La propaganda a favor de la eutanasia y el suicidio asistido (en la práctica, ya indistinguibles), afirma que su legalización disiminuirá el suicidio no-asistido.
Pero los hechos dicen otra cosa, al menos según el reciente estudio publicado en Journal of Ethics in Mental Health del que es autor David Albert Jones, director del Anscombe Bioethics Centre de la Universidad de Oxford.
Una comparación muy clara
Él ha cruzado los datos sanitarios ofrecidos por la OCDE, que incluyen tasas de suicidio por 100.000 habitantes y datos sobre eutanasia y suicidio asistido en los países donde están legalizados: Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Para Suiza ha utilizado las cifras ofrecidas por Dignitas, la organización privada que facilita el suicidio asistido pero que recoge datos de otras clínicas.
Los resultados son claros, según explica él mismo en Mercartornet: “Tras la introducción de la eutanasia o el suicidio asistido, el número total de personas que se quitan la vida o que lo solicitan crece significativamente en comparación con los países vecinos. Al mismo tiempo, no hay ninguna prueba de que haya una reducción en el suicidio no-asistido cuando se compara con los países circundantes".
Jones subraya que no ofrece una interpretación de los hechos, solo los hechos, y que sería precisa más investigación para averiguar la causa de ese incremento: “Es cierto que algunas personas [con pensamientos suicidas] se sienten más seguras sabiendo que existe la posibilidad del suicidio asistido y que esto les ayuda a vivir. Pero cuando administras fármacos a personas para acabar con su vida, otras personas los tomarán por su cuenta, así que no es una sorpresa que, al final de todo, muera más gente”.
Un ejemplo claro es Holanda, que tiene a la vez la mayor tasa de eutanasia de Europa y a la vez la tasa de suicidio está creciendo.
En su estudio, Jones comparó entre sí Suiza y Austria, por un lado, y el Benelux con Alemania y Francia, por otro: “En todos los casos encontré que el número de suicidios no-asistidos creció tras la legalización del suicidio asistido. La tasa de suicidios no-asistidos subía en unos países y bajaba en otros, pero en ningún caso bajaba en comparación con los países vecinos donde se legalizaba el suicidio asistido: se mantenía o crecía”.
Las mujeres, más perjudicadas
El incremento se da, sobre todo, en las mujeres.
“En Suiza, por ejemplo”, explica, “mientras que la tasa total de suicidios (asistidos y no-asistidos) creció ligeramente desde 1998 (de 19,0 a 22,2 por 100.000), el de mujeres creció significativamente, casi doblándose, de 9,4 a 18,6 por 100.000”.
Del mismo modo, desde que Bélgica introdujo su ley en 2002, su tasa de suicidio no-asistido no ha bajado tanto como en sus países vecinos, y en 2016 tenía la quinta mayor tasa de suicidio en Europa, solo superada por Hungría, Eslovenia, Letonia y Lituania. En el caso de mujeres, sin embargo, su tasa de suicidios era la mayor de Europa, con 8,8 por 100.000 frente a 3,3 del Reino Unido, por ejemplo.
Jones tampoco encuentra una explicación clara de por qué “estos cambios [legislativos] tienen un mayor impacto en las mujeres”, pero el dato está ahí.
En cualquier caso, sí expresa su opinión general de por qué no sucede la disminución que suponía la propaganda eutanásica: “Introducir la eutanasia o el suicidio asistido hace aceptable acabar con la propia vida… La muerte es inevitable, pero no es inevitable que alguien muera por su propia mano o a petición. Hay que ayudar a las personas a evitarlo”.