Según algunas encuestas, más de la mitad de la población cree en la existencia de vida inteligente extraterrestre, y en torno a una tercera parte considera que esa vida inteligente ha llegado hasta nosotros y es responsable de los avistamientos de ovnis (Objetos Volantes No Identificados).
La Paradoja de Fermi
Proporción sorprendente, si tenemos en cuenta que ambas creencias reposan sobre una evidencia fáctica rigurosamente nula. Esa falta de pruebas fundamenta la conocida como Paradoja de Fermi, formulada en el verano de 1950 por Enrico Fermi en una sobremesa con algunos colegas del Laboratorio Nacional de Los Álamos (Nuevo México, Estados Unidos).
Enrico Fermi (1901-1954), Premio Nobel de Física en 1938 por sus estudios sobre la relatividad. Foto: Smithsonian Institution.
Hay más de cien mil millones de estrellas solamente en nuestra galaxia, consideró. Y calculó la probabilidad no pequeña de que, dentro o fuera de ella, a lo largo de miles de millones de años, hayan existido o existan civilizaciones con tecnología suficiente como para llegar hasta nosotros. O, al menos, hacerse notar, como ya estamos haciendo nosotros con tecnología que apenas tiene un siglo de desarrollo.
Si esto es así, ¿cómo es que no tenemos prueba alguna de contacto alguno? Fermi lanzó entonces a sus compañeros, con sentido del humor, la pregunta que hizo célebre aquella apacible tarde estival: "¿Dónde está todo el mundo?".
A la caza de señales identificables
Porque lo cierto es que, más allá de constituir un entretenimiento apasionante y un filón inagotable para la ciencia-ficción, la hipótesis del contacto extraterrestre es pura especulación.
Los distintos programas SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence, Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), en activo desde que la NASA pusiese el primero en marcha a mediados de los años 70, han hecho aportaciones a la astronomía, pero no han ofrecido ni un solo hallazgo concluyente a los efectos para los que se crearon.
El más ambicioso, SETI@home, impulsado por la Universidad de Berkeley (California), en cuyos análisis computacionales participan cinco millones de personas en todo el mundo, se declaró "en hibernación" en marzo de 2020 y dejó de repartir tareas para concentrarse en el análisis de los datos ya disponibles: "¡Tal vez incluso encontremos a E.T.!", se despidieron, con una trivialización que dice mucho de la distancia entre las expectativas y los resultados.
El primer contacto humano de E.T. (Steven Spielberg, 1982).
Y en varias ocasiones el Congreso norteamericano cerró el grifo de los fondos públicos para tales menesteres, en medio de una permanente polémica: ¿tiene sentido esa búsqueda como objetivo científico?
La Revelación también es fuente de conocimiento
Dado que, desde el punto de vista experimental, la carencia de datos es total, una pregunta a la Revelación podría haber sido útil para ahorrar muchos millones de dólares y mucho esfuerzo personal malbaratado.
Recientemente se planteó la cuestión Adam Miller, licenciado en Filosofía y en Teología y profesor de Religión, en un artículo en Ignitium Today: "Por qué no podemos creer en extraterrestres", titulaba sin ambages.
En él esboza siete razones, que exponemos y ampliamos.
Primera razón: no hay "otras" criaturas
Miller recuerda en primer lugar que el IV Concilio de Letrán (1215) proclamó como dogma de fe que Dios "creó de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, es decir, la angélica y la mundana, y después la humana, como común, compuesta de espíritu y de cuerpo" (Denzinger 428). Se sigue necesariamente, añade, que "no puede haber otros seres dotados de alma racional que no sean ángeles ['la espiritual'] u hombres ['la humana']".
Hay que tener en cuenta, señala, que lo que los dogmas entienden por hominem [hombre] es algo más que la caracterización taxonómica del Homo sapiens. Desde el punto de vista de esa definición dogmática, un hombre es un ser compuesto de un cuerpo físico y un alma espiritual y dotado de inteligencia y voluntad.
