Han pasado treinta años, pero aquel atentado es todavía un misterio. El 13 de mayo de 1981, a las 17.17, Juan Pablo II fue alcanzado en la Plaza de San Pedro por unos disparos provenientes de la Browning del terrorista turco Mehemet Alí Agca. El Papa Wojtyla, que estaba a punto de empezar la tradicional audiencia de los miércoles y habría anunciado ese día la institución del Pontificio Consejo para la Familia, estuvo en peligro de muerte y llegó al Policlínico Gemelli en condiciones gravísimas.

Las investigaciones que se llevaron a cabo, sobre todo la que seguía la llamada "pista búlgara", que atribuía a los servicios secretos de Sofía -de acuerdo con los de Moscú- el atentado contra el Papa polaco que se había convertido en una amenaza, no han llevado a ninguna parte. No se ha descubierto la identidad de los artífices; quien tuvo la idea de asesinar al Pontífice que vino del este no tiene un nombre.

Un libro muy detallado y convincente, escrito por el vaticanista del diario italiano "Repubblica" Marco Ansaldo y por la corresponsal en Roma de la publicación turca "Sabah", Yasemin Taskin, se encuentra en las librerías desde hace algunas semanas. Su título original es Uccidete il Papa. La verità sull’attentato a Giovanni Paolo II. Editado por Rizzoli.

Es un libro muy documentado, en el que cada detalle ha sido examinado y en el que se encuentra recogido y organizado material muy interesante. Ansaldo y Taskin no han partido de una tesis ya conocida, no se han dejado mover por el deseo de inculpar o exculpar a alguien. Han examinado todas las pistas posibles, de manera impecable. Dan las pruebas, por ejemplo, de que la pista búlgara nunca ha sido demostrada y ha sido exagerada intencionalmente.

Es verdad que muchos piensan que el atentado al Papa haya sido tramado en Moscú. Además no se puede negar que Wojtyla fuera molesto para los soviéticos; también es indudable que los soviéticos, que en ese momento no estaban gobernados por un grupo de indecisos, estuvieran preocupados porque habían empezado a darse cuenta del significado que tenía para Polonia, su propio país, el Papa.

Algunos colaboradores cercanos de Juan Pablo II, estaban convencidos de la matriz soviética del atentado (aunque urdido con el trabajo efectivo de los búlgaros), como el cardenal Agostino Casaroli y el entonces Monseñor Achille Silvestrini, actualmente cardenal. También estaba convencido de la existencia de artífices rusos el secretario del Papa, Stanislaw Dziwisz.

¿Y el Papa, qué pensaba? En el libro “Memoria e identidad”, el último publicado por Juan Pablo II antes de su muerte pero que está basado en conversaciones grabadas a principios de los años 90, también él parece avalar esta hipótesis en cierto modo.

Aunque no se han encontrado las pruebas, aunque de los archivos no ha emergido nada que pueda confirmar la orden de Moscú a los búlgaros o la orden de los búlgaros a Agca, Wojtyla pensaba que el atentado fue «una de las últimas convulsiones de las ideologías de la prepotencia, desencadenadas en el siglo XX» y que nacieron «tanto del fanatismo y del nazismo, como del comunismo». Esta convicción, ha sido confirmada también por las palabras que el 13 de mayo de 2000 pronunció en Fátima el entonces Secretario de Estado, Angelo Sodano, mientras revelaba a grandes rasgos el contenido del famoso Tercer Secreto. «La visión de Fátima -dijo- tiene que ver sobre todo con la lucha de los sistemas ateos contra la Iglesia y los cristianos y describe el inmenso sufrimiento de los testigos de la fe del último siglo del segundo milenio. Es un interminable Via Crucis dirigido por los Papas del Siglo XX».

Quien ha sostenido abiertamente la pista del Este, refutando abiertamente la tesis del libro de Ansaldo y Taskin, ha sido el director de "L´ Osservatore Romano", Gian Maria Vian, que ha recordado «la innegable presencia de estos extremistas (los Lobos Grises, el grupo al que pertenecía Agca, ndr.) en Bulgaria, un país de ciega obediencia soviética».

