J.K.Rowling, la autora de las novelas de Harry Potter, lleva desde diciembre soportando el acoso de activistas de ideología trans, acoso que ha aumentado esta semana al seguir ella criticando esta ideología y quejándose de los que hablan de "personas que menstrúan" evitando usar la palabra "mujeres".
En vez de agachar la cabeza ante amenazas y críticas (incluyendo las de los actores que representaron a Harry o Hermione en las películas), la popular escritora publicó este miércoles 10 de junio un detallado artículo explicando las 5 razones que le llevan a ser tenaz y firme en anunciar los daños de la ideología trans contra las personas y la sociedad.
(Hay que tener en cuenta que la autora es tremendamente rica, gana unos 83 millones de euros cada año, lo que ayuda a tener independencia y ser valiente).
En resumen, estas son las 5 causas que da la escritora:
1) Tiene una ONG que trabaja con mujeres presas y supervivientes de abusos sexuales. También financia investigación contra la esclerosis múltiple que afecta de forma distinta a hombres y mujeres). El "nuevo activismo trans", al intentar borrar la definición legal de sexo, dañará estas causas.
2) Como ex-maestra y fundadora de una ONG para niños, le interesa la educación y la seguridad de los menores: el actual movimiento trans pone en peligro ambas cosas.
3) Como autora que ha sido prohibida o censurada, defiende la libertad de expresión, "incluso para Donald Trump"
4) Le preocupa la "enorme explosión" de mujeres que ahora desean pasar a ser hombres... y las que se han arrepentido de haberlo hecho, perdiendo su fertilidad y mutilando su cuerpo en el proceso
5) Hoy puede hablar ya de su pasado como mujer que sufrió "abuso doméstico" y fue "superviviente de asalto sexual". Su hija ha crecido y le ha dado permiso para hablar de esos asuntos. Para defender a las mujeres de agresores y violadores se necesitan espacios sólo para mujeres. Las leyes de género que reconocen cambios de sexo sólo por declaración del interesado impiden proteger a los vulnerables.
JK Rowling y su ONG para proteger niños LUMOS
Traducimos al completo la declaración pública de la popular escritora por su interés, sin que por ello ReL esté completamente de acuerdo con todas las afirmaciones de este largo ensayo, pero sí buscando que se difunda su argumentación contra una ideología que daña a las personas reales y debilita a las sociedades.
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J.K. Rowling escribe de sus razones para alzar la voz en temas de sexo y género
No es fácil escribir este texto, por razones que enseguida quedarán claras, pero sé que ha llegado el momento de explicarme sobre un tema rodeado de toxicidad. Lo escribo sin ningún de deseo de aumentar esa toxicidad.
Para quien no lo sepa: el pasado diciembre, tuiteé mi apoyo a Maya Forstater, una especialista en impuestos que perdió su trabajo por lo que fueron considerados como tuits “transfóbicos”. Ella llevó su caso a un tribunal laboral, pidiendo al juez examinar si una creencia filosófica en que el sexo lo determina la biología está protegida por la ley. El juez Tayler dictaminó que no lo está.
Mi interés en asuntos trans preceden al menos en dos años al caso de Maya, durante los que seguí de cerca el debate acerca del concepto de identidad de género. Me he reunido con personas trans, y he leído diversos libros, blogs y artículos de personas trans, especialistas de género, personas intersexuales, psicólogos, expertos en seguridad, trabajadores sociales y médicos, y he seguido el debate online y en los medios tradicionales.
A cierto nivel, mi interés en el asunto ha sido profesional, porque estoy escribiendo una serie de crímenes, ambientados en el presente, y mi detective femenina de ficción tiene edad para interesarse, o ser afectada, por estos asuntos. Pero, en otro nivel, mi interés es intensamente personal, como voy a explicar.
Mientras investigaba y aprendía, en mi timeline de Twitter burbujeaban acusaciones y amenazas de activistas trans. El detonante fue un “like”. Cuando empecé a interesarme en los temas transgénero y de identidad de género, empecé a colocar pantallazos que me interesaban, como una forma de recordarme lo que quería investigar más tarde. En cierta ocasión, distraída, le di a “like”, en vez de hacer un pantallazo. Ese simple “like” fue visto como una evidencia de pensar mal, y empezó un acoso persistente de nivel bajo.
