Campeones, la película sobre un disparatado equipo de baloncesto de discapacitados psíquicos, encantó al público español (recaudó 19 millones de euros en España, alcanzando casi la recaudación en 2018 de Los Vengadores o Los Increíbles) y ha encantado también a los críticos. Llegó a los Premios Goya del cine español con 11 nominaciones y ganó 3 estatuillas: Mejor Película, Mejor Canción Original (de Coque Malla) y Mejor Actor Revelación, Jesús Vidal. Incluso la Conferencia Episcopal Española concedió a Campeones unos días antes el Premio ¡Bravo! a la Mejor Película del Año.
Jesús Vidal en una escena de "Campeones"
Cuando el actor Jesús Vidal salió a recibir el Goya, emocionando a muchos con su discurso, hizo alusión a una escena de la película. El protagonista no quiere tener hijos, es mayor, discute con su mujer el tema, dice que tienen un alto riesgo de tener un hijo discapacitado. “¿Tú querrías un hijo así? Porque yo no…”. De pronto se dan cuenta de que el personaje que representa Jesús Vidal les está escuchando. El protagonista se disculpa pero el otro responde: “Es comprensible que tú no quieras tener un hijo como yo, pero a mí sí me gustaría tener un padre como tú”.
La gente en la sala y en sus casas ha aplaudido a Jesús Vidal, pero la realidad es que en España, desde 1985, es legal abortar a cualquier persona con discapacidad. Son los eliminables... si se les detecta a tiempo.
Muchos de los cineastas que aplaudían en los Goya fueron activistas entusiastas a favor de la eliminación prenatal de bebés con discapacidades, contrarios al proyecto de ley que intentó proteger a estos bebés en 2012. Se unieron contra esa ley en un documental militante conjunto publicado en 2014.
Esta viñeta se ha hecho viral en Internet
Las leyes españolas, contra el discapacitado prenatal
La ley española de 1985 a 2010 despenalizaba el aborto en tres circunstancias: violación (hasta la semana 12 de gestación), malformación grave (hasta la semana 22) y riesgo para la salud física o psíquica de la embarazada (sin plazo). En realidad, la malformación "grave" podía ser cualquier cosa, incluso defectos corregibles por cirugía. Y el riesgo "psíquico" para la madre permitía como coladero el aborto sin límite alguno a efectos prácticos.
Que la ley era un coladero fue evidente por los casos de abortos tardíos del doctor Morín y Ginemedex. Quedaba muy feo, la patronal abortista se sentía insegura, y en 2010 el presidente socialista Rodríguez Zapatero implantó el aborto libre por plazos (manteniendo el coladero del riesgo psíquico y los abortos por defectos de los fetos).
Cuando llegó el PP al poder, el Ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón anunció su decisión de restringir algo el aborto. Se refirió específicamente a los discapacitados en una entrevista en La Razón en julio de 2012: "No entiendo que se desproteja al concebido, permitiendo el aborto, por el hecho de que tenga algún tipo de minusvalía o de malformación. Me parece éticamente inconcebible que hayamos estado conviviendo tanto tiempo con esa legislación. Y creo que el mismo nivel de protección que se da a un concebido sin ningún tipo de minusvalía o malformación debe darse a aquel del que se constate que carece de algunas de las capacidades que tienen el resto de los concebidos".
Las cineastas abortistas: militantes y financiadas
Hay una lista completa de mujeres cineastas que se volcaron en apoyar la ley que permite eliminar bebés discapacitados (y cualquier otro) con el documental El Tren de la Libertad, 40 minutos de alabanzas al feminismo abortista, ni un minuto para el feminismo provida, ni un fotograma para el ser humano en su fase prenatal.
¿Qué cineastas se lanzaron a la campaña proaborto? Las grandes impulsoras de la campaña de cineastas abortistas fueron la socióloga y crítica Pilar Aguilar Carrasco y la cineasta Chus Gutiérrez. En una primera fase se les sumaron: Inés París, Patricia Ferreira, Gracia Querejeta, Ángeles González-Sinde (que fue ministra socialista de Cultura), Almudena Sánchez, Juana Macías, Almudena Carracedo, Georgina Cisquella, Oliva Acosta, Teresa Font, Guadalupe Balaguer, Angélica Huete y Ana Amigo, que "fueron las más rápidas", dice su web.
"Muy pronto les siguieron Alicia Luna, Isabel de Ocampo, Laura Mañá, Mariel Maciá, Helena Taberna, Mabel Lozano, Icíar Bollaín, Isabel Coixet, Eva Lesmes, Julia Juaniz, Chelo Loureiro, Mireia Ros, Esther García…" y muchas más.
¿Y el dinero para el documental proaborto y la promoción de cineastas abortistas? Lo explica la propia web: lo puso El Deseo (la empresa de cine de Pedro Almodóvar), CIMA (Asociación de Mujeres Cineastas), Deluxe España, El Ranchito, La Bocina, Nexus 5, Inquieta Producciones, Cinevent, Cadena Ser... y más donantes.
Muchas de estas cineastas y de estas empresas estaban en los Goya aplaudiendo a una película que busca valorar a los discapacitados... los mismos activistas que aplauden eliminar físicamente a los discapacitados (y a muchos otros bebés) antes de que nazcan.
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, ha comentado el tema en su programa de radio Sexto Continente, que se puede escuchar aquí.
