Jaime Barón es un joven sevillano que quedó transformado por su trato con los pobres en la India. Aunque sus padres le educaron en la fe, a los 13 años emprendió un camino que le llevó a abandonar sus estudios y a hacer de la violencia y el alcohol su modo de vida. Todo cambió cuando un sacerdote le invitó a las misiones que organizaba en Calcuta.
Alcohol y grupos violentos
Desde que comenzó los estudios de secundaria, Jaime siempre se consideró una persona idealista e interesada por la política. “En el colegio empezaron a caer en mis manos libros con el mensaje del nacional-socialismo”, recuerda. “Veía la situación de Europa y me di cuenta de que vivíamos en la ruina”.
Jaime abandonó su práctica religiosa y comenzó a militar en partidos extremistas. “Empecé a juntarme con grupos violentos en las calles, nos dedicábamos a emborracharnos y pegarnos por las calles con el primero que pillábamos”.
Con 14 años, dejó sus estudios y los cambió por la violencia diaria y el alcohol. “A las 9:10 comenzaba mi primer litro de cerveza. Seguía bebiendo hasta que perdía la conciencia y me pegaba con el primero que veía”.
"La gente me miraba con miedo, pena y asco"
“Mi vida se convirtió en un desastre hasta que toqué fondo”, recuerda Jaime en su testimonio, que recoge Mater Mundi TV. Tenía 17 años cuando le detuvieron. Tras salir de un concierto en Madrid, borrachos y de madrugada, su grupo de amigos comenzó una pelea, que se saldó con heridos, un apuñalado y Jaime en comisaría.
De vuelta en Sevilla “tenía la sudadera llena de sangre, oliendo a alcohol, resaca… la gente me miraba con miedo, pena y asco. Vaya m*** en la que he convertido mi vida. Estoy en una ruina”.
Un cura lo invitó a Calcuta
Jaime “quería salir, que me diese aire fresco, quería cambiar de vida pero no sabía por dónde empezar”. Hasta que llegó el padre Jorge. “Me dijo que estaba organizando unas misiones en Calcuta con las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa”.
Decidió acompañarle. “Al llegar a Calcuta, iba viendo la miseria, y dentro de ella, cierta felicidad humana que en Sevilla no encontraba. Hizo que mi corazón se derrumbase”.
Con los pobres encontró libertad y paz
“Les tendíamos su ropa, estábamos con ellos, les dábamos de comer... Al no poder hablar, una mirada, un gesto empezaba a cobrar mucha más importancia. En ese servicio a los demás he encontrado por primera vez libertad y paz en mucho tiempo” explica. “Pasé de mi vida en Sevilla pensando en mí, en las amenazas y los problemas, a estar pendiente del otro”.
Jaime acudió a una adoración con las hermanas. “En el colegio me habían dicho que ese cacho de pan era Jesús, pero para mí eso era un cacho de pan, en ese momento no creía que fuese Jesús, ni Dios, ni nada”. La actitud de las hermanas le conmovió: “Después de todo el día trabajando, de rodillas una hora delante del cacho de pan. Pero en su cara solo veía una felicidad que no había visto nunca”. “Eso es lo que yo quiero, lo que sin saberlo venía buscando”, recuerda.
Dar un salto al vacío
Por desgracia, cuando volvió a Sevilla, de nuevo se enfangó en la violencia y el alcohol. “Era como estar en el infierno, saber que estás ahí y que estás sufriendo” explica. “Has descubierto que hay algo más allá, pero no sabes cómo salir. He tenido una intuición de que puede haber algo más allá, pero es dar un salto al vacío”.
Tras un año de indecisión, “sabía lo que buscaba, pero mi cabeza está llena de pájaros”. Pensó en “volver a Calcuta, aprender budismo, incluso en buscar en Nepal los arbustos de marihuana”. Pero una vez, de nuevo en Calcuta con las religiosas, el joven sentía como si hubiera encontrado un hogar. “Mi rato de oración nadie me lo quitaba. Necesitaba sentarme delante de Jesús y estar en silencio, en mi corazón le preguntaba a Dios que quién era, qué quería de mí”.
Sintió a Dios vivo en el pan
“Sentí que lo que había allí no era un cacho de pan. Ahí se encontraba un Dios vivo que me amaba, que se preocupa por mí, y vi como en mi vida Dios había estado delante, en cada pelea, esperándome. Sentí como mi pasado se iba sanando en Su misericordia”.
Un día, Jaime se encontraba de camino al crematorio tras la muerte de un niño que conocía en Calcuta. “Mientras andaba, me vino un pensamiento que me atravesó por completo: Llevar el amor de Dios a través de los sacramentos, ser las manos de Jesús en la tierra”.
“Entonces conocí a los Padres Misioneros de la Caridad”, recuerda. “Cuando los conocí es lo que yo quería, un ministerio sacerdotal para atender a los pobres”. En 2018 anunció que entraba en el seminario de esta congregación sacerdotal.
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