"Siempre que intento ser yo mismo, a la gente no parece gustarle", responde el Papa emérito.

Este diálogo no tiene sentido si lo aplicamos a los hechos. Las audiencias públicas de Benedicto en la plaza de San Pedro era mucho más numerosas de que las del Papa Francisco, cuyo número ha ido descendiendo a lo largo de estos años. "¿Cuál es el truco para su popularidad?", le pregunta Benedicto, que parece estar obsesionado con ser Bergoglio. El problema es que, antes de ser Papa, Bergoglio apenas era conocido en el mundo, y mucho menos popular; ni siquiera era amado incondicionalmente en Argentina.

En otra escena, a última hora de la tarde, el Papa Benedicto está sentado al piano pensando en una pieza musical apropiada para su invitado.

De repente le pregunta: "¿Conoce a los Beatles?".

"Sí, sé quien son", responde Bergoglio. "¿Eleanor Rigby?".

"¿Quién?", pregunta el papa Benedicto. "No la conozco".

En cierto modo, es algo inofensivo. Sin embargo, por si sirve de algo (no mucho), no es verdad que el papa Benedicto no sabe nada de música pop, como da a entender en diversas ocasiones la película. De hecho, sabe mucho de música, seguramente también por haberla escuchado durante muchos años, a todo volumen, en las cafeterías de Roma. Lo que pasa es que no le gusta. Como dijo en su discurso en el Congreso Internacional de Música Sacra que tuvo lugar en Roma en noviembre de 1985, ese tipo de música busca "destruir los límites del individualismo y la personalidad", la "abolición de las barreras del día a día" y crear la ilusión de "liberarse del ego". Estas no son las palabras de un hombre que nunca ha oído hablar de Abba, o que no "conoce" la canción Eleanor Rigby.

Las premisas de la película sobre la política de la Iglesia son las soporíferas y predecibles de siempre: la Iglesia representada por Ratzinger/Benedicto está "muy alejada del mundo moderno" y esto es malo: el deseo manifestado por Bergoglio de llevar a la Iglesia "al siglo XXI" es evidentemente más noble y justo.

Todo en Los dos Papas ha sido planificado para promover una agenda que nada tiene que ver con el catolicismo/cristianismo y, en cambio, tiene todo que ver con proporcionar una falsa noción de libertad en la esfera pública. La palabra "reformas" es utilizada como si su virtud fuera evidente e incuestionable. "La Iglesia ha decidido que las reformas pendientes sigan pendientes", acusa Bergoglio. Lo que se espera es que el público esté de acuerdo con esta aseveración y asienta con la cabeza. Pero no hay nada que guíe a los espectadores hacia una comprensión real de las implicaciones.

Todo es agua para el molino de la agenda que se quiere promocionar. El Papa Benedicto acusa a su visitante de Argentina: "Usted ha dicho que la Iglesia es narcisista"; pero Francisco dijo esto después de ser elegido Papa, no antes. Parece una cuestión menor, pero demuestra uno de los problemas de la película: indiferencia ante los hechos. Por lo tanto, la verdad no importa. La Verdad no importa.

La película sugiere que Bergoglio ya era conocido como una persona que criticaba el liderazgo de la Iglesia cuando era arzobispo de Buenos Aires. "Usted ha sido uno de mis críticos más duros", le reprende Benedicto. "El modo como usted vive es criticable... Incluso sus zapatos lo son" (¡de  nuevo los zapatos!). Pero lo más interesante sobre la elección de Bergoglio es que surgió sin que nadie literalmente en el mundo en general tuviera la más mínima idea de quién era; y quienes sí le conocían le consideraban tan "tradicionalista" como Ratzinger.

"Usted ha transigido", le acusa Benedicto, combativo sobre esta cuestión.

"No", dice Bergoglio, "he cambiado. Es distinto".

Benedicto responde: "El cambio es transigir".

Esta frase suena a verdad en un determinado ámbito, pero no como quiere hacer entender la película, y no cómo resulta. Si de verdad el Papa Benedicto hubiera dicho esta frase, su intención hubiera sido transmitir que la Iglesia, al ser la voz eterna de Dios en el mundo, no puede transigir y aceptar lo que está de moda. En la película esta frase se entiende como la resistencia terca de un hombre que piensa que la inflexibilidad es una virtud; un hombre meramente estancado en su modo de ver las cosas. "Dios no cambia", añade, pero en lugar de enfatizar su significado, la implicación es que se está equiparando a Dios.

