Partidos como Ciudadanos han enarbolado la bandera de los vientres de alquiler asegurando que se trata de una cuestión de libertad y de derechos, especialmente para la comunidad LGTB. Sin embargo, hay gays y lesbianas que se oponen frontalmente a estas prácticas, aunque su voz en muchas ocasiones intenten ser acalladas.
Se trata por ejemplo de Julie Bindel y Gary Powell. Ella es una activista lesbiana y feminista, pero contraria a los vientres de alquiler. Viajó incluso a la India para realizar un reportaje para The Guardian sobre las granjas de vientres alquilados que hay en el país. Él, por su parte, ha sido director de una asociación de activismo gay y hasta hace unos años era favorable a la subrogación. Hasta que abrió los ojos.
Un "derecho gay"
Ambos firman conjuntamente un artículo en Stop Surrogacy, en el que denuncian que los vientres de alquiler no son ni deben ser ningún derecho ni privilegio de nadie. “Ambos nos oponemos inequívocamente a todas las formas de subrogación como poco éticas legal, médica y psicológicamente; y como una mercantilización abusiva de mujeres y bebés que también conlleva riesgos para la salud significativos y apenas reportados para las mujeres y bebés involucrados”, afirman.
De este modo, explican que “vemos con alarma el creciente clamor por considerar la maternidad subrogada como un ‘derecho gay’ y estigmatizar automáticamente a todos los que se oponen a la maternidad subrogada llamándolo ‘homófobo’”.
Estos dos activistas aseguran que este supuesto “derecho” de las parejas homosexuales a tener hijos mediante los vientres de alquiler es considerado cada vez más “como un avance para la igualdad y un triunfo de la tolerancia sobre el prejuicio”.
Una realidad completamente distinta
Sin embargo, tanto Julie como Gary denuncian que “la realidad de la maternidad subrogada es muy diferente a la versión ofrecida por las empresas que ofrecen esos ‘servicios’. La mayoría de las mujeres cuyos úteros son alquilados están muy lejos de las chicas de cartel rubias y sonrientes que se ofrecen a portar un bebé por razones altruistas en lugar de porque necesitan desesperadamente el dinero”.
En su opinión, el discurso que se está intentando imponer y que está basado en los “derechos” ha eliminado “todo sentido de la responsabilidad”, pese a que “en realidad no es un derecho para nadie usar el útero de una mujer para tener su propio hijo”.
Dirigiéndose a sus grupos, los dos activistas insisten en que apoyar los vientres de alquiler “no es coherente con los principios feministas”, debido a que “al alquilar el útero de una mujer se eliminan sus derechos reproductivos”.
Recuerdan que a la madre gestante se le dice qué comer y beber, cuándo se le permite tener relaciones sexuales con su pareja, y debe someterse a pruebas médicas invasivas durante todo el embarazo. Además, estas mujeres deben firmar un formulario en el que acepta abortar uno o más fetos por varios motivos como nacimientos múltiples o la detección de anomalías, y deberá someterse a una cesárea para dar a luz, cuya fecha será decidida por el médico y ella no podrá tener contacto con el bebé.
Un mero producto
“La subrogación simplemente reduce a mujeres y niños a un medio para obtener un producto final deseado. El derecho universal a un niño no existe. Sin embargo, creemos que ha surgido un clima donde cualquiera que exprese este punto de vista corre el riesgo de ser llamado ‘homófobo’”, insisten Julie Bindel y Gary J. Powell.
“Los vientres de alquiler –agregan- se han normalizado de tal manera como una práctica para hombres homosexuales que ahora se considera tanto un entretenimiento como un derecho”.
Poco les importa, siguen argumentando en su escrito, que esta práctica puede dañar tanto al bebé como a la madre, y recuerda los perjuicios para el bebé que tras el vínculo generado con la madre durante el embarazo es arranado de ella justo tras nacer.
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