Tres sacerdotes, uno religioso (el jesuita Alfredo Verdoy) y dos seculares (José Antonio Sayés y David Amado), y un seglar (Miguel Ayuso) debatieron este domingo sobre El Postconcilio en el programa Lágrimas en la lluvia, que dirige Juan Manuel de Prada en Intereconomía TV.

Fue tras la emisión de la película Católicos, dirigida en 1973 por el director británico Jack Gold e interpretada por Martin Sheen, Trevor Howard y Raf Vallone, que narra la visita de un enviado del Vaticano a un monasterio irlandés para forzar a los monjes a abandonar la misa en latín.


En su presentación inicial del tema, Prada recordó una frase de Pablo VI en el discurso de clausura del Concilio Vaticano II: "En el Concilio, la religión del Dios hecho hombre se ha confrontado con la religión del hombre que aspira a ser Dios".

"Un tanto ingenuamente", continuó Prada, aquel Papa pensó que "gracias al Concilio esas dos religiones enfrentadas... se habían sentido mutuamente atraídas; y que de esta atracción mutua podría nacer una atención nueva de la Iglesia a las necesidades del hombre. Pero la cruda realidad es que el periodo postconciliar supuso una superación sin ambages del Concilio Vaticano II, enmascarada siempre bajo la fórmula ambigua del espíritu del Concilio, que ampararía los más diversos excesos, palpables en el orden litúrgico y el institucional, pero también en el orden de una mentalidad católica cada vez más secularizada, abierta a todo tipo de componendas con doctrinas alejadas y aun contrarias a la fe católica".

En ese sentido, "el Concilio Vaticano II, por ser de naturaleza eminentemente pastoral y no dogmática, más que resolver asuntos lo que hizo fue abrir puertas. Pero es sabido que abrir puertas facilita el paso tanto a visitantes no deseados como a los que son bienvenidos".

De esta forma, la reconciliación con los tiempos modernos que había planeado el Concilio se hizo "renunciando a lo que es propio de la Iglesia, u ocultando su predicación y enseñanza", al tiempo que los innovadores "tendieron a exagerar la gravedad de los defectos que intentaban corregir, con el resultado de crear nuevos desequilibrios que, a la postre, han resultado mucho más peligrosos".


Tras un primer intercambio de opiniones centrado en la figura del abad en la película (¿un cínico? ¿un hombre de fe a pesar de las dudas?), interpretado por Trevor Howard, el primer punto de discusión fue si los problemas que presentó el postconcilio eran o no atribuibles al Concilio mismo.

Sayés consideró que no, sino que teólogos concretos expandieron el "virus de la secularización": "En el Concilio no encuentro ninguna herejía, el problema fue ese virus y su diseminación", dijo. El Concilio "hay que leerlo no en ruptura con la Tradición, sino dentro de ella, en lugar de la interpretación distorsionadora que se ha hecho".

En el mismo sentido, Amado señaló que "en el Concilio hay expresiones que sorprenden y que chocan, pero ninguna es herética", y que "el humo del modernismo estaba infiltrado en la Iglesia, pero no en los textos del Vaticano II", que no son responsables "de los destrozos posteriores".

En un sentido muy distinto, Ayuso destacó que "tenemos que reconocer que ha habido un desastre si queremos buscar las causas, y esas causas tienen que ser proporcionadas a la magnitud del desastre". Las apuntó en el modernismo condenado por San Pío X, que intentó atajar este Papa, como también Pío XII, pero que "emergió con fuerza en el Concilio Vaticano II", del que criticó la precipitación en su convocatoria, el arrumbamiento en sus inicios de los documentos preparados en la fase de preparación, las luchas entre los padres conciliares y la necesidad en que se vio Pablo VI de corregir algunos textos aprobados en la asamblea antes de promulgarlos. Pero, en última instancia, "el Concilio lo aplicaron quienes hicieron el Concilio", remató Ayuso.

Verdoy destacó también el problema "no resuelto" que había creado el modernismo en la Iglesia, "amplificado y manipulado por la prensa", y señaló asimismo la importancia que, en el caso español, tuvo la coincidencia entre el postconcilio y el ocaso del régimen de Franco. Lamentó también que el "exceso de producción escrita" a que dio lugar el Concilio produjese un auténtico "palenque interpretativo".


María Cárcaba introdujo luego la cuestión de la reforma litúrgica postconciliar, recordando que su aplicación, en palabras del entonces cardenal Joseph Ratzinger, provocó una auténtica "devastación".

Esa reforma, dijo Ayuso, fue una "ruptura increíble en la historia de la liturgia de la Iglesia", y generó una resistencia grande, aunque rápidamente apagada, de la que fue hito el demoledor Breve Examen Crítico de los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci. Por fortuna, al declarar que la misa tradicional nunca había sido abrogada, Benedicto XVI alivió una situación desconcertante.

Sayés, sin embargo, aunque afirmando que "hay que salvar el latín en seminarios y facultades de Teología porque romper con el latín es romper con toda la tradición de la Iglesia", celebró la nueva liturgia, y la incorporación del "movimiento bíblico" a la vida de la Iglesia. Aun así, "en el campo litúrgico los abusos han sido todos los posibles".

Amado, aun admitiendo que "el cambio litúrgico se hizo como de laboratorio", consideró que "no se puede decir que la nueva misa no tenga carácter sacrificial o no refleje la presencia real".

Prada hizo entonces una apostilla de gran belleza sobre lo que implica recibir a Cristo, y concluyó que "si supiésemos lo que es comulgar, no sólo lo haríamos de rodillas, sino que estaríamos de rodillas desde horas antes".

Verdoy lamentó que la reforma produjese por parte de los celebrantes "muchos añadidos sin el respeto debido, perdiéndose la condición de celebración de la Iglesia universal y de celebración en la persona de Cristo". "Lo importante en la liturgia es que el hombre sepa ante quién está", remachó.

En la última intervención al respecto, Ayuso afirmó que "el problema no es el abuso, sino el uso, y esto lo ha visto bien el cardenal Ratzinger al señalar las deficiencias del nuevo rito, que contribuyen a velar o dificultad la emergencia en él de la teología sacramental".

Juan Manuel de Prada despidió el programa preguntándose por qué, si la misa tradicional nunca fue abrogada y si el Papa quiere darle estatus de normalidad, es tan difícil acudir a una parroquia para -como desean muchas personas de las generaciones más jóvenes- conocerla.