Brigitte comenzó el Camino de Santiago sin saber muy bien por qué. Era atea. Pero un encuentro inesperado le esperaba en la ruta compostelana, según cuenta ella misma en L'1 visible:
Como soy de origen español, voy un día a la oficina de turismo española para seguir los pasos de mis abuelos. La mujer que me precede pide información sobre Santiago de Compostela y, cuando llega mi turno, pido exactamente lo mismo, ¡porque nunca había oído hablar de ello!
Una mañana, cojo el folleto y me digo: “¡Esto es lo que debo hacer!” Es curioso, es como si esa salida me fuese impuesta. Salgo casi sin entrenamiento físico y sin una motivación especial. Estoy acostumbrada a hacer senderismo, eso me basta. Salgo confiada, sin plantearme cuestiones. ¿No hay acaso una parte de misterio en cada viaje?
Enseguida me enamoro del estilo de vida que impone el Camino. La simplicidad: desvincularse para vincularse a lo esencial, un mundo en el cual lo humano sí tiene cabida. Estar sola y escuchar el silencio, estar en calma y reencontrar tu fuero interno. Ese silencio permite pasar del mundo exterior al mundo interior, y luego al mundo superior. La naturaleza ante la que me siento humilde y pequeñita, y que tiene tanto que enseñarnos. La hospitalidad, palabra clave del Camino; sentirse atendida como una hermana. Los encuentros sin artificiosidad. En el camino son posibles tres tipos de encuentros: con uno mismo; con los demás; con el Otro. La hermandad: todos esos gestos gratuitos e inesperados… Desde la botella de agua situada ante una puerta, al gesto de ánimo de un automovilista, o las ayudas entre peregrinos.
Poco a poco, al caminar, voy tomando conciencia de que este camino es también una dimensión distinta; mis pasos me permiten avanzar, ir hacia algún lugar, buscar otra verdad sobre la vida. Al hilo de mis pasos se va desgranando una relectura no solo de mi relación con el mundo, sino también de mi camino interior. Es entonces cuando llega como invitado ese gran enigma de la existencia: “¿Cuál es hoy el sentido de mi vida?” Además, durante esas cuatro semanas experimento un sentimiento nuevo: me siento guiada y me dejo conducir.
Poco a poco voy sintiendo también una alegría en el corazón, una alegría profunda. Una sonrisa que viene de mi corazón se fija en mi rostro. Es algo nuevo para mí, pero… ¡es algo que me hace bien! Salí con dos mochilas, la mochila de la espalda y la mochila interior. ¡Quizá esta última fue la que me puso en ruta, pero es también la que más pesa! Para aligerarla, comprendo que debo perdonar, una etapa indispensable para estar dispuesto a recibir otra cosa.
A mi llegada a Santiago, ¡qué decepción! Demasiado mundo, demasiado ruido… Decido continuar hasta Finisterre: tres días de camino para llegar al final de la tierra conocida, tres días de pura felicidad, de una paz interior reencontrada.
Un hito en el Camino de Santiago.
¡Y allí, con el último paso, a mí, que pensaba que no había nadie más ateo que yo en el mundo, se me cae el cielo sobre la cabeza! Como envuelta por un torbellino, me siento amada. ¿Cuánto tiempo permanecía así? Ni idea… Pero en ese momento sé que he encontrado a Dios y que acabo de vivir el Ultreya y el Suseya (el “cada vez más lejos y cada vez más alto” del peregrino compostelano).
El Ultreya y el Suseya de los peregrinos.
A mi regreso, anuncio a mi hijo y a mi hija que he encontrado a Dios. ¡Qué diferencia entre la Brigitte de la partida, la mochilera, y la nueva Brigitte…! En un mundo donde todo hay que explicarlo, yo prefiero guardar silencio. No tengo palabras y no quiero que nadie se ría de mí, que alguien estropee ese encuentro. Sigo mi camino interior (retiros, etc.) y, sobre todo, ya no me siento sola. Acepto que no todo depende solo de mí y que puedo avanzar con confianza porque, ¡me pase lo que me pase, soy amada!
Hoy, la palabra clave de mi “post-Camino” es el compromiso con asociaciones compostelanas, en particular Webcompostella. Prosigo mi camino por medio, entre otras cosas, de la hospitalidad en Francia y la acogida a peregrinos francófonos en Santiago. Y luego están esas palabras, palabras que son como pasos… ¡para continuar el camino sin caminar!
Publicado en ReL el 10 de agosto de 2018.