Meses después, añadí a mi crimen del “like” accidental el seguir a Magdalen Burns en Twitter. Magdalen era una feminista joven y lesbiana, inmensamente valiente, que se moría por un tumor cerebral agresivo. La seguía porque quería contactar con ella directamente, y lo conseguí. Sin embargo, como Magdalen era una gran creyente en la importancia del sexo biológico, y no creía que las lesbianas debieran ser llamadas intolerantes por no salir con mujeres trans con penes, hubo quien unió los puntos en su cabeza de activistas trans en Twitter y el nivel de agresión en las redes sociales aumentó.
Lo menciono para explicar que yo sabía perfectamente bien lo que iba a pasar cuando apoyé a Maya. Debía ser mi cuarta o quinta cancelación por entonces. Esperaba las amenazas de violencia, que me dijeran que yo mato literalmente a las personas trans con mi odio, que me llamaran puta y perra y, por supuesto, que mis libros fueran quemados, aunque un hombre particularmente grosero dijo que haría compost con ellos.
Lo que no esperaba tras mi cancelación fue la avalancha de emails y cartas que recibí, la mayoría abrumadora de ellas positivas, agradecidas y dándome apoyo. Venían de gente inteligente, empática y amable, muy transversal.
Algunos de ellos trabajaban en campos relacionados con la disforia de género y las personas trans, profundamente preocupados por la forma en que un concepto socio-político influye en la política, la práctica medica y las medidas de seguridad. Les preocupa el peligro para los jóvenes, las personas gays y la erosión de los derechos de chicas y mujeres.
Ante todo, les preocupa el clima de miedo que no beneficia a nadie, y menos a los jóvenes trans.
Yo había dejado Twitter durante muchos meses antes y después de tuitear mi apoyo a Maya, porque sabía que no me hacía bien a mi salud mental. Sólo volví porque quería compartir un libro infantil gratis durante la pandemia.
Inmediatamente, activistas que sin duda creen ser buenos, amables y progresistas, se abalanzaron como un enjambre en mi timeline, arrogándose el derecho de monitorizar mis posiciones, acusarme de odio, llamarme con insultos misóginos y, por encima de todo –como cualquier mujer implicada en este debate- llamarme TERF.
Por si ustedes no lo sabían -¿por qué deberían?- ‘TERF’ es un acrónimo inventado por los activistas trans que significa “Trans-excluyente-radical-feminista”. En la práctica, una variedad enorme y transversal de mujeres son llamadas TERF y la inmensa mayoría nunca han sido feministas radicales.
Bandera trans, símbolo de una ideología agresiva que llama TERF a cualquier mujer que critique sus dogmas de género y diga que el sexo real (ser hombre o mujer de verdad) es importante
Por ejemplo, llaman TERF a una madre de un niño gay que tiene miedo de que su hijo haga a transición para escapar del acoso homófobo, o una señora mayor completamente no feminista que ha prometido nunca visitar Marks & Spencer de nuevo porque permiten a cualquier hombre que dice que se identifica como mujer entrar en los vestidores femeninos.
Es irónico, porque las feministas radicales no son en realidad trans-excluyentes: ellas incluyen a los hombres trans en su feminismo, puesto que nacieron mujeres.
La acusación de TERFismo es suficiente para intimidar a muchas personas, instituciones y organizaciones que yo antes admiraba, que se acobardan ante las tácticas de este terreno de juego. “Nos llamarán transfóbicos”, “dirán que odiamos a las personas trans”.
¿Y qué más? ¿Dirán que tenéis pulgas?
Hablando como mujer biológica, muchas personas en posiciones de poder de verdad necesitan echarle cojones (lo que literalmente es posible, según la gente que dice que el pez payaso demuestra que los humanos no son una especie dimórfica).
En fin, ¿por qué hago esto, por qué alzo la voz? ¿Por qué no investigo calladita y bajo la cabeza?
Bien, tengo cinco razones para que me preocupe el nuevo activismo trans y para decidir que tenía que alzar mi voz.
