El Papa nombró este martes 17 de octubre obispo auxiliar de la archidiócesis de París (Francia) a Emmanuel Tois, del clero de esa misma ciudad y hasta ahora vicario general. Un prelado con una historia muy interesante detrás.
Emmanuel Tois se confirmó con 11 años. Desde ese momento supo que quería ser sacerdote, pero su familia le obligó a tener primero una carrera y estudios. Tras trabajar 16 años como juez en los tribunales de París, cuenta en el portal MaVocation que durante este tiempo, el Señor le estuvo preparando para acoger el sufrimiento de los demás.
Escuchar y comprender. Ser juez le enseñó a ser sacerdote
“No puedo desvincular mi carrera profesional de mi vocación”, cuenta el exjuez y sacerdote Emmanuel Tois en Le Figaro.
Durante su experiencia como magistrado, comprendió que las víctimas y los delincuentes “se sentían reconfortados por el simple hecho de escucharles. Rara vez tenía algo que responder, sobre todo tenía preguntas que hacer y escuchar”.
Este tiempo también le enseñó a comprender. “No es fácil convertirse en delincuente. En muchos casos, quien llega a serlo ha sufrido situaciones horribles, y no hay que tener miedo a decirle a alguien que puede estar equivocado”. “Mi experiencia profesional me ha servido tanto que estoy seguro que Dios quiso que la tuviese”, resume.
Una vocación prematura e incomprendida
“A los 12 años recibí el sacramento de la Confirmación, y supe de inmediato que el Señor quería que fuese sacerdote”.
“Hice el propósito de ir a misa, pero mis padres no practicaban. Les pareció bien que fuese el domingo, pero cuando quería ir entre semana, pensaban que era demasiado”. Por eso, Emmanuel esperó “como una liberación poder irme de casa, porque la misa es lo que me ha guiado durante toda mi vida”.
Su tío era sacerdote, pero cuenta que “le hablé poco de mi vocación porque durante un tiempo tuve miedo de seguir mi vocación para imitarle”. No fue hasta los 14 años cuando “hablé por primera vez con un sacerdote, y desde entonces varios párrocos me ayudaron a dar los primeros pasos”.
Toga de juez por fuera, sotana de sacerdote por dentro
“A los 18 años, sabiendo que quería ser sacerdote, le dije a mis padres que no quería estudiar, pero sin ser hostiles, no aprobaron mi decisión”. “`¡Termina tus estudios, al menos tendrás un trabajo!´”, le respondieron sus padres, preocupados de que cambiase de opinión.
“Me apasionaba la política”, cuenta Emmanuel. “Por ese motivo, elegí hacer la carrera de abogacía, y rápidamente tuve en mente trabajar como juez magistrado”.
Años más tarde, tras su ordenación, el sacerdote reconoce que “nunca podré agradecer lo suficiente a mis padres este consejo”. “A través de todas las funciones que desempeñé como juez, aprendí a servir ayudando a los demás a salir de situaciones perjudiciales, como niños en peligro y dificultad”, explica.
Rezaba por todos los que iban a sus juicios
Actualmente, Emmanuel es el capellán de los magistrados en los juzgados de París. “No es un ambiente hostil al cristianismo, tengo muchos amigos allí y hay gente muy valiosa, creyentes o no”, explica. También “acompaño a un equipo de voluntarios en la jefatura de la policía, y celebro la misa para todos ellos antes de los juicios y sesiones”.
Pese a encontrarse en un estado laico, “durante mi etapa como juez, nada me impedía orar desde mi corazón por las personas que estaban frente a mí, ni pedir ayuda para discernir cuando una decisión no era obvia”.
El sacerdote solo recuerda un momento en el que se saltó la prohibición de no hablar de su fe. “Una mujer muy cristiana me preguntó si yo era creyente y si podía rezar por ella. Respondí sin dudarlo, y accedí a rezar por ella y por sus hijos”.
Años de prueba y discernimiento
Como juez, Emmanuel estuvo 16 años “absorbido por una profesión cautivadora, y aproveché para reflexionar, discernir, y adquirir madurez para el celibato”.
“Nunca me comprometí con ninguna chica, porque me sentía llamado por Dios, y era una llamada recurrente”, explica. “Pude ver mi vida de soltero como un periodo de prueba para validar que vivir solo y no vivir la sexualidad era posible”.
Tentado de abandonar el seminario
Antes de entrar al seminario, "lo que más me costó dejar fue mi apartamento, por el que ya no podía pagar el préstamo. Siempre me gustó que al estar en casa, fuese un lugar donde estuviese en paz", recuerda. "Nadie me pidió que lo vendiera, pero al dejar mi trabajo, tuve que hacerlo. Y quizás fue algo bueno", remarca.
“Por mi edad y carácter independiente, pensé que sería difícil adaptarme a la vida en comunidad en el seminario y encontrar gente joven, pero estaba seguro que no tendría problema con los estudios”, cuenta el sacerdote.
Una vez comenzó, “hice buenos amigos, pero volver a estudiar fue una lucha horrible, especialmente los años de filosofía, durante los que estuve tentado de abandonar”, recuerda. “Con la edad, la memoria no es la misma, y el razonamiento de la teología y filosofía es muy distinto al de la ley, pero afortunadamente, el estudio de la Biblia me fascinó”.
Un sacerdote feliz marcado por la resurrección
“Ser sacerdote superó todas mis expectativas, y realmente hay una gracia sobrenatural”, cuenta Emmanuel, que ahora es párroco en el distrito de Ménilmontant, en el este de París. “Quiero llegar a Cristo. Estoy lejos de eso”, explica, “pero apunto a la santidad para llevar a las personas a Cristo, que nos libra del mal, del pecado y de la muerte”.
El sacerdote cuenta que está “muy marcado por la esperanza y la resurrección”. A lo largo de su vida “se han dado sucesos muy importantes que me hacen creer de verdad en la vida tras la muerte. Mi esperanza es que la muerte no es una frontera, y que avancemos hacia un más allá libre de todo sufrimiento y todo mal”.
Se considera “un sacerdote feliz”. “Soy párroco, mis feligreses me cuidan, y puedo pedirles cualquier tipo de ayuda. Es tremendamente conmovedor”, afirma. “No me siento solo”.
(ReL publicó esta historia de vocación en 2021; se republica ahora con la actualización de su nombramiento como obispo).