Cuando a sus 74 años Miguel Luján repasa su vida, afirma convencido que "solo puede ser un milagro" que siga siendo cristiano. Habiendo sido educado durante sus primeros 21 años en una familia católica y en una fe arraigada, siempre supo que "la salvación es lo más importante" y que esta depende de dos factores: "Nuestra voluntad y la gracia de Dios".
Durante su adolescencia deseó ser misionero y transmitir el Evangelio para ayudar a la conversión del mundo y por más de seis años recibió una intensa formación como miembro del Opus Dei. "Siempre quise entregar lo más valioso, que era mi matrimonio y mis hijos -tiene siete- a Dios para vivir la santidad", afirma.
Por eso es llamativo el cambio que dio su vida al cumplir 21 años. No hubo una crisis de fe, tampoco una oposición doctrinal ni incoherencias en su vida. Simplemente quedó fascinado por una agrupación evangélica universitaria evangélica, "el GBU": recuerda que sus miembros estaban "muy preparados" doctrinalmente y llegaron a convencerle de que "los sacramentos eran una mera invención", de que la Eucaristía era "una simple conmemoración" o de que podía confesarse "directamente con Dios".
"Fue algo que me sacudió tremendamente", admite en el canal El Rosario de las 11 pm. Tanto, que apostató de la fe en que había sido educado y a la que hasta ese momento dedicó su vida e ilusiones.
Las decenas de miles de denominaciones protestantes, que en la confesión el sacerdote actúa in persona christi -como Cristo mismo-, "que la fe tiene que plasmarse en obras", "que la Misa tiene un valor infinito" o incluso que su antiguo director espiritual profetizase que volvería a la Iglesia es algo que solo entendería décadas después.
Medio siglo dedicado al protestantismo
Durante 49 años, Miguel perteneció y prosperó en el mundo evangélico: hizo estudios teológicos, fue pastor de la Asociación de Profesionales Solidarios, presentó programas de televisión en Solidaria Televisión, presidió la organización evangélica Gedeones Internacionales y durante dos décadas fue ministro de culto.
Se dedicó al protestantismo en cuerpo y alma. Sin embargo, conforme pasaron los años, empezó comprender que la labor de su organización era "un show": "Hacíamos unas alabanzas impresionantes en las que el pastor te complacía y te decía lo que te gustaba…" pero faltaba algo. Miguel "necesitaba más".
Y lo encontró por casualidad y por compromiso en el catecismo. Hoy se muestra convencido de que fue "un milagro", como también lo es haber podido ir a Medjugorje.
"Me invitó mi primera esposa cuando yo tenía 70 años porque vio que leía el catecismo que me regaló mi hija. Veía [a mi hija] tan feliz en su matrimonio y tan preocupada por mí que entendí que era como una obligación conocerlo. Y al leerlo me di cuenta de que estaba de acuerdo en un 95% de las cosas que leía", recuerda.
"La Gospa" le llevó de vuelta a la fe
Miguel se llenó de dudas, no entendía el motivo de la separación religiosa, tampoco su convicción de que los católicos estuviesen en el error o de que pudiese interpretar la Escritura como quisiese.
"Necesitaba más", admite. "No solo una interpretación libre, no escuchar solo que Cristo salva. La fe tiene que tener obras, no todo puede reducirse a creer en Jesucristo. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, luego si estás en el cuerpo, tendrás que hacer lo que dice la cabeza. No entendía como mucha gente decía que iba a su bola o que nadie quiera que le digan lo que tenga que hacer", añade.
Pero él si quería. Y en aquella aldea de Bosnia encontró muchas de las respuestas.
"Empecé a encontrar una devoción tan maravillosa en María que me cautivó. Supe que al final lo que decía la Iglesia era verdad, María siempre Virgen, antes y después, pero el Espíritu Santo tuvo que abrirme los ojos para ver esa maravilla", relata. Por eso afirma que aquella invitación fue sin duda milagrosa.
"A veces decimos que la Iglesia ha metido mucho la pata. Y precisamente por eso y porque sigue adelante es uno de los síntomas de que es la única que fundó Jesucristo, Su Iglesia, la que nos sigue dando el alimento espiritual que necesitamos", explica.
María, la madre que nunca se fue
Recuperar a María le llevó directamente a querer recuperar la relación con Cristo y con ello, a buscar "el cielo".
"Empecé a leer la Teología de la Liturgia de Ratzinger todas las mañanas. Me derretía de placer de que existiese la Eucaristía y no pude comprender como durante 49 años pude seguir siendo cristiano si no fue por la gracia de Dios".
Recuerda que en Medjugorje experimentó una "conversión" tal que, nada más volver, se dirigió al vicario de Getafe, escribió al obispo, se confesó… y su vida "cambió completamente": al fin recuperó lo que ansiaba, "una religión y una relación en el catolicismo".
El viaje fue "una inflexión". También en cuanto a la Virgen supuso "un antes y un después", pues supo que María era "esa madre que siempre se ocupó" de él, "que está en el cielo y que intercede".
Cada día, lo más cerca que puede del Cielo
Gracias a Mejdugorje comprendió que la Virgen no es solo madre de Juan, como le dijeron. También que al rezar por su intercesión, como él mismo hace ante la Virgen del abrazo, "no es idolatría o adorar la imagen, sino [rezar ante] una representación". O que en la vida de fe "no podemos caminar por nuestro criterio propio porque es carnal, sino que tenemos que dejarnos llevar por la Santa Madre Iglesia, la misma que fundó Jesucristo hace 2000 años, porque nadie aprende las cosas solo".
Tras casi 50 años como pastor y colaborador evangélico, el 26 de junio de 2018 Miguel regresó a la Iglesia. Desde aquel día, Miguel no ha faltado un solo día a la Santa Misa, en la que ha reencontrado lo más parecido a "estar en el cielo".
"La Iglesia católica que instauró Jesucristo me da mucha seguridad en esta nueva época de mi vida, en la que por la gracia de Dios espero estar hasta que el Señor me llame. Y la razón por la que puedo hablar con esta seguridad es porque el Espíritu Santo me da esa convicción. A los que estáis en Él, bendito sea Dios. Y los que no, atreveos, porque con Él, la vida es plena", concluye.