En primer lugar, tengo un fondo caritativo dedicado a aliviar privaciones sociales en Escocia, con énfasis particular en las mujeres y niños. Entre otras cosas, mi fondo apoya proyectos para mujeres presas y para supervivientes de abusos sexuales y domésticos. También financio investigación médica sobre esclerosis múltiple, una enfermedad que actúa de forma muy distinta en hombres y mujeres. Hace ya tiempo que tengo claro que el nuevo activismo trans tiene (o puede tener, si se siguen todas sus exigencias) un impacto importante en muchas de las causas que apoyo, porque presiona para erosionar la definición legal de sexo y sustituirla por género.
La segunda razón es que soy una exmaestra y fundadora de una ONG de niños, por lo que me interesa tanto la educación como la protección. Como a muchos otros, me preocupa profundamente el efecto del movimiento de derechos trans en los dos ámbitos.
La tercera es que como escritora que ha sido muy prohibida, me interesa la libertad de expresión y la he defendido públicamente, incluso para Donald Trump.
La cuarta es cuando las cosas de verdad empiezan a ponerse personales. Me preocupa la enorme explosión de mujeres jóvenes que desean hacer la transición y también las cifras crecientes de los que parecen estar revertiendo la transición (volviendo a su sexo original), porque se arrepienten de haber dado pasos que en algunos casos alteraron sus cuerpos de forma irreversible y les quitaron su fertilidad. Algunos dicen que decidieron hacer la transición al darse cuenta de que tenían atracción por el mismo sexo, y hacer la transición estaba parcialmente motivado por la homofobia de la sociedad o de sus familias.
La mayoría de las personas probablemente no son conscientes –yo no lo estaba hasta que empecé a investigar el tema en serio- de que hace 10 años la mayoría de quienes querían cambiar de sexo eran varones. Esa cifra hoy es la inversa. En Reino Unido se ha dado un incremento del 4400 por ciento en chicas que son enviadas al tratamiento de transición. Las chicas autistas está enormemente sobrerrepresentadas en esas cifras.
El mismo fenómeno se ha visto en EEUU. En 2018, la investigadora y médica norteamericana Lisa Littman lo exploró. En una entrevista dijo:
“Los padres, por Internet, describían un patrón muy inusual de identificación transgénero en que múltiples amigos, e incluso grupos enteros de amigos, se identificaban con transgénero al mismo tiempo. Yo sería negligente si no considerara la influencia de los compañeros y el contagio social como factores potenciales”.
Littman mencionó Tumblr, Reddit, Instagram y YouTube como factores que contribuyen al Inicio Rápido de la Disforia de Género, donde ella cree que en el reino de la identificación transgénero “los jóvenes han creado cámaras de eco particularmente insulares”.
El importante artículo de Lisa Littman sobre la aparición repentina de disforia de género en adolescentes muestra que la misma campaña transgénero está induciendo la disforia artificialmente en sujetos que no la padecían (nota de ReL)
Su investigación despertó iras. Fue acusada de prejuicios y de difundir desinformación sobre las personas transgénero, fue sometida a un tsunami de insultos y una campaña concertada para desacreditarla a ella y a su trabajo. La revista retiró la investigación de Internet y la re-revisó antes de republicarla. Sin embargo, su carrera siguió una senda similar a la de Maya Forstater. Lisa Littman había osado cuestionar una de las afirmaciones centrales del activismo trans, que es que la identidad de género de una persona es innata, como la orientación sexual. Nadie, insistían los activistas, podría nunca ser persuadido para hacerse trans.
El argumento de muchos activistas trans hoy es que si no dejas que un adolescente con disforia de género haga la transición, se suicidará. En un artículo explicando por qué abandonó Tavistock (una clínica de género del Sistema Nacional de Salud en Inglaterra) el psiquiatra Marcus Evans declaró que las afirmaciones de que los niños se suicidarán si no se les permite la transición no siguen “en sustancia ningún dato ni estudio sobre este tema. Ni encajan con los casos que he encontrado durante décadas como psicoterapeuta”.
Los escritos de hombres jóvenes trans revelan un grupo de personas notablemente sensibles y listas. Cuanto más leo sus historias de disforia de género, con sus penetrantes descripciones de ansiedad, disociación, desórdenes alimenticios, autolesiones y autoodio, más me pregunto si yo también habría intentado esa transición de haber nacido 30 años más tarde. La seducción de poder escapar de la feminidad habría sido gigantesca.
