María Antonia Sama será pronto declarada beata después de que el Papa aprobara el milagro por la intercesión de la conocida como “monjita de San Bruno”, una italiana con una historia marcada por el sufrimiento desde niña, pero que decidió ofrecerlo por las almas. Exorcizada de niña, y postrada en cama durante décadas, formará parte del ejército de los santos y beatos.
La “curación milagrosa” por la que será beatificada se produjo en una mujer que sufría una “grave forma degenerativa de artrosis en las rodillas” y que le provocaba un dolor insufrible. Curiosamente, la futura beata estuvo postrada en cama prácticamente más de 60 años debido a esto mismo.
El hecho milagroso ocurrió en la noche entre el 12 al 13 de diciembre de 2004 en Génova. Esta mujer que sufría estos fuertes dolores suplicó a María Antonia Sama, a la que conoció cuando era joven, que intercediera por ella. Tras la invocación se durmió y a la mañana siguiente, al levantarse, se dio cuenta que habían desaparecido los dolores y pudo retomar su vida normal.
Una infancia dura, y una vida postrada en cama
Sama nació el 2 de marzo de 1875 en la provincia de Catanzaro, situada en la sureña región italiana de Calabria. Provenía de una familia pobre pero muy religiosa, sus padres eran campesinos analfabetos y él falleció justo antes de que ella naciera, lo que empeoró la ya de por sí dura vida de la familia.
Pese a esta situación e incluso el hambre que llegó a pasar, su vida de fe era muy profunda y con siete años ya había recibido la Primera Comunión y la Confirmación.
Pero todo cambió cuando tenía 11 años. Un día acudió con su madre a lavar la ropa al río y de regreso a casa sintiendo sed bebió el agua de un charco sin saber que era insalubre. Poco después empezó a sufrir convulsiones y una fuerte infección, que se alargó durante bastante tiempo.
En el pueblo pensaban que la niña había sido poseída por un espíritu inmundo puesto que intentaba hablar y sólo balbuceaba. Además sentía una aversión particular a las cosas sagradas, también a las campanas.
El exorcismo en la cartuja de San Bruno
Y como las oraciones del sacerdote y de los frailes de un convento cercano no surtían efecto finalmente la baronesa Enrichetta Scoppa decidió intervenir y lo organizó todo para que María Antonia fuera trasladada a la Cartuja de San Bruno, precisamente el lugar en el que falleció el santo fundador de los cartujos.
Allí la joven recibió un exorcismo, pero aparentemente no pasó nada. La noticia se extendió rápidamente y los vecinos se unieron a los monjes en oración por la sanación de María Antonia. Entonces el prior de la cartuja ordenó que llevaran ante la joven un busto que contenía reliquias de San Bruno, concretamente el cráneo y otros huesos.
Repentinamente, la joven se levantó, abrazó el busto del que dijo que le sonreía y dijo que se encontraba completamente sanada. La alegría se apoderó de la cartuja y de toda la comarca. Y finalmente la joven pudo regresar a su pueblo.
La artrosis que la dejó en cama
Pero esta tranquilidad apenas le duraría un par de años. Fue entonces cuando un fuerte ataque de artrosis la dejaría postrada en cama, pero esta vez ya para toda la vida. Más de seis décadas acabaría en una incómoda postura con las piernas dobladas. Además, en 1920 su madre falleció aunque muchas personas se interesaron para cuidar de esta joven enferma.
Mientras tanto, sus virtudes, su profunda fe ante el sufrimiento y la piedad que demostraba desde la cama provocó que muchas personas acudieran a ella para que rezara por sus necesidades o les diera consejo. Ella miraba al crucifijo que tenía frente a su cama y como si recibiera un mensaje de Cristo, María Antonia se lo transmitía a la persona que acudía a verla.
La fama de santidad
Esta fama de santidad comenzó a forjarse en ese momento. Su testimonio de vida se iba extendiendo, mientras ella ofrecía sus dolores y su parálisis a Dios en favor de las almas, lo cual fue tocando el corazón de numerosas personas.
Fueron las hermanas del Sagrado Corazón cuidaron de María Antonia, la bañaban y peinaban y nunca en su vida pese a estar postrada durante décadas tuvo llagas. Y como le colocaron un velo en la cabeza empezó a ser conocida como “la monjita de San Bruno”.
Durante estos años el sacerdote le llevaba a diario la comunión, y esta fue la fuerza que le daba energía para seguir cada día ayudando a los demás desde su cama.
Finalmente, mientras su testimonio se extendía acabaría falleciendo el 27 de mayo de 1953 a los 78 años. Incluso ya fallecida no pudieron enderezar las piernas a María Antonia, que tuvo que ser enterrada así. En el certificado de defunción, el párroco hizo constar la frase: “Ha muerto en olor de santidad”. Pues ese era el sentir general. Y parece ser que el pueblo de Dios tenía razón porque dentro de poco será declarada beata.