Hace 15 años, en 2004, Alan Brown, escocés casado y con dos hijos, no era cristiano, ni siquiera estaba bautizado. Pero su esposa católica Maureen y los chicos habían estado el año antes en Medjugorje y “habían vuelto cambiados, su fe parecía más fuerte y viva”.
La familia quería volver en peregrinación, en viaje espiritual. Alan decidió acompañarles, pero dejó claro que ellos iban como peregrinos, a sus “cosas espirituales” pero que él sólo iba a relajarse, a descansar una semana, que se verían a ratos allí.
Pero no fue así: ese viaje cambió la vida de Alan.
“Calma, paz, claridad y limpidez”
“Desde la primera mañana sentí que había algo muy especial en el lugar. Había una sensación real de calma, paz, claridad y limpidez”, recuerda en su testimonio en el Scottish Catholic Observer.
Al día siguiente conoció al párroco de su esposa, el padre Dominic Towey. “Me dijo que si necesitaba hablar, que simplemente le buscase. Me pregunté: ¿para qué iba a necesitar yo hablar con un cura?”
Después conoció a Philip, uno de los guías británicos, que dio una charla introductoria, centrada en su propia experiencia de fe. Aquella primera charla emocionó a Alan.
El 2 de julio estaban invitados a estar presentes en la supuesta aparición com Mirjana Dragicevic, una de los seis videntes originales de Medjugorje.
“Había mucha emoción en eso de ir a la aparición de Mirjana, y tenía la noción de que sería bueno ver de qué iba todo eso. Llegamos al Cenáculo, un centro inspirador junto a Medjugorje, pronto por la mañana”.
Mirando desde fuera: algo cambió en la vidente
“Me quedé fuera, mirando adentro de vez en cuando. Todos los ojos parecían fijarse en las tres mujeres que se sentaban frente a la estatua de Nuestra Señora. En cierto momento, noté que una señora, que luego supe que era Mirjana, parecía cambiar. Su cara, que había estado firme y profundizando en su concentración, se avivó como si alguien hubiera dado a un interruptor. Su sonrisa parecía igualar en calor al sol que salía nuevo. Su ojos se ensancharon con una mirada de amor”, explica Alan.
“Al cabo de unos minutos, la aparición terminó. Las multitudes se dispersaron y nos encaminamos al desayuno. Me senté junto a una prima de Maureen hablando de lo que había visto. Ella, simplemente, me preguntó si yo creía en lo que había presenciado. “Sí”, respondí”.
“Eso creó cierto alboroto en mi interior. Palabras como ‘videntes’, ‘madre de Dios’, ‘existencia de Dios’, me daban vueltas por el cerebro, un cerebro que llevaba más de 40 años negando todo eso”, puntualiza.
Su primera oración: ‘te abro mi corazón’
Ese mismo día decidió darle una oportunidad a Dios. Entró en la iglesia y rezó así: “Señor, te abro mi corazón, que se haga tu voluntad”.
El resto de la semana sintió un amor abrumador que lo desconcertaba, como un remolino, que intentaba entender.
El último día pasó un rato junto a la Cruz Azul en la Colina de las Apariciones y después decidió hablar con el padre Towey. Explicó al cura que sentía que había cambiado, que ahora creía que Dios lo iría guiando. Le habló al sacerdote acerca de bautizarse, de unirse a la Iglesia. “Yo había llegado a Medjugorje como un no-creyente y me iba con mi corazón convertido a Dios, aunque a mi cabeza le costaría algo más”.
De vuelta a Escocia, se apuntó al curso de Iniciación Cristiana para Adultos en 2005 en Blantyre. “Fui bautizado y recibido en la Iglesia. Pronto me impliqué en la vida de la parroquia de Saint John the Baptist en Uddingston”. Tenía un gran deseo de aprender más sobre la fe y leía para seguir creciendo en conocimientos.
Llamado a servir como diácono permanente
Años después, sintió que podía estar llamado a servir a Dios como diácono permanente. El padre Towey le preguntó si había pensado en ello. Lo meditó, lo rezó y un año después iniciaba un primer curso de discernimiento con la diócesis.
“No ha sido siempre fácil equilibrar el trabajo, la familia y los estudios durante 7 años, pero Dios me acompañó”, detalla.
“Cuando el obispo Joseph Toal me ordenó como diácono el sábado 14 de septiembre de 2019 fue en una ceremonia excepcionalmente emotiva, calidad y hermosa. Sentados en primera fila estaban mi esposa Maureen, nuestros hijos Paul y Emma, mi nuera Jen y mi yerno Frankie. Mis nietecitos Jacob y Adam se portaron muy bien. Detrás había un mar de amigos, parientes y parroquianos”.
Alan Brown, que durante más de 40 años no tuvo interés en nada religioso, agradecía especialmente ver en la ceremonia a amigos que no eran católicos. Le comentaron que durante la ceremonia fueron capaces de sentir amor.
“Rezo para poder servir al pueblo de Dios con amor y humildad como diácono; mi viaje acaba de empezar”, constata alegre.
Ceremonia de admisión al diaconado de Alan Brown
(Publicado originariamente en el portal de noticias marianas CariFilii.es)