Yo sufrí de un desorden obsesivo compulsivo grave de adolescente. Si hubiera encontrado una comunidad online que simpatizara conmigo, la simpatía que no encontraba en mi entorno inmediato, creo que podría haberme persuadido para convertirme en el hijo varón que mi padre abiertamente dijo que él hubiera preferido.
Cuando leo sobre la teoría de identidad de género recuedo cómo me sentía mentalmente sin sexo en mi juventud. Recuerdo la descripción de Colette que habla de sí misma como una “hermafrodita mental” y las palabras de Simone de Beauvoir: “es perfectamente natural que la futura mujer se sienta indignada por las limitaciones que se le imponen por su sexo. La verdadera cuestión no es por qué debería rechazarlas; el problema es entender por qué las acepta”.
Como en los años 80 no tenía la posibilidad real de hacerme hombre, tuvo que ser mediante libros y música como atravesé mis problemas de salud mental y y el escrutinio y juicio sexualizado que pone a tantas chicas en guerra contra su cuerpo en su adolescencia. Por suerte para mí, encontré mi propio sentido de otredad y mi ambivalencia respecto a ser mujer, reflejada en el trabajo de escritoras y músicas que me confirmaron que pese a lo que todo un mundo sexista intenta arrojar contra los cuerpos femeninos, está bien no sentirse rosa, con volantes y cumplidora en tu propia cabeza; no pasa nada por sentirse confundida, oscura, tanto en lo sexual como lo no sexual, insegura respecto a lo que eres.
Quiero ser clara: sé que la transición será una solución para algunas personas con disforia de género, aunque también soy consciente de que una amplia investigación muestra que entre el 60 y el 90 por ciento de los adolescentes con disforia la abandonan al crecer.
Una y otra vez se me ha dicho: “simplemente, ¡reúnete con personas trans!” Lo he hecho. Además de unas pocas personas jóvenes, todos adorables, conozco una autodenominada mujer transexual que es mayor que yo y es maravillosa. Aunque es sincera sobre su pasado como hombre gay, siempre me ha costado pensar en ella como algo que no fuera una mujer y creo (y ciertamente espero) que sea completamente feliz de haber hecho la transición. Siendo mayor, sin embargo, se sometió a un proceso largo y riguroso de evaluación, psicoterapia y transformación por etapas. La actual explosión de activismo trans exige que se quiten todos esos sistemas que antes se requerían a los candidatos al cambio de sexo.
Un hombre que no pretende ninguna cirugía y que no toma hormonas puede hoy conseguir su Certificado de Reconocimiento de Género y ser una mujer según la ley. Mucha gente no sabe esto.
Vivimos en la época más misógina que he conocido. Allá en los 80, me imaginaba que mis hijas futuras, si tenía, estarían mejor que yo. Pero entre el rebote contra el feminismo y la cultura online saturada de porno, creo que las cosas se han puesto peor para las chicas. Nunca he visto a las mujeres tan denigradas y deshumanizadas como lo son hoy.
Desde el líder del mundo libre, que tiene una larga historia de acusaciones de asaltos sexuales, y que presume de “agarrarlas por el conejo”, al movimiento ‘incel’ (“involuntariamente célibes”) que se enfada con las mujeres que no les dan sexo, a los activistas trans que declaran que las TERF deben ser golpeadas y reeducadas, hombres de todo el espectro político parecen estar de acuerdo: las mujeres buscan problemas. En todas partes, a las mujeres les dicen que se callen y se sienten o ya verán…
He leído argumentaciones sobre que la feminidad no reside en el cuerpo sexuado, y afirmaciones de que las mujeres biológicas no tienen experiencias comunes, y las encuentro profundamente misóginas y regresivas.
Queda también claro que uno de los objetivos de negar la importancia del sexo es erosionar lo que algunos ven como la idea cruelmente segregacionista de que las mujeres tienen sus propias realidades biológicas o, igual de amenazador, realidades unificadoras que hacen de ellas una clase política cohesionada. Los cientos de emails que he recibido estos últimos días muestran que esta erosión preocupa a muchos. No les basta con que las mujeres sean aliadas de los trans. Las mujeres han de aceptar y admitir que no hay diferencia entre las mujeres trans y ellas.
