La lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza, primero, y contra la dictadura sandinista después, no se puede entender sin la figura del cardenal Obando y Bravo, Arzobispo de Managua durante muchos años, y hombre clave para canalizar las protestas por los atropellos contra los derechos humanos que se cometían bajo esos dos regímenes de caracter totalitario. Fue él, en gran parte, quién logró unir la Iglesia de Nicaragüa para que se opusiera pacificamente contra los planes totalitarios de uno y otro dictador.
El cardenal Obando y la familia Chamorro, propietarios del diario La Prensa, con doña Violeta a la cabeza, fueron, posiblemente, las dos nicaragüenses claves en el derrocamiento de ambas tiranías.
Gracias a esa lucha, Juan Pablo II lo premió con el capelo cardenalicio, un reconocimiento que llenó de orgullo a buena parte de los nicaragüenses.
Pero pasados los años, Daniel Ortega y su mujer Rosario Murillo, han ido tejiendo una amistad con el cardenal que le ha llevado, al otrora vilipendiado por las turbas sandinistas, en uno de sus máximos defensores.
El pasado 19 de julio, fecha en que se conmemora el triunfo de la revolución popular sandinista, el cardenal Obando participó activamente en un acto propio de un partido político como es el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Con una gran simbología religiosa, los sandinistas celebraron los 50 años de la fundación de su partido con la asistencia del cardenal Obando, así como el aniversario de la caída del somocismo. La Primera Dama del país, Rosario Murillo calificó el evento como «Misa revolucionaria».
El Obispo Auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez Ortega, quien ha mantenido una réplica pública y constante a la utilización ostentosa e instrumental de los símbolos religiosos en los actos oficiales del Gobierno sandinista y en actos del FSLN, consideró que «ya que en la caída de la dictadura de Somoza fue una victoria de todo el pueblo de Nicaragua, incluida la Iglesia. Fue un acto de liberación histórica y social que la Iglesia interpretó, en clave religiosa, como una obra de Dios a favor del pueblo de Nicaragua».
Sobre la participación del Cardenal Miguel Obando y Bravo en las festividades del gobierno sandinista, el obispo Báez Ortega señaló que «En esto hay que ser muy claro, y nosotros siendo tolerantes y respetuosos, y mostrando nuestro cariño al señor Cardenal, en la Iglesia continuamente lo decimos: no es conveniente que un ministro ordenado aparezca al lado de un partido político, porque el pastor está al servicio de toda una comunidad, una comunidad donde hay gente de las distintas tendencias ideológicas y políticas».
«El señor Cardenal no está ya bajo la jurisdicción de la Arquidiócesis de Managua. Él es un Obispo Emérito y tiene el título de Cardenal, que no le da mayor autoridad que un Obispo».
«Por lo tanto – indicó el obispo auxiliar de Managua– cuando el cardenal Obando habla, no habla en nombre de la Conferencia Episcopal, él tiene todo el derecho de hablar de la Iglesia, porque es parte de la Iglesia, pero su voz no es la voz oficial de los pastores de la Iglesia de Nicaragua, que orientan al pueblo de Dios en este país».
A propósito de la calificación de la Primera Dama del país, Rosario Murillo, de «Misa revolucionaria» la conmemoración del aniversario del triunfo sobre el somocismo, el prelado nica manifestó: «Nos indignó esa calificación porque creo que pasó el límite de lo aceptable. Hemos sido muy tolerantes en la manipulación del lenguaje religioso que este gobierno ha hecho, pero llamarle a una manifestación que ya no es ni nacional, sino del orteguismo en Nicaragua, llamarle misa, para nosotros fue no solamente una ofensa a la Iglesia en lo más santo que tiene, que es el sacramento eucarístico, sino también una burla a la inteligencia y al sentimiento religioso de la mayor parte de los nicaragüenses»
«La voz de los obispos que indignados protestamos y abrimos los ojos de la gente para darnos cuenta hasta dónde estaba llegando la manipulación, gracias a Dios dio su fruto, porque la misa de doña Rosario Murillo se quedó solo en su cabeza, y era lo que nosotros queríamos evitar, que no se creara una confusión de tal magnitud».