Desde que nació, Juan José Guerrero vivió la tormenta perfecta para llegar a la delincuencia. Con sus padres separados a los tres meses de nacer y siendo rechazado por ellos, vivió con su abuela hasta que murió cuando él tenía 12 años. Entonces pasó a ser el "niño monopatín", turnándose cada mes para vivir en la casa de sus tíos durmiendo en sofás durante años, mientras acostumbraba a decir en la escuela que su padre estaba muerto.
La vida callejera de rabia y rebeldía le acompañó durante años, hasta que misteriosamente pasó a ser la herramienta con la que cambiaría cientos de vidas. Sin Dios, asegura, no habría sido posible.
Fue precisamente esa ausencia de estabilidad familiar lo que le llevó desde muy joven a "pelear con Jesús" y aliarse "con el mal". "Educado en la calle" y sin ningún referente de qué valores morales debía seguir en su vida, Juanjo admite con perspectiva que "estaba destinado a estar en prisión".
"Aprendí a hacer cosas malas y sin miedo porque no tenía nada que perder. He estado con gente muy famosa a día de hoy [por la delincuencia], era un acosador y agredía, aunque tenía remordimientos", confesó recientemente en Mater Mundi.
Aunque algo le protegió durante aquellos años de cometer delitos graves, se dejó llevar por una "actitud conflictiva y antisocial" a la que solo puso dos líneas rojas: el consumo de sustancias e invadir la vida de otra persona.
Un matrimonio junto a Dios y la Virgen
Pero con 16 años "apareció un ángel" en su vida. "Fue mi primera novia, tenía 14 años, y sin decir nada empezó a ir modificando mi actitud". Ahora Juanjo sí tenía algo que perder y decidió responder con la misma moneda a la que hoy es su esposa.
"Ella me quería, me cuidaba y su madre no me dejaba dormir en el coche, me ofreció su casa. Mi novia era muy religiosa y fue la persona que el Señor puso en mi camino para rescatarme", admite.
Gracias a su novia y a ser consciente de cómo salvo milagrosamente su vida, Juanjo empezó a "asentar cabeza", encontró un trabajo y buscó la mejor forma de formar una familia y respetar a su mujer. Hoy admite orgulloso y agradecido tener "un matrimonio muy bonito donde siempre ha estado el Señor y la Virgen". Especialmente esta última, pues desde la muerte de su abuela culpó por entero a Dios de su desgracia.
Enfrentado a todo, Juan José Guerrero era un "rebelde sin causa" hasta que le acogieron por primera vez: el amor de una familia y de Dios le hizo entregar su vida a los que sufren en su juventud.
"Tuve mi primer encuentro con Jesús en oración durante una complicación en el embarazo de Sergio, mi primer hijo. Me arrepentí de todo y descubrí que las cosas no solo pasan por algo, sino para algo", subraya.
Comprando estudios por una botella de Chivas
Pero si algo desarrolló durante su convulsa infancia y juventud fueron tablas para salir adelante, como sucedió durante sus estudios de formación profesional.
"No había estudiado nada ni podía pero desarrollé picaresca en el buen sentido y gracias a eso he ido sacando cosas. La formación profesional me costó una botella de Chivas de 12 años que le di al formador para que me diese las preguntas. Me saqué los estudios habiéndolos comprado, pero aún teniendo las preguntas los estudié. Fue mi primer logro", confiesa.
Con la mirada puesta en darle un futuro mejor a su familia -ahora, con su segunda hija en el mundo, Paula- se mudaron y montó su primer negocio, un herbolario. Sin embargo, pronto se sorprendió ante una oferta de trabajo que encajaba poco con su experiencia académica pero de la que sabía mucho: un centro de menores buscaba un empleado y el puesto parecía tener su nombre.
"Lo que pasó en mi vida lo veía reflejado en niños que decían que habían nacido malos. Me identificaba con ellos, muchos habían recibido maltratos como yo, y veía que el sistema les trataba como una plaza. Lo primero que necesitan es amor, fe y que sepan que hay alguien encima suyo. Eso hace que los niños sean menos vulnerables y que estén menos tentados a jugar con `el patas´, con el mal"; explica.
Ayudando a delincuentes juveniles entre motines
Poco después empezó a trabajar en prisiones de menores a las que llegaban jóvenes responsables de "delitos horribles" tanto en España como en el resto Europa. A poco que rascaba, encontraba que la explicación de su conducta era muy sencilla: al trabajar con ellos, explica, "te das cuenta de que lo raro es que hayan aprobado matemáticas. Nadie se ha preocupado de ellos ni atendido su parte emocional".
Fue precisamente su pasado vital y su capacidad para conectar y ganarse el respeto de los reclusos más hostiles lo que le permitía ayudarles cada vez en más ámbitos. Tanto que "era el único capaz de derrumbar y tocar el punto de los más agresivos".
Recuerda incluso no pocos motines de los centros, cuyos responsables se cuadraban al ver acercarse a Juanjo. No lo hacían por temor a la represión, sino por respeto a alguien que se preocupaba de ganarles y tratarles como personas.
Criminales abrazando la fe y el perdón
Sin embargo, tras 12 años de trabajos en prisiones, Juanjo vio que tenía que dar un paso más y que no podía permanecer impasible a la indiferencia o malos tratos mostrados a los reclusos. Fue entonces cuando apareció su "segundo ángel", Carlos Trénor, quien le propuso impulsar un proyecto de ayuda y atención de menores.
La iniciativa se materializó en la Fundación Unblock, que es el resultado de las dinámicas de trato personal a los menores conflictivos con prácticas formativas en todos los ámbitos más personales.
Puedes audar a Unblock a prevenir y reinsertar jóvenes desde este enlace.
La prevención de conductas antisociales en menores y la reinserción de jóvenes de entre 18 y 25 años son sus dos principales objetivos, que Guerrero desarrolla desde lo humano pero volcando indirectamente toda su formación espiritual, gracias a la cual son muchos jóvenes los que acaban abrazando la fe.
Por ello, Guerrero asegura que el proyecto "ha funcionado y funciona". Menciona el ejemplo de una joven que había asesinado a una persona y que le era imposible dormir por lo que había hecho, aún a pesar de la medicación.
"Cuando tenía 16 años empecé a leerme un libro, la Biblia, que me ayudaba un montón. No quiero decirte que lo hagas, solo que sepas que es lo que hice yo", le dijo.
Lo siguiente que vio en ella fue un cambio de conducta drástico que llevó a la joven a encontrar y "estar en paz. Es algo que no se puede explicar. Ahí está el abrazo del Señor, realmente ha visto saldada su deuda en cuanto al Señor, ha empezado a asistir a Misa y ha rehecho su vida", explica.
El de la joven es solo uno de los casos que le permiten asegurar que desarrollar su labor al margen de la fe no sería posible: "Los psicólogos y educadores son muy buenos, pero sin unir la fe, la esperanza, el enseñar a sentirse queridos y perdonados por Jesucristo, por Dios, no tiene sentido. Cuando te sientes parte de esa esencia, de sentirte querido y perdonado, eso no es material".
"Ellos mismos terminan creyendo porque quieren estar como tú, tener esa sonrisa. Eso te lo da el sentirte querido, no el decir que mi padre ha muerto, sino que mi padre existe, lo tengo aquí delante y soy feliz porque soy su hijo", concluye.