Cientos de muertos y heridos, otros tantos desaparecidos, decenas de detenciones arbitrarias y miles de personas que han dejado el país. Esta es la situación que vive Nicaragua en este momento desde que comenzaron las protestas contra el presidente Ortega tras su deriva dictatorial y la furibunda represión realizada por el gobierno contra la población.
Ante una situación límite, la Iglesia en el país se ha puesto del lado del pueblo, al igual que ha ocurrido en Venezuela, y pese a las amenazas y agresiones contra los propios obispos y sacerdotes se han mantenido firmes. La imagen del cardenal Brenes portando el Santísimo y recorriendo las calles para evitar una matanza por parte de Ortega dio la vuelta al mundo. En esta famosa fotografía sale detrás del arzobispo de Managua el sacerdote Juan José Ortiz.
Este religioso ha sido testigo de la violencia extrema y ha sufrido en sus carnes las amenazas y las calumnias. En este momento se encuentra en España ampliando sus estudios gracias a una beca de CARF (Centro Académico Romano Fundación), que ayuda a sacerdotes de países en persecución o pobres.
En esta entrevista con Religión en Libertad, el padre Ortiz habla de su vocación, de la difícil situación de su país y del papel que está desempeñando la Iglesia:
- ¿Cómo fue su infancia?
- Soy el tercero de cuatro hermanos los cuales fuimos criados solamente por nuestra madre. En este sentido, no puedo dejar de agradecer a mi madre porque ha hecho un extraordinario trabajo como “padre” y como “madre”. Es una mujer ejemplar a la que yo admiro muchísimo por su esfuerzo para sacar a sus hijos adelante.
- ¿Creció usted en una familia cristiana?
- Sí nací en una familia cristiana (quizá no la más perfecta), pero debo reconocer que en ella aprendí los valores cristianos y sobre todo una gran devoción a la Santísima Virgen María que ha marcado y acompañado mi vocación hasta el día de hoy. En general podría decir que fui un niño piadoso. Claro que en la adolescencia hay sus momentos de locuras y errores, pero siempre procuré no ser motivo de preocupación para mi madre y mi familia ya que tenía siempre presente los sacrificios que hacían por mí.
- ¿Cuál era la situación del país en aquellos años?
- Bueno, mi niñez se desarrolló en dos momentos históricos importantes de Nicaragua. Yo nací en el año 1987. Era una época difícil de la cual no tengo recuerdos (por mi corta edad en ese entonces). Se trataba del final de los duros años ochenta –según lo que cuentan mis familiares de mayor edad-; años en que el país estaba gobernado por el régimen izquierdista del Frente Sandinista que había derrocado a la dictadura somocista en el año 1979. Un proyecto ideológico y político que para esas fechas se vino deteriorando, lo que generó la denominada “contra” cuya oposición generó otra terrible guerra (además de la que derrocó al dictador Somoza). Eran años muy duros: pobreza, racionamiento, muchas muertes, familias divididas. Siempre escuché de mi familia y de muchos nicaragüenses en general llamarle la “terrible década de los ochentas”.
La segunda etapa de mi niñez se desarrolló en los años noventa. En 1990 se logra establecer la democracia en Nicaragua con el triunfo (a través de elecciones democráticas) de doña Violeta Barrios de Chamorro, quien realizó una gestión grandiosa para restablecer la paz en el país. Recuerdo que una de las cosas que más me impresionó fue ver la quema y destrucción por parte de la presidenta Barrios de Chamorro de miles de armas que se utilizaron en la guerra fratricida que tanto hizo sufrir a mi pueblo en la década anterior. En general los años noventa fueron años de bastante tranquilidad y bienestar en el país. 16 años de gobiernos democráticos (1990-2006), aunque no todos fueron los mejores ya que por actos de corrupción poco a poco el modelo democrático se vino deteriorando hasta llegar a la crisis de abril del año 2018 que ha hecho de nuevo sufrir mucho al pueblo de Nicaragua y en donde la Iglesia se ha dedicado a ser –como dice el Papa Francisco- “hospital” y “tienda de campaña” para los hermanos de nuestra patria que se han visto afectados por la misma.
- ¿Cómo fue su llamada al sacerdocio?
