En una sociedad que busca espiritualidad sin religión, "lo celta" se presenta como muy sugestivo: la música tradicional de Irlanda y Gales, las ruinas de los monasterios de Iona o Lindisfarne y las historias de grandes santos como Patricio, Columba o Brandán despiertan anhelos de belleza y trascendencia en todo el mundo anglohablante (de Inglaterra a Australia o EEUU). También en España y Bretaña, muchos buscan una espiritualidad alternativa que enlace con el pasado, que pueda reclamar el sello de ser "ancestral": votantes del BNG, nacionalistas o regionalistas de todo tipo o simplemente personas románticas o amantes de la belleza de lo antiguo miran al "pasado" celta para construirse una identidad.
Solo encuentran un problema: San Patricio, San Brandán, San Columba, Iona, Lindisfarne, Irlanda, Beda el Venerable y todo lo que queda del pasado celta es católico, apostólico y romano. Demasiado romano, de hecho, para el gusto de muchos anglicanos, protestantes británicos en general y presbiterianos escoceses de la Iglesia Nacional, llamada The Kirche.
La tesis de muchos en estas iglesias es la siguiente: se puede ser católico, en el sentido de ser "apostólico" y seguir "la fe recibida de los apóstoles" sin ser romano, y la "prueba del algodón" está en la independencia respecto al Papa de Roma. Estos grupos querrían que los antiguos cristianos de las Islas Británicas hubieran sido independientes del magisterio y la autoridad del Papa de Roma, con sus propias enseñanzas y liturgias, de forma que la Reforma protestante del siglo XVI, con Enrique VIII y sus sucesores, se vise legitimado contra las "intromisiones" de Roma.
Los neopaganos y "newageros" en general aprovechan el concepto de un "cristianismo celta independiente de Roma" para vaciarlo de doctrina y rellenarlo de lo cualquier cosa, afirmando que los primeros "cristianos celtas" creían en el panteísmo, la reencarnación, el politeísmo o, como mínimo, ecologismo. En cualquier caso, nada de Papa de Roma, nada de catolicismo, autoridad, estructura ni universalidad de la Iglesia Católica.
Hay muchas leyendas, hermosas y piadosas, sobre cómo el cristianismo llegó a las Islas Británicas, pero desde un punto de vista sociológico parece claro que llegó, como a tantos otros sitios, a través de las legiones (con todos sus cuerpos auxiliares que viajaban con ellas) y de los mercaderes mediterráneos que buscaban oportunidades en Britania.
Recién despenalizado el cristianismo, cuando en Arles (Francia) se celebra un primer concilio contra la herejía donatista en 314 d.C., aparecen tres obispos llegados de Britania, en plena comunión con Roma y sus conclusiones. Los obispos en ese concilio escriben al Papa Silvestre diciendo que los han celebrado "como si vos mismo estuvieseis presente" y pidiéndole "según la costumbre" enviar cartas a todas las iglesias explicándoles las conclusiones. Por lo tanto, era evidente ya entonces la autoridad del Papa "para dar una opinión decisiva en temas disputados de doctrina y disciplina", como admite el historiador anglicano T. Jailand en su libro "The Church and the Papacy".
Hacia el año 422, las herejías pelagianas, recién condenadas en Roma, empiezan a extenderse en las Islas Británicas. "Es característico que los britanos pidieran al Papa que les ayudara contra esa invasión", escriben los historiadores Collingwood y Myres en su libro "Roman Britain and the English Settlements". El papa Celestino I envió a Britania a su representante, San Germano, obispo de Auxerre, en el 429, quien fue invitado de nuevo en el 446, acompañado de Severo, para combatir el pelagianismo. Hay que decir que Germano fue maestro en Auxerre de dos santos que tendrían gran influencia: San Illtud, en Gales, y el mismísimo San Patricio, de origen inglés y evangelizador de Irlanda, aunque a la Isla Verde llegó antes que él, Paladio, consagrado por Celestino I en 431 como primer obispo de Irlanda.
En cuanto a San Niniano, primer evangelizador de los pictos en Escocia (principios del siglo V), hasta los historiadores protestantes admiten que aunque debía ser de origen britano, se habría formado en Roma (así W. D. Maxwell, en "A History of Worship in the Church of Scotland").
Por último, en época del Papa San León el Grande (un papado largo, del 440 al 461), Roma envió una orden a las Islas Británicas sobre las fechas de celebración de la Pascua, orden que fue acatada... y mantenida hasta que llegó una nueva orden 150 años después.
En este momento, hacia el 450 dC., el Imperio se hundió, Britania se quedó sin legiones y oleadas de anglos, jutos y sajones invadieron las islas, exterminando el cristianismo de Inglaterra, con la excepción de zonas más agrestes del norte o de Gales, donde se concentraron oleadas de britano-romanos cristianos huyendo de los bárbaros. Se cortaron las comunicaciones con Roma y con Europa.