El diario vaticano ha vuelto a tratar el tema durante los días sucesivos, con el artículo de una de las firmas con más autoridad, la historiadora Lucetta Scaraffia, que ha enmarcado el atentado dentro de la historia reciente de la Iglesia. La estudiosa, aunque menos explícitamente que Vian, ha vuelto a proponer la pista comunista, recordando que el mismo Papa polaco había escrito en su testamento que la solución «estaba ante los ojos de todos» y ha definido «evidente» la intervención «de tipo milagroso» que desvió la trayectoria del proyectil que disparó Agca y que le salvó la vida al Pontífice.

Los autores del libro sostienen en cambio que el atentado haya sido meditado por los Lobos Grises, por el fanatismo en el que se mezclaban ideas islamistas y contactos con los servicios secretos. Los mismos ambientes, haciendo referencia a la crónica más reciente, que dieron la orden de asesinar a Don Andrea Santoro y al Obispo Padovese. La tesis de Ansaldo y Taskin no es de ningún modo una tesis establecida de antemano. Ambos periodistas conocen en profundidad la realidad turca, conocen desde hace mucho tiempo al mismo Alí Agca, con quien se han encontrado y entrevistado diversas veces.

Hay que preguntarse porqué, incluso después de la caída del Muro de Berlín y de la consiguiente disolución de la Unión Soviética, jamás se han encontrado en los archivos pruebas convincentes y congruentes de la implicación soviética en el intento de asesinato contra Juan Pablo II. No ha emergido nada ni siquiera después de la muerte del Papa Wojtyla.

Aquel atentado, treinta años después, ha sido entregado a la historia, y sin embargo, sigue siendo todavía un misterio porque el único hombre que sabe la verdad, el inteligentísimo Alí Agca, ha narrado una infinidad de versiones diferentes una de otra, confundiendo al final todo y a todos. Ha llegado al punto de acusar a Casaroli de ser el verdadero artífice y con sus delirantes declaraciones ha hecho desgraciadamente imposible distinguir los indicios de verdad en un mar de patrañas.

El libro de Ansaldo y Taskin es la mejor reconstrucción que hasta hoy se ha realizado de aquel trágico suceso, destinado a marcar profundamente el pontificado. Y resulta interesante y convincente también la tesis propuesta.

El volumen nos hace saber, gracias a una nota escrita a mano encontrada en los bolsillos del agresor turco, que la elección del día 13 para realizar el atentado habría sido elegida por Agca de modo casual (había pensado también en otras fechas, como por ejemplo el 20 de mayo). Es obvio que a nadie –y menos a un Papa tan mariano como era Wojtyla– habría pasado desapercibida la coincidencia de la fecha, por eso Juan Pablo II ha creído reconocerse en el obispo vestido de blanco y asesinado en la visión de Fátima. Pero por parte de quién trató de matar al Papa -según la reconstrucción de los autores- la elección de la fecha no tenía esa intención.

En el artículo publicado por "L´ Osservatore Romano", Lucetta Scaraffia además del atentado a Wojtyla, cita otro atentado histórico, el que tuvo lugar en 1963 en Dallas: la muerte John Fitzgerald Kennedy. También en ese caso, las investigaciones realizadas (desde el informe Warren hasta las hipótesis formuladas por el juez Jim Garrison), no llegaron a ninguna conclusión. Y aunque muchos, muchísimos crean que detrás de ese homicidio estuviera la mafia, o incluso los petroleros, o bien los señores de la guerra o los ambientes políticos, nada de todo esto ha sido demostrado, como nada de la hipótesis de un complot urdido en el Este ha sido demostrado en las investigaciones llevadas a cabo por la magistratura relacionadas con el atentado al Papa.

¿Y si la solución fuera más simple, mucho más simple? No se tocaría el secreto de Fátima (el Papa fue alcanzado de todos modos, por un proyectil el 13 de mayo), la gravedad del hecho perduraría, con un Pontífice, actualmente beato, que ha versado su sangre en el lugar del martirio de Pedro, y que sufre ofreciendo su sufrimiento a la Iglesia. Un Obispo ha contado que un día mientras se encontraba comiendo con el Papa, después de haber escuchado diversas hipótesis sobre los artífices del atentado, Wojtyla cortó por lo sano y dijo: «¡Fue Satanás!», situando el episodio en el abismo del mysterium iniquitatis.

Si la tesis de Ansaldo y Taskin fuera la correcta, habría, cierto, una diferencia: la KGB con la voluntad de asesinar al Papa ya no existe. Algunos ambientes extremistas turcos, por el contrario, se muestran todavía bien activos, como lo demuestran los recientes asesinatos de sacerdotes y obispos en Turquía.