Pero como muchas mujeres dijeron antes que yo, “mujer” no es un traje. “Mujer” no es una idea en la cabeza nde un hombre. “Mujer” no es un cerebro rosa, un aprecio por Jimmy Choos ni cualquier otra idea sexista que ahora se presenta como progresista. Más aún, el lenguaje ‘inclusivo’ que llama a las personas femeninas ‘menstruantes’ y ‘personas con vulva’ muchas mujeres lo ven, impactadas, como algo deshumanizador y depreciativo. Entiendo que los activistas trans consideren que este lenguaje es apropiado y amable, pero para aquellas de nosotras que hemos sufrido escupitajos degradantes por parte de hombres violentos, no es neutral, es hostil y alienante.
Lo que me lleva a la quinta razón por la que estoy gravemente preocupada por las consecuencias del actual activismo trans.
Llevo ya 20 años bajo la mirada pública y nunca he hablado en público de ser una víctima de abuso doméstico y superviviente de asalto sexual. No es porque me avergonzara que eso me sucediera, sino porque es algo traumático de recordar y revisitar. También quería proteger a mi hija de mi primer matrimonio. No quería reclamar ser la única poseedora de una historia que también le pertenece a ella. Sin embargo, hace poco le pregunté qué sentiría ella si hablara en público sobre esa parte de mi vida y me animó a hacerlo.
Menciono estas cosas ahora no en un intento de ganar simpatías, sino por solidaridad con la gran cantidad de mujeres que tienen historias como la mía, que han sido insultadas como intolerantes por haber expresado inquietud respecto a los espacios unisex.
Conseguí escapar de mi primer matrimonio, violento, con cierta dificultad, pero ahora estoy casada con un hombre realmente bueno y con principios, a salvo y segura de formas que en un millón de años no podría haber esperado. Sin embargo, las cicatrices dejadas por la violencia y el asalto sexual no desaparecen, no importa cuánto te amen, no importa cuanto dinero hayas conseguido. Ya es un chiste en mi familia que me sobresalte siempre –incluso yo sé que es gracioso- pero rezo para que mis hijas nunca tengan las mismas razones que yo para odiar los ruidos súbitos o al ver personas detrás de mí cuando no las escuchas acercarse.
Si pudierais entrar en mi cabeza y entender lo que siento cuando leo sobre una mujer trans que muere en manos de un hombre violento, encontraríais solidaridad y cercanía. Tengo una experiencia visceral sobre el terror que esas mujeres trans habrán sufrido en sus últimos instantes en la tierra, porque yo también he conocido momentos de miedo ciego cuando me di cuenta de que lo único que me mantenía viva era el trémulo autocontrol de mi atacante.
Creo que la mayoría de las personas que se identifican como trans no sólo suponen una amenaza cero a los demás, sino que son vulnerables por todas las razones que he señalado. Las personas trans necesitan y merecen protección. Como las mujeres, tienen más posibilidades de ser asesiandos por sus parejas sexuales. Las mujeres trans que trabajan en la industria sexual, especialmente las de color, están en un riesgo particular. Como todos los otros supervivientes de abusos domésticos y de asalto sexual que conozco, no siento sino empatía y solidaridad con las mujeres trans que han sido abusadas por hombres.
Así que quiero que las mujeres trans estén a salvo. Al mismo tiempo, no quiero que las chicas y mujeres natales estén menos a salvo. Cuando abres las puertas de los lavabos y vestuarios a cualquier hombre que cree o siente que es una mujer –y, como he dicho, los certificados de confirmación de género ahora se pueden otorgar sin necesidad de hormonas o cirugía- entonces abres la puerta a cualquier hombre que quiera entrar. Esa es la simple verdad.
El sábado por la mañana leí que el gobierno escocés continúa sus controvertidos planes de reconocimiento de género, que en efecto significan que todo lo que un hombre necesita para ‘convertirse en mujer’ es decir que él lo es. Por usar una palabra muy moderna, eso me activó.
Machacada por los incansables ataques de activistas trans en redes sociales, donde sólo estaba para responder a los niños que mostraban dibujos de mi libro en la cuarentena, pasé buena parte del sábado en un lugar muy oscuro de mi mente, mientras los recuerdos del grave ataque sexual que sufrí de veinteañera se repetían en bucle.