- Mi proceso vocacional fue paulatino. Anteriormente te decía que era un niño piadoso. Siempre sentí gran atracción por las cosas sagradas, las cosas de Dios. Tengo hermosos recuerdos de infancia como por ejemplo, jugar a ser sacerdote y que celebraba la santa misa. En mi país está muy arraigada la piedad popular en manifestaciones hermosas como las procesiones; de niño jugaba a las procesiones también. Aunque a mi madre no le gustaba y a veces me reprendía siempre gusté de las cosas de Dios. También en algún momento soñé con ser arquitecto. Con el tiempo fui creciendo y realicé mis estudios de primaria y secundaria y ya a punto de concluir mi bachillerato vino a mí esta cuestión: “¿Qué voy a hacer de mi vida?”. Era una voz interior que me interpelaba y que en el fondo también me daba la respuesta: servirle a Jesús.
El padre Juan José Ortiz, junto al cardenal Brenes, arzobispo de Managua
En esos momentos de confrontación interior nombran a un nuevo párroco en la parroquia de mi barrio en Managua. Recuerdo que me impresionó verlo vestir su sotana, sentarse al confesionario todos los días, celebrar la Eucaristía con piedad y con cuidado de todos sus detalles. Esto me atrajo mucho. Cuando me di cuenta ya estaba muy insertado en varios grupos de mi parroquia (fui monaguillo, misionero, caballero del santísimo, catequista), hasta que una tarde, lo recuerdo muy bien, decidí acercarme a mi párroco y decirle que quería entrar al seminario. Cuando entré a su oficina me dijo: “Te estaba esperando” algo que me impactó y me dejó sin palabras. Y al final de nuestra conversación también me dijo: “Sea lo que sea que pase en tu proceso vocacional, ya sabes que siempre cuentas con el apoyo de tu parroquia”. Debo confesar que mi párroco y mi parroquia nunca me han dejado solo, ni como seminarista, ni en los años que llevo de ordenado. Doy gracias infinitas a Dios por eso.
- Actualmente está en España, ¿Cómo ha vivido la situación que vive su país?
- Aun me considero como un “recién llegado” a estas queridas tierras españolas. En mis primeros tres meses, tengo que admitirlo, me sentí muy impotente por la situación de mi país. En efecto, me tocó vivir los meses más crudos de la crisis (de abril a agosto). Vi cosas que nunca pensé que vería en mi vida. Asesinatos, ciudades reprimidas, familias divididas, censura, un éxodo masivo de nicaragüenses fuera del país por miedo a la crisis socio-política, intimidación de parte de las fuerzas armadas (policía nacional) contra todo aquel que manifestara su descontento contra el gobierno sandinista y participara en una protesta, etc.
El padre Ortiz, justo detrás del cardenal en las marchas con el Santísimo con las que la Iglesia marchó para evitar la violencia de Ortega y sus seguidores
La Iglesia católica en Nicaragua (desde los obispos hasta los sacerdotes) nos comportamos en esos meses como verdaderos profetas: desde los púlpitos denunciábamos; en las calles éramos agentes de consuelo y misericordia para todos aquellos que eran víctimas de la violencia. Esto generó odio, contra la Iglesia y tuvimos que pagar consecuencias, como la agresión que algunos obispos y sacerdotes recibimos por parte de fanáticos del gobierno de Daniel Ortega aquella triste mañana del 10 de julio de 2018, en la Basílica de San Sebastián en la ciudad de Diriamba del departamento de Carazo. Fuimos víctimas de una terrible emboscada en donde nos insultaron y nos golpearon por ofrecer nuestra cercanía a aquella ciudad que dos días antes había sido brutalmente reprimida.
Cómo administrador parroquial en una pequeña parroquia de Managua también tuve momentos tensionantes: asedio, espionaje (grababan mis homilías), calumnias en las redes sociales, amenazas, etc. Recuerdo muy bien que en esos meses había mucho miedo. Ya a las 6 de la tarde todos se encerraban en sus casas por miedo a la represión. Cuando llegué a España a finales de agosto del 2018 y pude salir de noche a las calles de Madrid, lloré porque desde hacía meses no lo podía hacer en mi propio país.
Como ves vine con grandes heridas a la “madre patria”. Esta experiencia dolorosa en Nicaragua y ahora esta nueva etapa como estudiante en España, la he visto como un designio misterioso de Dios en mi vida. Actualmente estoy más tranquilo y aunque sé que la situación de mi país aún es muy crítica no pierdo las esperanzas (y sé que mis compatriotas también) de que todo mejorará y seremos un país libre de toda estructura de pecado manifestada en la clase política de la nación. Realmente esto es lo que ha hecho sufrir tanto a mi pueblo en estos últimos 40 años.
