En 1975 cayó Saigón en manos del comunismo norvietnamita y muchos cristianos perseguidos encontraron muy restringidas sus libertades religiosas. Las nuevas autoridades impidieron, por ejemplo, que se ordenara sacerdote a Raphael Nguyen, cuya ordenación sacerdotal estaba prevista para 1978, con 25 años.
Sería detenido y torturado dos veces y perseguido por piratas, y pasaría años en míseros campos para refugiados. No sería ordenado hasta los 44 años, ya en Estados Unidos, en la diócesis de Orange, California, donde sigue sirviendo hoy. Esta es la historia de un sacerdote que sabe lo que es huir y ser retenido años y años. La ha contado a Jim Graves en el National Catholic Register.
Aún siendo bebé, su familia huyó al sur
Raphael nació en Vietnam del Norte en 1952, zona que desde 1954 estuvo bajo control comunista. En las primeras fases de la persecución contra los católicos hubo casos de torturas y asesinatos especialmente crueles. Así, recuerda este sacerdote, a algunos católicos los hundieron en tierra, sólo con la cabeza fuera, para decapitarles con herramientas de granja.
La familia de Raphael huyó al sur del país, donde había libertad para ellos, pero no tranquilidad, debido a la guerra. En el sur se levantaba a las 4 de la madrugada con 7 años para ayudar a servir como monaguillo en la primera misa, lo que ayudó a su vocación. En 1963 entró en un seminario menor y en 1971 en el seminario mayor en Saigón.
Enseñaba catequesis a los niños mientras las bombas de terroristas comunistas explotaban cerca de sus clases.
Trabajos forzados en el pantano por dar catequesis a niños
Cuando en 1975 los comunistas ganaron la guerra y pasaron a controlar todo el país, los seminarios intentaron acelerar los estudios de sus jóvenes. Raphael cursó en un año la filosofía y teología que normalmente se cursaba en tres años. La idea era ordenarlo en 1978. Pero las autoridades comunistas simplemente lo bloquearon.
Después, en 1981 las autoridades lo detuvieron 13 meses por el "delito" de "enseñar religión a niños ilegalmente". Le enviaron a un campo de trabajos forzados en junglas y pantanos: muchas horas de trabajo físico, poca comida y golpes y palizas si no cumplía con el cupo de trabajo asignado.
"A veces trabajaba de pie en el pantano con agua hasta el pecho y árboles densos que bloqueaban el sol", recuerda. Había serpientes venenosas, sanguijuelas y jabalíes salvajes que eran un peligro continuo para los presos.
Los forzados dormían en el suelo en chozas destartaladas y abarrotadas de presos, que no protegían de la abundante lluvia. Los guardias "eran como animales" en su brutalidad y Raphael recuerda con tristeza cómo mataron a un amigo suyo de una paliza.
Repartir la Comunión escondida en el paquete de cigarrillos
Raphael no era sacerdote, pero ayudaba a dos sacerdotes cautivos a repartir la comunión, escondiendo las Hostias en un paquete de cigarrillos. Estos sacerdotes conseguían celebrar misas y confesiones a escondidas.
Pasados sus meses de trabajo forzado, se le dejó en libertad, pero él veía que todo el país era como una gran prisión sin libertades. Con unos amigos, consiguieron un bote para huir por mar a Tailandia, pero en el mar embravecido se estropeó el motor. Lograron escapar de morir ahogados, pero tuvieron que volver a la costa vietnamita donde les capturó la policía.
Esta vez le castigaron con 14 meses de cárcel en una prisión de ciudad. Aquí practicaban otra tortura: descargas eléctricas que recorrían su cuerpo, tan fuertes que le dejaban inconsciente. Cuando despertaba, pasaba varios minutos sin saber quién era ni dónde estaba.
Pero en esta prisión, explica Raphael, "yo rezaba todo el tiempo, y desarrollé una relación cercana con Dios. Ese me ayudó a decidirme en mi vocación". Sentía compasión por otros presos y deseaba poder ayudarlos como sacerdote.
Perseguidos por los piratas
En 1987, cuando lo soltaron de la prisión, de nuevo buscó escapar en barco: un bote de 9 por 3 metros con 34 personas a bordo, incluyendo niños.
En dos ocasiones lograron esquivar por la noche a barcos de piratas que recorrían esas aguas para robar y matar a los hombres y secuestrar o violar a las mujeres.
En una tercera ocasión, los piratas les vieron y les persiguieron ya de día al acercarse a la costa tailandesa. El Padre Raphael explica que él tomó el control del barco para realizar una serie de maniobras arriesgadas y hábiles con las que consiguió ganar terreno a los piratas y llegar a tierra.
Suicidios en los terribles campos de refugiados
En Tailandia pasó dos años en un campo de refugiados mientras esperaba que algún país aceptase su petición de asilo. La comida y el espacio eran escasos y se les prohibía salir del campo. "Las condiciones eran terribles, la gente desesperaba y hubo 10 suicidios mientras estuve allí", recuerda.
Raphael intentó ayudar a la gente organizando encuentros regulares de oracióny peticiones de comida para los más necesitados.
En 1989 le trasladaron a un campo de refugiados de Filipinas donde las condiciones eran mejores.
Y 6 meses después llegó como refugiado a Santa Ana, en Estados Unidos. Empezó a estudiar informática, al tiempo que recibía dirección espiritual con un sacerdote vietnamita. "Recé mucho para conocer qué camino seguir", explica.
Por fin pudo entrar en el seminario en 1991. Ya sabía algo de latín, griego y francés, pero el inglés le costó mucho. Finalmente pudo ser ordenado en 1996. "Me sentí muy, muy feliz".
El choque con la cultura consumista y banal
De Estados Unidos aprecia su libertad, pero como muchos otros inmigrantes vietnamitas lamenta su cultura consumista, la fuerte inmoralidad y la falta de respeto a ancianos, padres y clérigos. Cree que la cultura tradicional vietnamita, con familias fuertes y respeto a la autoridad, han aportado una cantidad desproporcionada de sacerdotes vietnamitas en Estados Unidos, y una fe más fuerte, probada en la persecución.
Mirando hacia atrás, la historia de su vida, se maravilla: "Es asombroso que, después de tanto, Dios me eligiera para servirle a Él y a otros como sacerdote, especialmente a los que sufren".
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