Ese ataque sucedió en un tiempo y lugar en que yo era vulnerable y un hombre aprovechó la oportunidad. No podía acallar esos recuerdos y me resultaba difícil contener mi rabia y decepción por la forma en que creo que mi gobierno juguetea con la seguridad de mujeres y niñas.
Más tarde en esa noche de sábado, repasando dibujos de niños antes de irme a la cama, olvidé la primera regla de Twitter (nunca, nunca esperes una conversación matizada) y reaccioné a lo que sentí que era lenguaje degradante para las mujeres. Hablé claro sobre la importancia del sexo… y desde entonces he estado pagando el precio. Era transfóbica, una puta, una zorra, una TERF, merecía que me cancelasen, me pegasen y la muerte. Eres Voldemort, dijo una persona, sin duda pensando que era el único lenguaje que yo entendería.
Sería fácil tuitear los hashtags aprobados –porque, por supuesto, los derechos humanos son derechos humanos y por supuesto las vidas trans importan- tomar la galletita del despertar y deleitarse en un resplandor que señale que somos virtuosos. Hay gozo, alivio y seguridad en la conformidad. Como Simone de Beauvoir escribió “sin duda es más confortable aguantar el ciego encadenamiento que trabajar por la liberación; los muertos, también, están más adaptados a la tierra que los vivos”.
Gran cantidad de mujeres están aterrorizadas –es comprensible- por activistas trans. Lo sé porque muchas han contactado conmigo para contarme sus historias. Tienen miedo del doxxing [que se hagan públicos sus datos en Internet para ser escarnecidas, nota de ReL], de perder sus empleos o sus fuentes de ingresos, o de la violencia.
Pero aunque esta insistente campaña contra mí ha sido desagradable sin fin, me niego a inclinarme ante un movimiento que creo que está haciendo un daño demostrable al buscar erosionar ‘mujer’ como clase política y biológica y ofrecer cobertura a depredadores como pocos antes.
Sigo al lado de hombres y mujeres valientes, gays, hetero o trans, que defienden la libertad de expresión y pensamiento, y y a favor de los derechos de algunos de los más frágiles en nuestra sociedad: chicos jóvenes gays, adolescentes frágiles y mujeres que confían en los espacios sólo para mujeres y quieren que se mantengan. Las estadísticas muestran que esas mujeres son una inmensa mayoría y excluyen sólo a las privilegiadas o afortunadas que nunca se han encontrado con violencia masculina o asalto sexual, y que nunca se han molestado en aprender cuán frecuente es.
Lo que me da esperanza es que las mujeres que pueden protestar y organizarse lo están haciendo y tienen algunos hombres realmente decentes, y personas trans, a su lado.
Los partidos políticos buscan halagar a las voces que más gritan en este debate y están ignorando la preocupación de las mujeres en peligro.
En Reino Unido, las mujeres se unen unas a otras cruzando las líneas de los partidos, preocupadas por la erosión de sus derechos duramente conseguidos y por la extensa intimidación.
Ninguna de las mujeres que critican el género con las que he hablado odian a las personas transexuales, al contrario. Muchas de ellas se interesaron en este asunto precisamente preocupadas por jóvenes trans, y tienen empatía hacia los adultos trans que simplemente quieren vivir sus vidas, pero que sufren presión por un tipo de activismo que no apoyan. Lo más irónico es que el intento de acallar a las mujeres con la palabra TERF puede llevar a más mujeres al feminismo radical de lo que el movimiento ha visto en décadas.
Lo último que quiero decir es esto. No he escrito este ensayo con la esperanza de que nadie saque el violín por mí, ni siquiera uno chiquitito. Soy muy afortunada: soy una superviviente, no una víctima. He mencionado mi pasado sólo porque, como cualquier otro humano en este planeta, tengo una historia compleja detrás, que da forma a mis miedos, mis intereses y mis opiniones. Nunca olvido esa complejidad interior cuando creo un personaje ficticio y nunca lo olvido en lo que respecta a las personas trans.
Todo lo que pido –todo lo que quiero- es una empatía similar, una comprensión similar, que se extienda a los muchos millones de mujeres cuyo único crimen es querer que sus preocupaciones se escuchen sin recibir amenazas y abusos.
(Traducción del inglés por P.J.Ginés para ReligionEnLibertad)
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