- ¿Cómo ve el pueblo de Nicaragua el papel que está desempeñando la Iglesia?
- La Iglesia está siendo perseguida en mi país porque se le ha tildado de “politiquera”. Se ha intentado ensuciar su imagen. La Iglesia Católica de Nicaragua no tiene ningún interés más que salvaguardar la dignidad y los derechos humanos de todo aquel que sufre en este contexto. La Iglesia es consciente que todo aquello que vaya en detrimento de la dignidad de la persona humana es contrario a la voluntad de Dios, que ha creado al hombre para ser su imagen y semejanza en Cristo. La Iglesia no pretende inmiscuirse en las soluciones ante la grave situación que afronta Nicaragua, simplemente quiere ser una servidora e iluminadora de conciencias desde la profecía para hacer ver todo aquello que está destruyendo al país y para buscar caminos de reconciliación, justicia y paz auténticamente evangélica entre todos los nicaragüenses.
- ¿Viendo la situación de Nicaragua qué puede ofrecer usted a la gente de su país?
- En primer lugar mis oraciones. El poder de la oración hecha con mucha fe es muy grande. Todos los días encomiendo a mi patria. En segundo lugar consuelo y esperanza. Constantemente, a través de las redes sociales, recibo mensajes y trato de infundir respuestas de aliento y optimismo en mis hermanos compatriotas. En último lugar, dando a conocer la situación de mi país por medio de oportunidades como esta. También compartiendo el papel preponderante que la Iglesia está jugando en este momento histórico de Nicaragua, para que no seamos olvidados por el mundo.
- ¿En medio de tanta violencia y odio, ¿ha visto usted en Nicaragua y en su gente algún milagro o hecho que dé esperanza?
- Sí lo he visto. He visto cómo Dios se ha manifestado como Señor del tiempo y de la historia de mi país. Lo que vivimos ahora en Nicaragua, en el fondo, es un despertar a los valores, una auténtica revolución moral ante estructuras de pecado que han venido debilitando nuestra sociedad. Me impresiona mucho el parecido que mi país llegó a tener con la sociedad del tiempo del profeta Amós (siglo VIII a.C.): una sociedad llena de injusticias sociales, de grandes desigualdades y de corrupción a todos los niveles y tristemente en las estructuras gubernamentales. Han surgido nuevos liderazgos, con nuevos ideales en donde la juventud ha tomado una posición determinante. Nuestro pueblo ha sufrido demasiado los embates de una política inmoral que lejos de servir a los más necesitados, se ha servido de ellos.
Hay motivos para tener esperanza. Nuestro gran poeta nicaragüense Rubén Darío escribió esta frase: “Si la patria es pequeña, uno grande la sueña”. Los nicaragüenses no solo soñamos con una patria grande, sino que ya queremos construirla, pero ya no sobre arena movediza, sino sobre piedra solida: una sociedad más justa, más humana que refleje el Reino de Dios en la tierra. Dios quiera no estemos lejos de ver ese día en que la misericordia y el amor de divina triunfarán sobre el odio, la muerte y el egoísmo.
- ¿Por qué está en España ahora?
- He sido enviado por la Arquidiócesis de Managua, para realizar estudios en la licenciatura de Teología Moral y Espiritual en la universidad de Navarra en Pamplona. Esto gracias a las becas que se gestionan por medio de la fundación CARF que ayuda a la formación de sacerdotes que realizan su misión pastoral en las diócesis más pobres del mundo.
- ¿Qué le parece nuestro país, y qué es lo que más le llama la atención?
- España me parece un país hermoso. Con gente muy acogedora, amable, servicial y educada. También me parecen muy cultos. A nivel social me llama la atención el hecho de que su población es bastante pluricultural. También el hecho de que es un país que acoge a muchos extranjeros y generosamente les ofrece oportunidades de trabajo y salud pública. En cuanto a la gastronomía, por su puesto, me encanta la tortilla española, un buen vino y la paella. De la Iglesia, me ha parecido maravilloso llegar a estas tierras de dónde provino la fe cristiana hacia Latinoamérica. También me gusta mucho de España su gran devoción a la Santísima Virgen María manifestado en todas las advocaciones extendidas y veneradas por todo el territorio nacional.