El 16 de octubre de 1943 había en Roma 12.428 judíos, según un reciente estudio de Dominiek Oversteyner. A las 14.00 horas de esa fecha en la Secretaría de Estado vaticana se supo que 1.007 de ellos habían sido deportados por tren con destino al campo de concentración de Auschwitz.

Inmediatamente Pío XII cursó una protesta formal ante el embajador alemán ante el Vaticano, pero sabía que esa protesta sería inútil, como lo fueron las gestiones que hizo para detener ese convoy.

Un complejo y salvador alambique
Así que puso en marcha una iniciativa paralela para salvar la vida a los 11.421 judíos restantes, para los que había también orden de arresto. Fue un complejo alambique que involucró a cinco personas y que ha sido dado a conocer a la agencia Zenit por la organización Pave the Way, fundada por el judío norteamericano Gary Krupp precisamente para estudiar a fondo la documentación de ese periodo, y que en los últimos daños está ofreciendo frutos espectaculares.

Los documentos dados a conocer ahora los encontró el historiador Michael Hesemann en la iglesia de Santa María del Alma, el templo madre de los católicos alemanes en la Ciudad Eterna.

Según descubrió este experto, Pío XII (Eugenio Pacelli) envío a su sobrino, el príncipe Carlo Pacelli, a que se entrevistase con el obispo austriaco Alois Hudal, cabeza de Santa María del Alma, que tenía buenas relaciones con los nazis porque compartía algunos de sus puntos de vista. Sabía el Papa que una gestión directa de este prelado podía ser más efectiva que su propia intervención ante el embajador alemán.

Hasta llegar a Himmler
Así que Carlo Pacelli le transmitió a Hudal, en nombre del Papa, la orden de escribir una carta al general Reiner Stahel para que interrumpiese las deportaciones.

La carta encontrada por Hesemann dice textualmente: "Una alta fuente vaticana acaba de informarme de que esta mañana ha comenzado el arresto de judíos de nacionalidad italiana. En interés del diálogo pacífico entre el Vaticano y la autoridad militar alemana, le ruego urgentemente que detenga estas detenciones en Roma y su área metropolitana. Lo exigen la reputación de Alemania ante países extranjeros, y también el peligro de que el Papa proteste abiertamente contra ello".

Es muy importante esta última frase, porque da cuenta de la razón del silencio de Pío XII, que tantas veces se le ha reprochado, y que a la luz de esta misiva era parte del precio por salvar vidas humanas concretas.

Esta carta de monseñor Hudal fue llevada en mano al general Stahel por el sacerdote alemán Pancratius Pfeiffer, superior de la congregación de los salvatorianos, íntimo colaborador del Papa y que conocía personalmente al militar alemán.

A la mañana siguiente, Stahel llamó por teléfono para informar de lo siguiente: "Trasladé este asunto inmediatamente a la Gestapo local y a Himmler personalmente, y Himmler ordenó que, dado el estatus especial de Roma, se interrumpiesen en el acto las detenciones".

Que esto sucedió así, recoge Zenit, se sabe por el testimonio del general Dietrich Beelitz, oficial de enlace entre el general Albert Kesselring, al mando de las tropas alemanas en Italia, y el cuartel general de Hitler. El general Beelitz fue testigo presencial de la conversación entre Stahel y Himmler, y testificó ante el padre Peter Gumpel (instructor de la causa de beatificación de Pío XII) que Stahel se dirigió al jefe de la Gestapo en un tono militar imperioso, hasta obtener de Himmler esa garantía.

Más descubrimientos llamativos
La amistad de Stahel con los militares alemanes logró aún más cosas, como que 550 colegios e instituciones religiosas quedasen exentas de las inspecciones nazis, lo que sirvió para que fuesen utilizadas como refugio para cientos de judíos perseguidos. Algo que anotar en el haber de este prelado, a quien se acusó después de la guerra de facilitar la huida de nazis implicados en crímenes.

Hesemann ha encontrado también un documento de alcance. Se trata de la orden original de las SS para proceder al arresto de ocho mil judíos en Roma para ser trasladados no a Auschwitz, sino al campo de Mauthausen, y no para su asesinato, sino como rehenes.

Este hecho, sugiere Hesemann, puede explicar la moderación pública de algunas manifestaciones de la Iglesia, en previsión de tener que negociar luego su liberación. Pero los datos sobre las gestiones encaminadas a salvar la vida de miles de personas con nombre y apellidos son cada vez más incontestables, y explican la multitud de muestras de agradecimiento de organizaciones judías, y de judíos a título personal, a Pío XII al finalizar la guerra, y que continuaron hasta su muerte en 1958.

Sólo años después comenzó la campaña contra su memoria, que no ha aportado un solo documento significativo. El poco aprecio por la verdad de muchos historiadores que acusan al Papa Pacelli queda de manifiesto en que, según explica Gary Krupp a Zenit, ni siquiera se han molestado en consultar ninguno de los documentos descubiertos y hechos públicos por Pave the Way.