Wang Jie (nombre ficticio) es un diácono chino de la que hasta ahora era Iglesia clandestina que pronto será ordenado sacerdote. Su historia es un reflejo de la realidad china en la que, por un lado todavía hay zonas en las que no se conoce a Jesucristo, y en la que por otro, la persecución del régimen comunista ha obligado a vivir en secreto su fe a muchos de los católicos del país.
Este joven de 30 años está en estos momentos en Roma completando su formación gracias a la Fundación CARF, cuya labor se centra en la ayuda para la formación de seminaristas y sacerdotes de países pobres o en los que la Iglesia experimenta dificultades.
La llamativa conversión de la familia
En una entrevista con Religión en Libertad y otros medios, este diacono nacido en una zona del norte de China explica que en su región la inmensa mayoría de sus habitantes son paganos. Como lo eran sus padres hasta que de una manera muy llamativa conocieron la fe en medio del régimen comunista.
“En una ocasión mi madre se puso muy enferma, y mis padres buscaron un hospital, fueron a uno pero no le curaron. Un día salieron a buscar otro, vieron una iglesia con una cruz, pero no sabían que era una iglesia sino un hospital. Entraron y había una religiosa, vestida normal, porque no podían tener hábito”, cuenta.
La religiosa, que sabía de Medicina, atendió a la madre de Wang Jie y se curó. Un tiempo después la familia volvió a aquel lugar a dar las gracias a aquella “señora”. Pero ella empezó a hablarles de la fe y de la Iglesia.
Desde que se bautizó con ocho años, Wang acudía a misas clandestinas celebradas en su casa o en la de otra familia católica de la zona
Nunca habían oído la palabra "cristianismo"
Sus padres quedaron fascinados cuando aquella monja les habló del amor a Dios y al prójimo, y sobre la importancia de la caridad. “Mi madre –explica este joven- era profesora en un colegio. En China no se enseña que el origen está en Dios, sino que no hay origen. Es el comunismo”.
De hecho, hasta aquel providencial encuentro en su familia nunca habían escuchado la palabra “cristianismo”. Por ello, considera un “milagro” que se convirtieran al catolicismo. Wang Jie fue bautizado a los 8 años y sus padres comenzaron a vivir con fuerza aquellas enseñanzas del Evangelio.
En su casa vivían sus padres, su hermana y él. La familia vulneraba la ley del hijo único. “Mis padres sólo podían tener un hijo, pero éramos católicos, no se puede abortar. Entonces cuando mi hermana nació encontramos una familia que había tenido un hijo, y la inscribieron como si fueran mellizos. Mi hermana, de hecho, no tiene mi mismo apellido, sino el de esa familia”, explica este joven religioso.
El seminario, oculto en su casa
La familia fue profundizando en la fe en la Iglesia clandestina, y se hizo amigo de un sacerdote que resultó ser el rector del seminario. Tras ser preguntado sobre dónde vivían todos estos seminaristas les respondió que cada tres o cuatro meses debían cambiar de lugar para evitar ser arrestados por las autoridades.
Al ser una casa bastante alejada del resto, los padres de Wang Jie ofrecieron su hogar como seminario de la diócesis. Los seminaristas vivirían en el sótano y la planta baja, mientras que la familia lo haría arriba. Durante 10 años estuvieron ocultos allí los candidatos a sacerdotes.
Pese a la persecución durante décadas el número de católicos sigue aumentando
La llamada al sacerdocio
Conviviendo con ellos y recibiendo continuamente los sacramentos, algo muy raro para muchos de sus compatriotas, se fue despertando en él la vocación al sacerdocio. “Los seminaristas vivían en mi casa, y dentro de mi corazón me gustaba de verdad esa vida, quería ser como ellos”, recuerda.
Durante un Año Nuevo chino se produjo el punto de inflexión. Estuvo 15 días acompañando a un seminarista para que diera catequesis en una parroquia. Al volver a casa –relata- “era como si algo se hubiera encendido en mi corazón, y les dije a mis padres que quería ser como ellos, quería ser sacerdote”.
Vivir la fe en la Iglesia clandestina
Recientemente fue ordenado diácono y habla de una “profunda alegría en el corazón” para un hecho que debería haber sido imposible, pero se produjo gracias a la conversión de sus padres. “Hay muchas dificultades humanas en China, como cuando estoy en la cola para entrar al país, que comienzo a decir: ‘Madre mía, ayúdame a entrar, Madre mía, ayúdame a entrar!’. Y siempre ha ido todo bien. Esos peligros son reales, pero Dios siempre nos ayuda”.
No ha sido fácil vivir la fe como una Iglesia clandestina. Afirma que en China la Iglesia es como una familia, y por tanto, todo se hace dentro de la familia: la misa, el catecismo… Todo en casa. Por ejemplo, la misma mesa que la familia utiliza para comer se limpiaba y preparaba para que hiciera las veces de altar si podía venir un sacerdote a celebrar misa.
“Los católicos nos conocíamos entre nosotros por el sacerdote que nos ponía en contacto. Nos llamábamos y decíamos que a las 9 vendría un amigo a cenar: ‘¿quieres venir?’. No decíamos que había misa, sino que la otra persona ya entendía que ese amigo era el sacerdote”, cuenta durante la entrevista en un encuentro organizado por CARF en Roma.
Este joven diácono pide rezar mucho por el acuerdo entre la Santa Sede y China
Cuando alguien se convierte al catolicismo es el sacerdote el que le conecta con el resto de familias católicas de la zona. Esto es muy peligroso y crea ciertos recelos en las familias porque se pueden infiltrar enviados del gobierno comunista.
Sin embargo, el joven Wang Jie considera que “si queremos tener la Verdad es lo que tenemos que hacer, cueste lo que cueste”. Hacer la voluntad de Dios y defender la fe son las guías de su vida.
Rezar por el acuerdo entre la Santa Sede y China
Este joven quiere ordenarse sacerdote para volver a su país. “Mi futuro está en China, estoy aquí para formarme y volver a servir en China. Creo que Dios lo ha querido así y ahora tenemos más esperanza”, sentencia.
Wang es consciente del enorme reto que se ha abierto en China tras el acuerdo firmado con la Santa Sede. Él tiene claro que hay que seguir lo que diga la Iglesia. Pero sobre todo –añade- “hay que rezar muchísimo y seguir lo que diga la Iglesia. El diablo quiere desunir la Iglesia y sabe cómo hacerlo. Si seguimos sólo lo que dice el gobierno, no está bien. Pero si seguimos lo que dice la Iglesia será lo correcto, tenemos que rezar para que el diablo no desuna la Iglesia, y buscar así la unidad en su seno”.
Pero pese a las dificultades y la persecución ve también esperanza. Pese a la falta de sacerdotes que ha habido estas décadas el número de católicos no ha disminuido sino que ha aumentado. A su juicio, esto es así porque “viven la fe con el Rosario. La Virgen en China es muy importante y se mantienen en su fe así, porque muchos no pueden ir a misa o confesarse porque no hay sacerdotes”. Él quiere ser sacerdote para que cualquier católico chino no tenga que renunciar a los sacramentos.
Puede conocer más la labor de ayuda a sacerdotes y seminaristas que realiza la Fundación CARF pinchando aquí