El guión pone en boca del Papa Benedicto palabras cuyo fin no es sólo transmitir sus convicciones o carácter, sino cambiar el significado de la historia. El Papa emérito le anuncia a Bergoglio su deseo de confiarle "algo que le pido guarde en su alma y no se lo diga a nadie". Entonces le revela su intención de renunciar al papado, con la esperanza de que Bergoglio le suceda. "Los Papas no renuncian", dice Bergoglio. "Cristo no bajó de la cruz", una frase tomada del diario de Dorothy Day y que Juan Pablo II repitió cuando le preguntaron si había considerado la posibilidad de renunciar ante el estado cada vez más frágil de su salud.
"Usted dañará al papado para siempre", dice Bergoglio.

"¿Y qué daño le haría si me quedara?". Benedicto nunca dijo estas palabras. Son palabras tendenciosas cuyo fin es dar una imagen perjudicial de lo que es y fue Benedicto, lo que representa y representó.

"He luchado para hacer lo que había que hacer, pero he perdido", continúa el papa Benedicto.

"Por alguna extraña razón, ahora puedo ver una razón por Bergoglio. Usted es la persona adecuada. La Iglesia necesita cambiar y usted puede ser ese cambio..."

"No puedo seguir con este papel. Hay un dicho: 'Dios siempre corrige a un Papa dándole al mundo otro Papa'. Debería... Me gustaría ver mi corrección". A continuación la película muestra a un Papa Benedicto que parece confesar una pérdida de fe: "No puedo sentir la presencia de Dios. No puedo oír su voz". 

Los "dos Papas" se turnan para confesarse mutuamente. Bergoglio habla de su fracaso en apoyar a los sacerdotes durante la "Guerra Sucia" de Argentina, durante el "Proceso de Reorganización Nacional", que siguió a la subida al poder de la junta militar en los años 70. El Papa Benedicto intenta tranquilizarle sobre los esfuerzos que hizo en esa época.

Bergoglio se acusa a sí mismo: "Mi querido amigo, ¿dónde estaba yo, dónde estaba Cristo, en todo eso? ¿Estaba tomando el té en el palacio presidencial?". Más tarde admite: "Soy una figura divisiva en Argentina": es una de las pocas afirmaciones en boca de Bergoglio que corresponden totalmente a la verdad.

La implicación del hilo argumental es que, al subrayar la culpa de Bergoglio ante su fracaso en oponerse a la dictadura de la junta militar, la película ofrece una especie de equilibrio: ambos Papas son representados con todos sus defectos e imperfecciones. Pero no es así: el relato sobre las acciones/inacciones de Bergoglio durante la guerra sucia provienen de datos oficiales; el retrato de Ratzinger/Benedicto ha sido en gran medida inventado.

A continuación hay una escena que supera los crímenes de falsificación, engaños y estafas. Durante su "confesión", Benedicto se pone nervioso y empieza a relatar un "pecado" de su pasado no revelado hasta ese momento. A medida que lo hace, su voz desaparece como si hubiera interferencias. Vemos sus labios moverse y vemos la cara consternada de Bergoglio. Cuando el sonido vuelve, parece que Benedicto esté acabando de hablar sobre su negligencia cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se da a entender que fracasó en actuar contra el sacerdote mexicano, fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel Degollado, que abusó sexualmente de niños. Cuando el Papa emérito acaba de hablar, Bergoglio hace algo que un sacerdote con formación no haría jamás: se levanta y reprende al penitente que acaba de liberarse de su pecado.

Esta escena, cuyo fin es mantener la calumnia de que el Papa Benedicto colaboró de alguna manera en el encubrimiento de los abusos sexuales contra niños por parte del clero, es falsa y gravemente difamatoria. Fue Ratzinger quien, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cambió los procedimientos canónicos para que se pudiera apartar de su puesto a todos los sacerdotes que utilizan su sacerdocio para abusar de niños y adolescentes. Ya como Papa, expulsó a cientos de estos individuos del sacerdocio, incluyendo a Maciel. De hecho, fue el cardenal Joseph Ratzinger el que autorizó, en 2001, la investigación en vista de las acusaciones lanzadas contra él. Esta investigación continuó hasta 2006, cuando Ratzinger ya era el Papa Benedicto XVI. Su sucesor, el cardenal William Levada, decidió "teniendo en cuenta tanto la avanzada edad del padre Maciel como su delicada salud", interrumpir el proceso canónico y le invitó a una vida privada de oración y penitencia, "renunciando a todo ministerio público". El Papa Benedicto aprobó esta decisión. Maciel murió en 2008, siendo hasta aquel momento el sacerdote de mayor rango castigado por haber sido acusado de abuso sexual. 

