El polaco Lukasz Sakowski dice que ha tenido sentimientos homosexuales desde pequeño. Es un apasionado de la biología y la ciencia, es influencer en redes sociales y se considera de izquierdas.

Pero si algo tuvo claro desde los siete años es que no quería ser homosexual. Y cómo cuenta en su blog, aquella convicción estaba alejada de todo adoctrinamiento religioso. De hecho, detalla que su profesora, una monja, "nunca expresó una actitud negativa hacia los homosexuales".

Lukasz "pensaba que una vida normal y sana sería imposible", y si lo creía así, era solo por un motivo: "La imagen que los homosexuales dan en los medios y el orgullo gay".

Pero había un lobby con una creciente influencia que pronto le presentaría como alternativa lo que acabaría siendo "una pesadilla" de angustia y mutilación. Cuenta su historia en retrospectiva, con la autoridad que le da ser licenciado en biología, periodista y bloguero especializado en ciencia y cofundador de la Marcha Polaca por la Ciencia. 

Frente al lobby gay: "Nunca me identifiqué con ellos"

Lukasz tenía siete años cuando se sintió "enamorado" de un modo infantil por otro chico por primera vez. Con doce comenzó "a luchar con esa tendencia" y sabía perfectamente que le atraían los chicos. A su edad, desconocía que existiesen homosexuales "fuera de la subcultura LGBT, los exhibicionismos y los desfiles".

Como muchos otros homosexuales, explica, "no me identificaba en absoluto con tales modelos y comportamientos", y esto solo incrementaban su convicción que "la homosexualidad era algo extraño y repugnante".

Por eso, cuando a los 13 años conoció el programa de historias trans presentado por Ewa Drzyzga, Rozmowy w toku -Conversaciones en curso-, pensó que un mundo de posibilidades se abría ante él como una esperanza. Acto seguido, como muchos otros, buscó una comunidad a la que aferrarse en Internet y conoció a un hombre "que se siente mujer", y al que llama "Ewa", mucho mayor que él. 

Primera fase: transición social

Y tan pronto como le conoció, comenzó lo que llama "la primera fase" de su pesadilla: la transición social.

Desde las redes, "Ewa" no tardó en convencerle de usar nombre, adjetivos y pronombres femeninos para describirse a sí mismo, así como de usar ropa de niña, maquillarse o pintarse las uñas.

Lukasz recuerda que su aquel trans "no soportaba a los homosexuales" y que tenía "un profundo odio hacia la homosexualidad, les criticaba  y ridiculizaba", una aversión que solo acrecentó la aversión del joven polaco a la homosexualidad que conocía.

Tenía solo 14 años cuando Ewa le ofreció Androcur, un bloqueador de las hormonas masculinas cuyos efectos secundarios conoce a la perfección, desde lesiones hepáticas como ictericia, hepatitis o insuficiencia hepática hasta depresión, fatiga, tumores benignos y malignos u osteoporosis.

Segunda fase: las consecuencias de los bloqueadores

Con su ingesta, comenzó la "segunda fase", la de los bloqueadores. No tardó en  sufrir un fuerte dolor abdominal y Ewa reconoció que olvidó decirle que también tenía que haber tomado silimarina, un protector hepático.

Los efectos se mostraron rápidamente en toda su crudeza y con 18 años ya presentaba osteoporosis avanzada, habiendo perdido la cuarta parte de densidad ósea normal para su edad.

Durante buena parte de su adolescencia y juventud, Lukasz Sakowski, actual biólogo y conferenciante, sufrió fase por fase los postulados y consecuencias del lobby trans que probablemente tendrá que enfrentar de por vida. 

Tercera fase: hormonas... y "como en una secta"

Pero los peores efectos estaban por llegar. Empezaba la y tercera fase, la de las hormonas cruzadas y la "disonancia cognitiva",  definida como la incomodidad psicológica que se da cuando la mente arroja dos conceptos contradictorios al mismo tiempo.

Comenzó con los bloqueadores con 15 años, al mismo tiempo que Ewa le recomendaba consumir estrógenos.

"Me sentía cada vez más incómodo y frustrado cuando alguien me llamaba con nombres masculinos. Sentí una gran aversión hacia mi cuerpo", relata.

Pero en los foros transgénero nadie le prevenía. "Me empujaban a dar los siguientes pasos para cambiar de sexo, como los miembros de una secta. Pero si alguien me hubiera preguntado, en ese momento habría dicho que estaba emocionado. Había sucumbido a la disonancia cognitiva , así que a pesar de lo terrible que se sentía mi cuerpo y mi situación, sentía que iba en la dirección correcta", relata.

Su mente adolescente y en desarrollo "había quedado totalmente devastada".

Aislado en el "carrusel masoquista" transgénero

Buscando respuestas, Lukasz se sometió a una evaluación psicológica y sexual y le confirmaron tener un cariotipo masculino normal, 46XY. Concluida la evaluación, obtuvo el diagnóstico, disforia sexual. Al contrario que en muchos otros casos similares, la clínica a la que acudió le negó el tratamiento con bloqueadores de la pubertad. Entonces tenía 15 años, pero supo que "aquella decisión fue la correcta".