Segunda razón: Adán, primer hombre
Si hubiese extraterrestres, resultaría que Adán no sería el primer hominem, como consta explícitamente en las Sagradas Escrituras (Gn 2, 19, donde Dios crea al hombre como un ser original y único y lo llama Adán).
Tercera razón: Adán, padre de la humanidad
Además, resultaría que habría hombres que no descienden de Adán, teoría que, como recordó Pío XII en la encíclica Humani Generis (n. 30), "los fieles cristianos no pueden abrazar" porque no puede "compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un solo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio".
Cuarta razón: universalidad de los efectos de la Caída
La existencia de extraterrestres no solo plantea problemas respecto a la Creación. También respecto a la Redención.
Una hipótesis es que esos seres extraterrestres no necesitasen la Redención por no haberles afectado la Caída.
Pero está en las Cartas de San Pablo que toda la Creación (por tanto, también los hipotéticos extraterrestres) fue afectada por el pecado original: "La creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios" (Rom 8, 20-22).
Quinta razón: Cristo es una persona
Otra hipótesis podría ser que los extraterrestres sí necesitasen redención, y la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnase también en sus mundos. Aunque, dice Miller, "¿en cuántos mundos y cuántas veces?"
Pero esto no puede ser, añade, porque "Cristo es solo una Persona (la Segunda Persona de la Santísima Trinidad) con dos naturalezas, divina y humana". Por tanto, no puede tener "otra naturaleza extraterrestre creada y unida a Su divina Persona", ni "múltiples madres".
Sexta razón: Cristo solo murió una vez
Pero, si así fuese, es decir, si los extraterrestres necesitasen la Redención y Cristo se encarnase en sus naturalezas no descendientes de Adán, ¿no podría haber muerto por ellos?
La respuesta es negativa porque "Cristo solo murió una vez para no morir nunca más, así que no podría morir en otros mundos". En efecto, el único Redentor es Cristo, y Cristo es el Verbo encarnado en una naturaleza humana, luego no podría morir para redimir otras hipotéticas naturalezas extraterrestres, porque murió en la Cruz en un instante preciso y único de la Historia, hace dos mil años.
Séptima razón: la Iglesia ya rechazó a los extraterrestres... en el siglo XV
Miller cierra sus argumentos recordando que la Iglesia ya condenó hace tiempo la idea de que exista vida inteligente extraterrestre.
En el siglo XV, un sacerdote católico, Zanino de Solcia, canónigo en Pérgamo (ciudad antigua situada en la actual Turquía), para interpretar fenómenos como los actuales ovnis, propuso que tal vez seres de otros planetas nos estaban visitando. Un error casi menor comparado con otras herejías suyas, pero todas fueron anatemizadas en 1459 por el Papa Pío II en la carta Cum sicut. Y entre ellas, ésta: "Dios creó otro mundo distinto a éste y en su tiempo existieron muchos otros hombres y mujeres y, por consiguiente, Adán no fue el primer hombre" (Denzinger 717c).
Yoda y los Chewbacca en la saga de 'La Guerra de las Galaxias' que arrancó George Lucas en 1977.
Miller concluye recordando que, en las definiciones dogmáticas y en las Sagradas Escrituras, "hombre" es un compuesto de cuerpo y alma dotado de inteligencia y voluntad. Por tanto, los Yoda o Chewbacca de La Guerra de las Galaxias, el E.T. de la película de Steven Spielberg o los gusanos o arquilianos de Men in Black, o quien quiera que pudiese enviar desde lejanas galaxias las señales que intentan captar los programas SETI, desde el punto de vista teológico son 'hombres', aunque no sean Homo sapiens.
Ahora bien, no existen hombres que no desciendan de Adán, como debió quedarle muy claro a Zanino de Solcia. Así que fantasear sobre ellos puede seguir siendo un apetecible pasatiempo, pero no tanto como para desperdiciar en él los dineros del contribuyente ni para sacrificar en su nombre todo lo que sabemos sobre la Creación y la Redención.