Durante décadas, Ana Parragués sufrió abusos psicológicos y malos tratos de forma ininterrumpida. Cayó en "el más profundo de los agujeros negros", pero siempre había "algo" que impedía que el golpe fuese definitivo.
Nunca había oído hablar de Dios hasta que llegaron dos nombres a sus oídos, el de una parroquia y el de un popular sacerdote. Estaba cerca de vivir "la experiencia más grande" de su vida.
Ana ha detallado al programa de testimonios de Mater Mundi que desde que nació no solo se vio privada de conocer la fe, sino que también sufrió el acoso escolar sin tener nada ni nadie en quién apoyarse. Aquello definiría el resto de su vida.
Recuerda que dos problemas agravaban su situación: "Sentía tanta vergüenza que no era capaz de contárselo a mis padres, pero tampoco tenía nada a lo que recurrir, un dios o algo que pudiera ayudarme".
Los maltratos en la escuela hicieron de ella "una persona sin fe" en nada, tampoco en ella misma, lastrada por la baja autoestima y forzada a mostrar una cara que no era la suya hasta entrada la edad adulta.
El "gran Big Bang" del divorcio y las drogas
Al conocer al que sería su novio durante los próximos 7 años creyó encontrar la forma de completar su vacío, pero "el agujero se hizo más y más grande", pues era adicto a las drogas, la maltrataba "brutalmente" a nivel psicológico y le absorbió hasta dejar todo lo demás de lado.
Ana trató de ayudarle por todos los medios y el intento le dejó huella. "Las heridas que creó fueron brutales, el daño fue tan profundo que me fui metiendo en un pozo muy negro", agravado por el gran "big bang del divorcio de mis padres".
Aquellos sucesos terminaron de devastar el interior de Ana. "Me metí en un agujero cada vez mayor, salía todas las noches, me dedicaba exclusivamente al trabajo, no quería saber nada del amor y me aislé de mi familia… Sentí un odio constante hacia mí misma, una falta de autoestima brutal pero dando una cara que no era la mía de felicidad y soberbia", relata.
En plena oscuridad, Ana siempre supo que debía haber algo más, a lo que no podía agarrarse porque no lo conocía. Pero aún así, lo buscaba: "Cuando necesitaba algo, me arrodillaba en mi cuarto y le pedía a Dios sin saber quién era, y si me lo concedía, me volvía a arrodillar y a dar gracias".
Caminando del bautismo en el Jordán hasta Caná
Sin embargo, no todo fue oscuridad y recuerda dos momentos de felicidad.
El primero de ellos estuvo curiosamente vinculado con la religión y su familia. "Mi padre decidió enseñarme la historia y lugares que conformaban la Biblia y el mundo de Jesús. Fue un momento clave en mi vida, pero seguí sin acercarme a Dios. Mi padre `me bautizó´ en el Jordán y me hizo muy feliz, sin saber por qué. Y al hacer el Vía Crucis sufrí, sin saber por qué".
Después, "apareció un ángel" en la vida de Ana, que es su actual pareja. "Gracias a él empezaron a salir temas que me hicieron darme cuenta de que tenía que cambiar y buscar la felicidad, siempre ha estado ahí", menciona.
Pero "no era suficiente". Ana necesitaba "algo más" que pudiese terminar de una vez por todas con el odio a sí misma que llevaba años sintiendo.
Y llegó la pandemia. "Nos contagiamos. Fueron 20 días de verdadero espanto sin saber lo que iba a pasarle a mi chico o a mí y pedía a Dios que nos ayudase", recuerda. Ana seguía rezando sin saber quién era Dios, pero estaba cerca de conocerle.
Y fue de la forma menos esperada, cuando una amiga le recomendó durante los confinamientos seguir las misas de una multitudinaria parroquia de Madrid, Santa María de Caná, en Pozuelo.
Un sacerdote, una parroquia y un movimiento
Uno de sus sacerdotes es Jesús Higueras, muy conocido, justo el que pronunció la primera predicación que Ana escuchó en su vida.
"Ver cómo comunicó la palabra de Dios hizo que me enamorase completamente del mundo cristiano, de la palabra y de todo lo que transmitía y me podía aportar ese mundo. Tenía claro que podía ser el guía espiritual que buscaba sin saberlo para guiarme a Dios", explicó. Aquel día tomó una decisión: quería que don Jesús fuese quien la bautizase, pese a no conocerle de nada.
Casualmente, el jefe de Ana conocía al sacerdote y la ayudó a conocerle para bautizarse.
"Me puse a llorar dando las gracias, sentí el mayor agradecimiento que he tenido en mi vida", menciona.
No tardó en conocerle en persona: "La primera reunión con don Jesús fue tan maravillosa que quería ser parte de esa comunidad. Curiosamente, lo primero que me dijo después de haberme visto todas las meditaciones y misas fue que tenía que hacer el Camino de Emaús", unos retiros apostólicos para conocer o redescubrir la fe.
"La experiencia más grande"
Recuerda la experiencia como "la más grande de mi vida después de conocer la Palabra de Dios".
"Vi al Señor, le sentí, sentí como me estaba guiando y agarrando de las manos. Fue tan maravilloso que entendí por qué durante toda mi vida hubo `algo´ a mi alrededor que me sujetaba sin dejarme caer en el agujero negro", menciona.
Fue su último paso para lograr lo que siempre había estado buscando desesperadamente sin saberlo. El 16 de marzo de 2022, Ana pudo recibir el bautismo, la confirmación y la comunión.
"Desde ahí mi vida ha cambiado. Mis heridas siguen, pero se llevan mejor y sanan de otra manera, porque está el Señor, hay una comunidad y no eres juzgado. Formas parte de un todo que te lleva al mismísimo Dios, a la Virgen, a Jesucristo. Me hace ser una persona completamente distinta y crecer, buscar un apoyo cuando lo necesito y poder seguir creciendo, quitándome las máscaras, sanando mis heridas y siendo de verdad quien soy", concluye.