Fiona Cortadillas tiene poco más de 20 años y desde hace menos de uno que es católica. Esta joven universitaria valenciana recibió el pasado mes de mayo el Bautismo, la Confirmación y la Comunión tras una conversión propiciada mientras estudiaba en la Universidad de Navarra.
“El 15 de mayo de 2021 fue el día más importante de mi vida”, confiesa la estudiante de Enfermería natural de la localidad de Gandía. Entraba así a formar parte de la Iglesia Católica tras un proceso en el que el ejemplo de sus amigas y compañeras en Pamplona fueron el detonante de su conversión.
Sus padres habían recibido los sacramentos pero no eran practicantes. Tanto ella como su hermana no fueron bautizadas pues afirmaban que esta decisión la debían tomar ellas cuando fuesen adultas sin ser algo impuesto desde el nacimiento.
Así creció Fiona, aunque la fe no era del todo desconocida para ella pues fue a colegios religiosos. Y entonces llegó a la Universidad de Navarra, perteneciente al Opus Dei, y en Pamplona aterrizó en un CED (Centro de Estudio y Trabajo), un lugar donde vive mientras compagina estudios y trabajo.
“Yo del Opus Dei conocía lo que había leído en clase de Historia y poco más, pero me considero una persona abierta de mente y sabía que en algún sentido me podría ayudar”, cuenta la joven en la web de la Prelatura.
Fiona estaba en un centro vinculado a la Iglesia, y además lejos de su tierra. Era un choque grande para ella, acentuado aún más por un mal momento personal por la pérdida de un ser querido.
“Vine muy destrozada y yo no entendía. Si Dios nos quiere tanto, en una situación así, ¿por qué se tiene que llevar a una persona?”, se preguntaba.
Sin embargo, la llegada al CET afirma que le dio la vida. Recuerda ver a sus amigas y compañeras yendo a misa cada domingo y al final acabó acompañándolas simplemente “para ver un poco que era, pero tampoco sentía esa atracción hacia el cariño de Dios”.
La estudiante de Enfermería cuenta aquella experiencia inicial: “Fue muy chocante. Cuando llegué no era rechazo, pero fue un choque de emociones que hubiera una residencia con oratorio, que la gente se arrodillase, hiciera genuflexión, que saludase a Jesús; pero cuando lo sientes y te fijas en cómo vive una persona que tiene a Dios a su lado, cómo se da al otro y transmite ese cariño, la cosa cambia…”.
Esta relación con sus compañeras católicas y ver el papel que la fe tenía en sus vidas fue poco a poco interrogando a Fiona. Ella misma relata que “veía en ellas que de alguna manera tenían durante el día a Dios presente en todo momento, y que al tenerlo presente las cosas iban de otra manera, que cuidaban cada detalle, daban servicio al otro, cariño, tenían una fuerza diferente para el día a día y una gracia que yo no tenía”.
Fiona empezó a ver todo lo bueno que aportaba la fe a través del ejemplo de estas amigas y así fue como “de manera indirecta” –asegura ella- “el Señor decidió que era mi momento”.
No fue fácil este camino. “Es difícil creer que Dios está ahí, que cuando comulgas recibes a Cristo, esto es complicado, pero tenemos que tener esa fe en Él. Y cuando la tenemos la vida cambia, tenemos la gracia de Dios dentro y la fuerza para continuar”, agrega.
Con estas inquietudes acerca de Dios fue transcurriendo la universidad hasta que llegó la pandemia. El tiempo separado de Pamplona le hizo poner las cosas en perspectiva y esta llamada se afianzó.
Al volver a Navarra una amiga, la que acabaría siendo su madrina de Bautismo, le planteó la gran pregunta: “Oye Fiona, ¿no te gustaría recibir catequesis para bautizarte”. “Claro que sí”, respondió ella, que era algo que ya tenía en su interior pero que le daba miedo expresar.
En primer lugar contó esta decisión a sus padres, que estaban “felices completamente” por este paso que iba a dar Fiona. En el CED el anuncio fue una fiesta.
“Don Ignacio ha sido el sacerdote que me ha llevado en la dirección espiritual. Es el sacerdote capellán de la facultad de Enfermería. El primer día de clase nos transmitió todas las actividades de formación cristiana que había y siempre se ha preocupado mucho por todos nosotros. Me animé a hablar con él y le comentaba cosas del día a día. Nunca había recibido ni dirección espiritual ni sabía de qué iba, pero el que te ayuden en los problemas es una suerte”, explica la joven.
Iba a catequesis, recibía dirección espiritual, acudía a charlas… y la fe iba creciendo en Fiona. “Estaba muy contenta, descubría cosas que me daban felicidad”, confiesa.
Lo más complicado era anunciar su conversión a sus amigos de Gandía y algunos compañeros de la universidad. Pero para su sorpresa, todos se alegraron e incluso querían ir al bautizo. Ella considera que su caso puede hacerles también “reflexionar y ver lo necesario de tener al Señor a su lado”.
Por fin llegó el 15 de mayo, día que recibiría los sacramentos de iniciación. “Cuando me bautizaron fue una gran emoción por dentro, una felicidad de por fin recibir la gracia y cuando comulgué fue ya apoteósico… Me sentía muy contenta”, cuenta emocionada.
Sus padres vieron la felicidad plena de su hija y aún siendo no practicantes se emocionaron. Su padre, cuenta alegre Fiona, lloraba al verla comulgar, también su madre. Tras hablar con ella después de la celebración ésta decía a su hija: “vivir con gente que tiene al Señor al lado te ha ayudado mucho. Verte así me ayuda, hasta yo me estoy dando cuenta de que hay algo más allá, que Dios existe y lo necesitamos en nuestras vidas”.
“Soy hija de Dios, soy cristiana”, concluye orgullosa Fiona, una católica más dispuesta a mostrar a Dios a otros, como a su vez lo hicieron con ella.