Como era de prever, pasó el 21 de diciembre y el mundo sigue girando. No iban a saber los mayas lo que "ni el HIjo del Hombre sabe" [en cuanto hombre, sí obviamente como Dios] (Mt 24, 26). "No sabéis ni el día de la hora" (Mt 25, 13), insiste Jesucristo a sus discípulos, animándoles a velar para estar siempre preparados, como las vírgenes prudentes.
Pero al menos la famosa historia del calendario precolombino ha servido para poner de actualidad una realidad de la escatología de la que pocas veces se habla, a pesar de que ocupó cientos de páginas de los Padres de la Iglesia. Entre ellos, San Jerónimo (340-420), traductor de la Vulgata, la versión latina de las Sagradas Escrituras que goza del privilegio de la inerrancia teológica.
A San Jerónimo de Estridón, dálmata de origen y fallecido en Belén, se le atribuye también (sin que las evidencias sean palmarias) la inspiración de las Profecías del fin de los tiempos, un texto de 1492 cuyo autor anónimo, presumiblemente el mismo que escribió el Ars moriendi [El arte de morir], remite a aquel Padre de la Iglesia el establecimiento de dos signos espirituales y quince materiales como prolegómenos del fin del mundo. También San Pedro Damián (10071072) había considerado la paternidad jerominiana de esta tradición.
Entre los principales signos espirituales, y en él coinciden todos los Padres de la Iglesia y los teólogos, figura el enfriamiento de la caridad, incapaz ya de encender el corazón de los hombres. El autor compara la humanidad con un hombre que envejece y ve cómo se va apagando la llama del amor que un día lo mantenía vivo.
El segundo es el egoísmo convertido en dueño del mundo: la devoción o el sacrificio de sí mismo ya no tendrán sentido. El interés personal e inmediato se habrán convertido en ley universal.
Luego están los quince signos, uno por día, establecidos por el exégeta como precursores del final de los tiempos, y que Gonzalo de Berceo mismo reprodujo y comentó en una obra escrita en 1237.
A saber:
Primer día: elevación del nivel del mar, "quince codos por encima de las montañas", según las citadas Profecías.
Segundo día: descenso del mar "y precipitación en los abismos hasta desaparecer de la vista", para volver luego a su nivel.
Tercer día: el incontenible llanto de los animales, que surgirán de las aguas y parecerá que se enfrentan en la superficie de los mares, y se pelearán en los aires-
Cuarto día: arde el agua, cuando torrentes de fuego recorran el mundo de Occidente a Oriente.
Quinto día: las plantas sudan sangre.
Sexto día: se derrumban los edificios tras un espantoso temblor de tierra.
Séptimo día: se quiebran las piedras tras chocar entre sí, grandes y pequeñas.
Octavo día: todo cae a tierra y se derrumban las montañas.
Noveno día: la tierra se allan.
Décimo día: estampida enloquecida de los hombres.
Undécimo día: se abren los sepulcros para que los muertos vuelvan a la vida.
Duodécimo día: caída de los astros.
Décimo tercer día: triunfo absoluto de la muerte.
Décimo cuarto día: arden el cielo y la tierra.
Décimo quinto día: resurrección de los muertos.
"Dies irae, dies ille": "Día de ira, el día aquel, que reducirá el mundo a cenizas", dice el himno latino del siglo XIII, convertido en litúrgico. Ese día que no llegó este 21 de diciembre y no sabemos cuándo llegará, pero que tendrá una forma similar a ésta según -si es suya la inspiración del texto medieval- uno de los grandes autores cristianos.