Pero sus dolencias no hacían sino aumentar. El joven en transición empezó a encerrarse sin salir de casa durante semanas, solo tenía "amigos" en Internet y veía como los bloqueadores que le daba Ewa le generaban fuertes episodios depresivos y síntomas similares a los de la menopausia.

Sin embargo, lejos de disuadirla, aquellas dolencias le animaron a seguir adelante con la transición, comparándola hoy a "un carrusel masoquista que se perpetúa a sí mismo y al que es muy difícil renunciar".

Para el licenciado en biología, postulados transgénero como que el sexo biológico no existe, que la disforia es irreversible y la transexualidad innata o que puedes elegir tu sexo `son absurdas e inconsistentes. No tienen el más mínimo sustento científico´.

También recuerda con pesar una profunda "confusión interior" que le llevaba a creer  que tendría "una vida normal" y que "todo cambiaría" cuando cumpliera 18 años y cambiara sus documentos de identidad. Para él, la transición era la única alternativa posible. "Cuando tuve problemas para adaptarme al papel de `niña´ le eché la culpa a la `transfobia´. Seguía negando que pudiera ser gay", confiesa.

Cuarta fase: hacia la mutilación

Cuando empezó la universidad, Lukasz parecía  una mujer, no tenía barba, tenía rasgos finos, figura femenina, pechos y cintura estrecha y cuando en teoría debería ser feliz como "mujer trans", recuerda que sus dudas "se intensificaron aún más".

Buscando completar el proceso, el joven acudió a la consulta de un psicólogo conocido en el entorno trans y tras solo  una sesión le diagnosticaron disforia de género, con el consiguiente certificado para comenzar la transición quirúrgica.

Sin embargo ya había comenzado sus estudios en biología y cuando se acercaba la extirpación de los testículos le invadía la creciente sospecha de que "toda la idea del cambio de sexo era algo absurdo y patológico". El joven canceló hasta en dos ocasiones la orquiectomía, pero se preguntaba si era prudente detener el proceso tras una cantidad ingente de tiempo, dinero  y trastornos invertidos en lograrlo.

La ciencia frente a los dogmas LGBT

Recuerda sus estudios en ciencia y biología como algo crucial para llegar a una conclusión, permitiéndole "descubrir los dogmas de la narrativa de los activistas transgénero, la desinformación, la manipulación y la mentira" presente en el lobby trans.

"Entendí que afirmaciones como que el sexo biológico no existe, que hay muchos y uno de ellos es la transexualidad, que la disforia es irreversible y la transexualidad innata o que puedes elegir tu sexo son absurdas e inconsistentes. No tienen el más mínimo sustento científico", sentencia. 

El joven polaco tuvo suerte una vez más al dar con un psicólogo ajeno a la "afirmación" de género. En lugar de ello, le hizo las preguntas adecuadas para "pensar más" y, en 2014, abandonó el tratamiento hormonal, desdiciéndose ante su familia de que la transición "es lo que dice la ciencia"  y reconociendo que esta "había sido un error".

En la lista negra: "Me recibieron como un traidor"

Lukasz pasó a integrar la "lista negra" del lobby trans cuando, tras buscar ayuda para "detransicionar" en su comunidad, le recibieron "con hostilidad, como un traidor". Desde entonces, afirma haber sido "acosado y calumniado por activistas trans. Incluso me han chantajeado para que no cuente mi historia, pero exactamente por eso quiero que se sepa".

Sakowski completó su búsqueda y detransición con éxito pero, ¿a qué precio? Hoy sabe que su vida nunca volverá a ser igual y, hasta ahora, ya se ha extirpado los pechos que su cuerpo nunca habría generado de forma natural, tiene una pelvis ancha que no sabe si podrá normalizar, por la calle a le llaman "señora" y quizá sus rasgos femeninos faciales nunca le abandonen. He completado la detransición legal y médica, dice, "pero todavía lucho contra las consecuencias".

"Te destruye la salud y la vida"

Hoy, el joven se refiere a la transición como "un proceso de mutilación del cuerpo y la mente" que recuerda como "una pesadilla".

Pero su historia y divulgación también son una alerta para muchos jóvenes confundidos y sus padres chantajeados por el lobby trans y la industria del cambio de sexo con la famosa disyuntiva de "o un hijo trans o una hija muerta".

En base a su experiencia, no duda en afirmar que "es un mito que la transición cure la depresión, los problemas relacionales, el autismo, el trastorno límite de la personalidad, la no aceptación de la orientación sexual o los pensamientos suicidas. Me acusaron de transfobia cuando dije que las personas con disforia deberían ir a terapia  y no ser remitidos a un cambio de sexo".

Después de todo, concluye, "los psiquiatras y psicólogos de la cada vez más rentable industria de la reasignación de género dirigen a sus pacientes inmediatamente a la transición. Y ese es un camino que no solo no ayuda, sino que en realidad destruye la salud y la vida".