En la película no se menciona a Julio Grassi, el sacerdote que está actualmente cumpliendo una condena de quince años de cárcel por abusar de niños en el escándalo más famoso de abusos sexuales perpetrados por el clero en Argentina. El cardenal Jorge Bergoglio hizo todo lo posible para proteger a Grassi de la justicia secular; incluso planificó que la Conferencia Episcopal argentina, de la que él era presidente, le encargara a un abogado defensor muy famoso en Argentina un "estudio forense" que afirmara que Grassi era inocente, y que desacreditara a las víctimas. Durante su juicio, Grassi alabó al cardenal Bergoglio y le agradeció su apoyo, diciendo que "Bergoglio siempre me sostuvo". El Papa Francisco siempre se ha negado a recibir a las víctimas argentinas que han sufrido abusos sexuales por parte del clero.

Habiéndolo intentado un par de veces, comprendo que es difícil darle a una historia real una forma de ficción, ya sea para el teatro o para el cine. La vida está demasiado llena de detalles, es demasiado compleja, para trasladarla sin cortes al teatro o al cine. Para organizar todas las energías que tiene una historial real siempre hay que cortar, retocar, eliminar, comprimir, transponer, hacer escorzos, fusionar. Pero al hacerlo es más que nunca vital proteger y respetar la esencia de la historia.

McCarten, hablando sobre el hecho de escribir versiones para la ficción de figuras reales, ha dicho: "Estén vivas o muertas, tienes que hacerles justicia. No debes causar ningún daño a su imagen. No puedes escribir que hicieron cosas terribles cuando no las hicieron". ¿Cómo puede, entonces, justificar Los dos PapasTrata a Benedicto XVI como si no fuera humano, como si no estuviera vivo, como si no fuera amado, como si nunca hubiera existido. Es indignante. Y es arte malo. Tener como finalidad impulsar la historia no es suficiente para justificar los niveles de invención y de ideas facciosas que se muestran en la película. El título de la película lleva las equívocas palabras de "Inspirada en hechos reales". Sí, pero la inspiración ha resultado un fárrago de falsedades. McCarten le debe una disculpa a Benedicto

Se ha dicho que Los dos Papas es, en última instancia, frívola, un "santo bromance" [de brother, hermano en inglés, y romance: una relación cercana de índole no sexual entre dos hombres], una "película de colegas", una especie de remake de La extraña pareja [película de Gene Saks de 1965, con Jack Lemmon y Walter Matthau]. Por lo tanto, ya saben, ¡a tomárselo con calma! Así es como esta película podrá tener éxito, aunque es a la vez su aspecto más insidioso: te absorbe. En la profundidad de su mendacidad y su superficialidad moralista, se narra la atractiva y emotiva historia de un encuentro personal. Esto significa que, como vehículo propagandístico, la película es altamente eficaz y sumamente peligrosa.

Podría haber sido una película mejor. Y también más divertida. Podría haber empezado con una escena como esta, basada en una historia -tal vez apócrifa, tal vez no, pero como mucho no más fantasiosa que el noventa por ciento de la película- que circuló en el interregno entre el anuncio de la renuncia de Benedicto XVI y la elección de su sucesor, desbaratando así la idea, si la historia es verdadera, de que el Papa Benedicto no tiene sentido del humor.

Según se cuenta, el Papa estaba siendo entrevistado por un periodista y estaban hablando del proceso que se seguiría para elegir a un nuevo Papa. El periodista estaba obsesionado con el cónclave y la política inherente al mismo. El Papa, impaciente con sus preguntas sobre este tema, le interrumpió para redirigir la conversación.

"Desde luego", dijo, "es el Espíritu Santo el que elige al Papa". Dicen que hizo una breve pausa antes de continuar: "Y el Espíritu Santo, sólo en contadas ocasiones, se equivoca".

Traducción de Elena Faccia Serrano.