San Pablo VI es el Papa del Concilio Vaticano II aunque no fuera él quien le convocara. Es también que firmó la Humanae Vitae, el documento profético que acaba de cumplir medio siglo y por el que fue tan duramente atacado dentro y fuera de la Iglesia. Pero también es el Pontífice que se convirtió en peregrino y que realizó importantes cambios en los años en los que estuvo en la sede de Pedro (1963-1978).
El dominico José Antonio Martínez Puche, durante muchos años director de Edibesa y autor del exitoso Evangelio del Día de dicha editorial, es uno de los que mejor conoce la figura y obra del Papa canonizado en este pasado 2018.
Sus gestos, pero sobre todo sus escritos han marcado a este sacerdote, que recogió una parte de los textos de este Papa en su libro Pablo VI. Escritos esenciales (Voz de Papel). En él selecciona, introduce e indica encíclicas, exhortaciones y homilías de este Pontífice, algunas de los cuales se convirtieron en proféticas y otras permiten entender la Iglesia de hoy. En una entrevista con Religión en Libertad ofrece algunas de las trazas de esta obra:
José Antonio Martínez Puche, fraile dominico, es uno de los grandes conocedores de Pablo VI
- ¿Qué es lo que más destacaría de la figura Pablo VI?
-Es el único papa desde el siglo XIX que ha rubricado con su firma todos los documentos de un Concilio Ecuménico, el Vaticano II. Antes de la celebración del Concilio, convocado e inaugurado por san Juan XXIII, tuvo intervenciones decisivas en la preparación del Vaticano II, y, con el cardenal Suenens, fue quien en la primera sesión (1962) logró dar un decisivo cambio de timón a la orientación del Concilio, que desde la sesión segunda él presidiría. Y, terminado el Vaticano II, fue el Papa que aplicó las decisiones conciliares más importantes, acompañando las aplicaciones con documentos magistrales.
San Pablo VI ha sido el papa del Vaticano II. Como muestra, recordemos las importantes innovaciones conciliares puestas en marcha por san Pablo VI, que en mi libro (Beato Pablo VI. Escritos esenciales) ocupan siete capítulos. 1º. La constitución del Sínodo de los Obispos, que desde entonces es la institución de máxima importancia en la vida y misión de la Iglesia universal. 2º. El diaconado permanente, que ya existía en la Iglesia apostólica, pero cayó en desuso, y todavía no ha alcanzado su cada vez más necesaria aplicación; mucho se habla de la ordenación de mujeres -que ni es de la era apostólica ni ha sido ratificada por ningún concilio ecuménico ni papa anterior- y casi nada se habla del diaconado de hombres solteros, casados o viudos, que tanto ayudaría a la atención pastoral de tantas zonas, especialmente rurales, carentes de pastores sacerdotes. 3º. La Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales: hasta san Pablo VI había documentos y declaraciones pontificias esporádicas, insuficientes para potenciar esta dimensión, que en su raíz es una dimensión concreta de la misión que Cristo legó a su Iglesia: Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación (Mc 16,15). 4º. El Consejo Pontificio “Cor Unum”. Si el amor es el fruto más preciado de la semilla evangélica, se echaba en falta un organismo universal que fomentara y regulara la actividad caritativa y asistencial de la Iglesia. 5º. El Año Litúrgico y el Calendario Romano. Algo inició Pío XII para resaltar la importancia máxima de la celebración pascual, pero desde el papa dominico san Pío V que aplicó el Concilio de Trento y fue durante siglos el último papa canonizado (hasta san Pío X, en 1954), no se había promulgado un documento litúrgico de la máxima categoría como este, que regula el conjunto de la liturgia. 6º. El Misal Romano, una aplicación de importancia capital del Año Litúrgico. Sin Eucaristía, no hay Iglesia. Ha sido constante la preocupación de la Iglesia por la vitalidad y debida ordenación de la celebración eucarística, pero desde san Pío V no se había promulgado el Misal Romano. El de san Pablo VI, que sustituye al de san Pío V, es el primero que se promulga mundialmente en las lenguas del pueblo. 7º. El Oficio divino. Lo que el Misal es para todo el Pueblo de Dios, el Oficio divino lo es, sobre todo para monjes, religiosos y clero, y los laicos que se van sumando voluntariamente a quienes por el Derecho Canónico están obligados: la alabanza y meditación diaria de la Palabra de Dios y de los Padres de la Iglesia y otros santos maestros.
José Antonio Martínez Puche selecciona, publica e introduce los textos esenciales del Papa en este libro que puede adquirir aquí.