Pero también escribió sobre esta película y su impacto moral el columnista y novelista Juan Manuel de Prada el pasado mes de mayo de 2018 en XLSemanal, el suplemento dominical de diversos periódicos.
"La película ha gustado sobremanera a la sociedad española, en la que sin embargo este tipo de personas lo tienen cada vez más crudo… para nacer. Pues lo cierto es que en España –como, por lo demás, ocurre en todos los ‘países de nuestro entorno’ eugenésico–normalmente liquidamos a este tipo de personas durante el embarazo", afirmaba. "Lo cierto es que los niños deficientes están siendo tachados del libro de la vida entre almibarados homenajes y seráficas jergas políticamente correctas, para desahogo sentimental de quienes los estamos masacrando", denunciaba.
Recuperamos por su interés y carga de denuncia la columna de Juan Manuel de Prada
El exterminio de los campeones
Juan Manuel De Prada
Entre los éxitos más restallantes del reciente cine español se cuenta Campeones, la película dirigida por Javier Fesser, en la que un entrenador de baloncesto interpretado por Javier Gutiérrez, inmerso en un desbarajuste vital, encuentra una redención personal dirigiendo un equipo de chicos con algún tipo de deficiencia psíquica. La película ha gustado sobremanera a la sociedad española, en la que sin embargo este tipo de personas lo tienen cada vez más crudo… para nacer. Pues lo cierto es que en España –como, por lo demás, ocurre en todos los ‘países de nuestro entorno’ eugenésico–normalmente liquidamos a este tipo de personas durante el embarazo.
Podríamos probar a preguntarnos –más allá de las virtudes cinematográficas de Campeones– cuál será la razón ‘sociológica’ de su éxito.
¿Será qué nuestra conciencia moral se siente interpelada y nos invita a reflexionar sobre el exterminio sigiloso de estas personas? ¿O será más bien que en ella hallamos un desahogo sentimental que nos permite olvidar más fácilmente este exterminio? Y lo mismo podríamos preguntarnos sobre esas campañas publicitarias presuntamente ‘sensibilizadoras’ (y en realidad obscenamente ternuristas) que nos muestran cuán maravillosas y risueñas son las personas con síndrome de Down. Lo cierto es que, mientras se estrenan estas películas y se sufragan estas campañas, en España son masacrados casi todos los niños gestantes que padecen algún tipo de deficiencia psíquica; y que los pocos que se salvan de la escabechina lo consiguen mayormente porque los diagnósticos prenatales no aciertan a detectar su discapacidad.
Especialmente sobrecogedoras resultan las cifras de nacimientos de niños con síndrome de Down, que han llegado a ser ‘testimoniales’ y por lo general fruto de errores en el diagnóstico médico.
La desaparición progresiva de las personas con deficiencias psíquicas es una lacra social acongojante, una clara muestra del debilitamiento de nuestra humanidad. Pero este exterminio sigiloso resulta todavía más abyecto porque lo acompañamos de una bochornosa sublimación de las deficiencias psíquicas, con campañas publicitarias y mediáticas en las que los niños y jóvenes que las sufren parecen reyes del mambo en un mundo de algodón de azúcar.
Mientras hacemos postureo emotivista ante la galería con los niños deficientes, los estamos descuartizando en el sótano oscuro. Y escribo ‘deficientes’ porque considero que no lograremos combatir esta lacra mientras nos aferremos al postureo emotivista.
Es una evidencia incontestable que el maquillaje o embellecimiento de las deficiencias psíquicas con eufemismos ñoños ha discurrido paralelo al exterminio de los niños que las padecen. Las palabras sirven para confrontarnos con las realidades; y cuando las palabras se retuercen para mitigar la realidad, resulta mucho más sencillo escamotear la realidad y tirarla al cubo de la basura. Y lo que decimos del lenguaje sirve también para otras formas de edulcoramiento. Puede sonar sarcástico, pero lo cierto es que los niños deficientes están siendo tachados del libro de la vida entre almibarados homenajes y seráficas jergas políticamente correctas, para desahogo sentimental de quienes los estamos masacrando.
Para combatir este exterminio sigiloso, en lugar de barnizar la deficiencia mental con eufemismos merengosos, deberíamos empezar por afrontar la cruda realidad. Así tal vez lograríamos despertar el dormido heroísmo que es preciso para recibir amorosamente a estos niños que ahora tachamos tan campantes del libro de la vida, mientras lagrimeamos en el cine.
Es mentira que estos niños sean «como nosotros»; es bazofia sentimental afirmar que son «tan capaces» como el resto. Alumbrar y cuidar a un niño deficiente puede procurar infinitas recompensas y remuneraciones espirituales; pero para alcanzarlas antes hay que acatar los sacrificios más abnegados y las más dolorosas renuncias; hay, en fin, que aceptar una forma de vida entregada que nuestra época detesta. Para alumbrar y cuidar a un niño deficiente hay que tener el cuajo de abjurar de la libertad que nuestra época celebra, que es la libertad entendida como exaltación del deseo, y abrazarse a la libertad que nuestra época proscribe, que es la libertad entendida como responsabilidad y exigencia.
Para alumbrar y cuidar a un niño deficiente hay que atreverse a amar y a recibir amor con una intensidad desmedida que intimida a nuestra generación podrida por emotivismos fofos. Es natural que una generación así no tenga valor para tener niños deficientes; y que luego necesite anegar su hipócrita conciencia eugenésica con desahogos sentimentales.