Es verdad que los monjes irlandeses tenían algunas peculiaridades menores: su tonsura era distinta, también su fecha de celebrar la Pascua y algunos detalles en la ceremonia del bautismo. Pero eran aspectos locales pequeños, lógicos en una iglesia aislada y lejanísima. Así, los cristianos de las Islas Británicas, "nunca dejaron de ser católicos en doctrina ni en el reconocimiento a la supremacía espiritual de los sucesores de San Pedro" (afirma S. J. Crawford en "Anglo-Saxon influence on Western Christendom").
En el año 597, el Papa Gregorio Magno envía al monje Agustín (San Agustín de Canterbury) con 40 compañeros a evangelizar a los "ingleses", es decir, a los reinos paganos de anglos y sajones en Britania, de orígenes germánicos. El Papa da instrucciones a Agustín de que colabore con los obispos locales, que son de etnia celta y una cultura de origen britano-romana. Nada más llegar, Agustín tiene un éxito sorprendente al bautizar a Aethelbert, rey de Kent y a miles de sus súbditos.
Luego se dirige a los obispos de etnia celta (que siguen celebrando la misa en latín, obviamente) y les pide colaboración. Explica Beda el Venerable en su "Historia Eclesiástica", acabada en el año 731, que los obispos britanos, de la etnia oprimida durante 150 años por los ahora nuevos conversos, consideraron que Agustín era orgulloso y altivo. Quizá también le consideraron colaboracionista con el enemigo sajón. Y se negaron a colaborar con él y con los nuevos cristianos anglosajones, la etnia de sus enemigos. Agustín -dice- Beda- les pidió cambiar la fecha de la Pascua y detalles del bautismo, pero ellos se negaron y mantuvieron las peculiaridades de la época de León el Grande.
El proceso duró un siglo. En el sínodo de Whitby (año 663), San Wilfrid convence a los celtas de Nortumbria, en la frontera con Escocia (dice Beda que Wilfrid recordó las promesas de Cristo a San Pedro, y que aunque los monjes de Lindisfarne no cedieron y prefirieron emigrar, sus vecinos sí se convencieron). Pronto les siguieron los de Iona e Irlanda. Después, los de Strathclyde. Luego, Aldhelm, obispo de Sherborne, absolutamente anglosajón, insistió a los cristianos celtabritanos de Cornwall que "es vano que presuman de catolicismo los que rechazan la doctrina y mando de San Pedro", lo que acabó convenciendo a la mayoría de cornualleses. Los más testarudos fueron los galeses, que no cedieron hasta el año 768 con el obispo Elfodd.
Fue un proceso complicado por el factor étnico y las guerras y la falta de comunicaciones, pero los celtas admitían siempre la unidad bajo Pedro, y esa unidad fue lo que prevaleció.
Cuando en el siglo XVI los protestantes (anglicanos, presbiterianos y luego puritanos) negaron la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y dijeron reclamar la "pureza" de los antiguos cristianos, les habría ido muy bien encontrar algún antiguo libro litúrgico celta donde la Misa se presentase como un mero símbolo de comunión. Pero esos libros nunca existieron porque los celtas nunca habían creído las doctrinas que los protestantes del siglo XVI profesaban.
Era tanto el deseo de los protestantes del siglo XVI de buscar algún "cristiano celta no romano", que algún entusiasta protestante galés inventó una falsa carta de un tal "Dinoot, abad de Bangor-is-Coed" a Agustín de Canterbury diciendo que el obispo de Roma falsamente dice ser "padre de padres" y que no merece ninguna reverencia especial. Se trata de una falsificación admitida por todo el mundo y nunca se ha encontrado ningún indicio de desafío en las Iglesias celtas a la autoridad del Papa ni de ruptura con la doctrina romana.
Por eso, incluso J. C. McNaught, un ministro presbiteriano de la Iglesia Nacional Escocesa que durante mucho tiempo creyó en una "Iglesia celta" antigua, independiente de Roma, tuvo que cambiar de opinión al revisar la evidencia (en su libro "The Celtic Churches and the See of Peter"): "Como resultado de nuestra investigación tenemos que concluir que la antigua Iglesia celta, lejos de ser independiente de Roma en el sentido de rechazar la supremacía papal, era simplemente una parte de la Iglesia Católica y con la Iglesia entera reconocía al Papa como su cabeza visible".
O dicho de otra forma: quien se sienta inspirado por San Patricio, San Columba o San Brandán, San Niniano o Santa Bridget, Illtud o los cristianos anteriores a la invasión anglosajona, puede unirse a ellos en la familia de la que formaban parte y que mantiene su herencia y memoria: la Iglesia Católica.