- En el libro llega a insinuar que Pablo VI fue un mártir…
-Recuerdo perfectamente la grata impresión que me causó cuando, en la ceremonia de su coronación e inicio solemne de su pontificado, lo vi por televisión subir con una agilidad -para mí desconocida en un papa- los escalones/rampa más próximos a la fachada de la basílica de San Pedro. Yo había conocido solo a dos papas ancianos: los últimos años de Pío XII y el pontificado de san Juan XXIII. Era el 30 de junio de 1963. Cinco años después, a partir de las reacciones contra su última encíclica, la Humanae vitae, inició su rápido declive físico. Lo reconoció él mismo en la homilía del 29 de junio del año de su muerte, acaecida cuarenta días después, el 6 de agosto de 1978. Decía que “Dios lo había elegido para que sufriera algo por la Iglesia”. Estaba a la vista de los que le seguíamos en entusiasmo y con esperanza. Cada vez aparecía más encorvado, más consumido. El papa Montini no murió de martirio físico, nadie le quitó la vida por odio a la fe. Murió en su cama, después de diez años de calvario lento, de persecución, no solo de parte de los enemigos de Cristo, sino incluso de miembros destacados de la Iglesia, a la que amaba entrañablemente y por la que dio su vida. Ese es el sentido de las palabras “papa y mártir”, que empleo y explico en la Introducción del libro Beato Pablo VI.
- ¿Fue también un profeta?
-Seguro que recuerdas la alarma que despertó en la sociedad española la noticia de que, en el primer semestre de 2018, “España registra más muertes (226.380) y menos nacidos (179.790) que nunca desde 1941”, “los nacimientos se desploman”, “la cifra más baja de bebés desde 1941”… como pudimos leer en ABC, La Vanguardia, El País, etc. Los nacimientos en la España de 2018 fueron 46.000 menos que en años anteriores; y de ellos el 20% eran de madre extranjera. Bueno, esto no lo vaticinó san Pablo VI. Pero su Humanae vitae trazaba el camino recto para evitar esta imparable tendencia hacia el cono invertido de edades. Entre otros muchos, puedo leerte estos párrafos de la encíclica:
En la misión de transmitir la vida, los esposos no quedan libres para proceder arbitrariamente, como si ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios, manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos (n. 10 f). El acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer. Salvaguardando ambos aspectos esenciales, unitivo y procreador, el acto conyugal conserva íntegro el sentido de amor mutuo y verdadero y su ordenación a la altísima vocación del hombre a la paternidad (n. 12 b).
Creo que en esto que he leído está claro el mensaje de la Humanae vitae, que alarmó a la ONU, porque ponía en jaque su política de regular-disminuir la natalidad, por temor a que creciera el hambre en un mundo superpoblado. ¿Quién fue profeta, visto medio siglo después, la ONU o san Pablo VI?
Sin embargo, Pablo VI no cierra los ojos a la regulación de la natalidad, por ejemplo, cuando afirma en estas líneas que leo ahora:
En relación con los procesos biológicos, paternidad responsable significa conocimiento y respeto de sus funciones; la inteligencia descubre, en el poder de dar la vida, leyes biológicas que forman parte de la persona humana (n. 10, b). La Iglesia juzga lícito el recurso a los períodos infecundos, mientras condena siempre como ilícito el uso de medios directamente contrarios a la fecundación (n. 16, c). Los hombres rectos podrán convencerse todavía de la consistencia de la doctrina de la Iglesia si reflexionan sobre las consecuencias de los métodos de la regulación artificial de la natalidad. Consideren el camino fácil y amplio que se abriría a la infidelidad conyugal y a la degradación general de la moralidad (n. 17, a).
La realidad de nuestra sociedad actual demuestra que, lamentablemente, san Pablo VI tenía razón mirando al futuro: fue un profeta. No solo porque habló en nombre de Dios, como Vicario de Cristo: esto es el auténtico sentido de la profecía. Sino también porque supo leer y describir el futuro, siguiendo la voluntad de Dios o, por el contrario, actuando al margen de lo que él enseñó valientemente en la Humanae vitae.
- Justo se cumplen 50 años de la Humanae vitae. La escribió en 1968 y en los diez años que le quedaron de pontificado no publicó ninguna otra. ¿Qué le supuso firmar esta encíclica a Pablo VI?
-Es cierto, san Pablo VI escribió todas sus encíclicas en sus primeros cinco años de pontificado. Fue tan dura la experiencia de la contestación que se orquestó contra la Humanae vitae -y contra su autor- fuera y dentro de la Iglesia, que no volvió a caer en la tentación de promulgar más encíclicas. Le quedaban diez años de pontificado, período demasiado largo para pasar inadvertida la ausencia de encíclicas. La Humanae vitae marca el mayor grado de heroísmo de Pablo VI. Venció el amor a la Verdad y a la Vida.
-¿Qué representa la Humanae vitae para la Iglesia y para el mundo?
-Para la Iglesia, muy especialmente para los matrimonios católicos, representa el camino seguro y difícil para orientar la intimidad del matrimonio para los dos ámbitos de su unión: la donación de sí mismo al cónyuge para la mutua felicidad, y la apertura a la vida. Para el mundo, lo mismo, si consideramos que los esposos cristianos son parte de ese mundo. Para el mundo pagano, un heroísmo que está por encima de sus fuerzas. La actitud de unos y de otros tiene consecuencias beneficiosas o desastrosas para la humanidad.
- A Pablo VI le tocó clausurar el Concilio, empezar a aplicarlo, comenzó a realizar viajes internacionales... ¿Se inició con él el papado tal y como lo conocemos en 2018?
-No solo le tocó clausurar el Concilio, sino que fue el papa del Vaticano II, el que presidió tres de sus cuatro sesiones, el que promulgó todos los documentos conciliares, el que aplicó armónicamente las novedades que aportó el Concilio a la vida de la Iglesia, como te decía al principio. Sus principales discursos se dirigieron a los Padres Conciliares, desde el inicio de la segunda sesión hasta el de clausura del Concilio. Fue el hombre providencial que Dios eligió para servir a la Iglesia desde la Sede de Pedro, en el momento crucial del Vaticano II.
Fue también el primer papa peregrino, el que quiso estar entre los cristianos de todos los continentes y hablarles desde la cercanía física y espiritual. Quiso venir a España, y le pidió al Embajador de España ante la Santa Sede que preparara esa visita pastoral a sus “queridos hijos de España”, pero el Gobierno español se opuso. Sus sucesores han seguido ampliamente sus huellas de Pastor peregrino y cercano. Sí, san Pablo VI inició el nuevo modelo de papado.
- ¿Cuál ha sido su criterio a la hora de seleccionar sus “escritos esenciales”?
-Hay escritos que, por su categoría máxima, están en el rango de “esenciales”: son las encíclicas, que constituyen la mayor parte del libro Beato Pablo VI. Escritos esenciales. Desde Pablo VI, le siguen en importancia las exhortaciones apostólicas, cuya ya larga lista inició san Pablo VI con dos textos que mantienen toda su actualidad casi medio siglo después: la Evangelii nuntiandi y la Marialis cultus, de 1975 y 1974. En cuestiones de evangelización y de mariología no han sido superados estos dos textos, tan citados y elogiados por los papas posteriores. Hay otro texto antológico, el Credo del Pueblo de Dios, (1968) que es el más completo y actual “símbolo” de la fe (credo), que debería estudiarse y recitarse de memoria en la Iglesia. Completan la antología de sus escritos dos homilías magníficas sobre Cristo (Manila) y sobre María en Nazaret, más los documentos que acompañan las distintas aplicaciones del Vaticano II, y dos piezas tan personales como su Meditación sobre la muerte y su Testamento.
- ¿Hay algún otro documento de este santo que le llame particularmente la atención?
- Como te decía, además de las encíclicas, he incluido en los “escritos esenciales” las exhortaciones Evangelii nuntiandi y Marialis cultus, y el Credo del Pueblo de Dios, más los discursos al Concilio Vaticano II y los documentos que acompañaron las aplicaciones del Concilio. Tiene también una breve exhortación sobre la alegría cristiana -Gaudete in Domino- que monseñor Elías Yanes me aconsejó publicar y seguí su consejo, con el título “La alegría de ser cristiano”. Su homilía sobre Jesucristo en Manila es un magnífico himno de amor ardiente al Señor, que solo puede salir de un corazón enamorado como el suyo y el de Pablo, del que tomó el nombre. Es difícil leerlo sin que te contagie la emoción que puso.
- ¿Qué más aspectos se destacan de Pablo VI en el libro?
-La elegancia de su lenguaje, con la palabra exacta: se lee con gusto y, en algunos momentos, disfrutando de su elegancia literaria. La claridad de su exposición: no encuentras párrafos inacabables ni frases reiterativas que harían farragosa su lectura. El ejemplo de su vida: sufrió horrores, fue consumiéndose lentamente, sin llamar la atención sobre su inmolación; amó con pasión y entrega a Cristo, a su Iglesia y al hombre.
- Por último, ¿quién es Pablo VI para usted?
- Es el papa de mi sacerdocio. Fui ordenado presbítero a los siete meses de que clausurara el Concilio, por lo que “el papa Pablo” fue por quien primero oré en la celebración eucarística. Seguí su vida y su magisterio con gratas sorpresas, entre ellas su primera encíclica (Ecclesiam suam), que, aunque quedara en la penumbra por distintos motivos después de la Populorum progressio y la Humanae vitae, no puedo olvidar la avidez con que la leí, releí y comenté con mis condiscípulos teólogos, ante el modelo de Iglesia que me proponía el nuevo Papa. Y me emocionó su discurso en el que proclamó a María “Madre de la Iglesia”. Su vida y su doctrina son un modelo fiel de quienes queremos seguir a Cristo.
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