Miguel Mota es un claro ejemplo de cómo los caminos para volver a la Iglesia pueden ser de lo más sorprendentes. Alejado completamente de la fe, volcado en la noche y en la fiesta y en la búsqueda de su éxito como jinete, el vacío que sentía en su interior le hizo buscar la verdad en lugares muy equivocados. Acabó pidiendo consejo a un médium, pero fue en una misa y en la confesión donde su vida cambió. Años después un cáncer le ha llevado en plena pandemia al hospital. Y allí esta relación con Dios se ha hecho todavía más estrecha.
Este portugués provenía de una buena familia, su familia tenía una discoteca en la que Miguel pasaba mucho tiempo con sus amigos. Sin embargo, su verdadera pasión eran los caballos, y a ellos como jinete quería dedicar su vida.
A día de hoy Miguel tiene 40 años, está casado, es padre y vive en Lisboa su espiritualidad en el Opus Dei, que es quien ha publicado su testimonio de conversión y ahora de superación frente a la enfermedad.
Se formó en el manejo de caballos y todavía muy jovencito se fue a Francia para lograr ser jinete profesional. “Aprendí mucho y volví de Francia con cierta ingenuidad y arrogancia, pensando que ya era un gran jinete”, confiesa.
En ese momento, Miguel afirma que su formación cristiana se limitaba a las catequesis para recibir la comunión y recuerda “abandonar la práctica religiosa muy pronto, y dejé de ir a misa. Yo era uno de esos portugueses que no asistía a misa, pero que iba a Fátima todos los años”.
Fue a su regreso a Portugal cuando asegura que se perdió “completamente”. “Salía por la noche casi todos los días con diferentes amigos del mundo de los caballos. Tenía varias amigas pero tenía la clara convicción de que nunca me comprometería con nadie. Así, a los 22 años, había perdido la fe, aunque de alguna manera buscaba a Dios”, afirma.
Sin embargo, en esta búsqueda de sentido estaba también muy perdido. Miguel cuenta que empezó “a tener sesiones con un astrólogo médium, que tenía fama de ayudar a mucha gente”.
Entre las sugerencias que este médium le dio había una muy sorprendente: que fuera a misa nueve días seguidos. Aunque en realidad esto era más bien como un ritual que como algo sacramental. “Recuerdo ir en el coche hacia la iglesia tratando de recordar la oración del Credo, que ya había olvidado”, añade.
Sin embargo, su vida no cambió ahí. De hecho, Miguel relata que “un día oí a alguien decirme: ‘las brujas te envían a misa, pero nunca te dirán nada sobre la confesión’. Lo guardé en mi cabeza. Pero continué con mi vida nocturna: mis padres tenían una discoteca y la frecuentaba demasiado con mis amigos. Por otro lado, alimenté un gran afán de ser un buen profesional del caballo. Mi situación interior era la de una persona que vivía sin alegría y que competía constantemente por encumbrarme”.
Su vida experimentaría un cambio real en 2011. Por invitación de la prima de María, la que hoy es su esposa, Miguel comió con un sacerdote, el padre Hugo. “Esa conversación tuvo un enorme impacto en mí. Tanto que le pedí inmediatamente que me confesara. Perdí una ‘tonelada’ de peso en la confesión, y me di cuenta de que hasta entonces había vivido en la oscuridad”.
Con su conversión, su relación con María se fue profundizando y supo que era la mujer con la que quería estar el resto de su vida. Y poco después la pidió matrimonio. Hoy son padres de tres hijos.
Además, Miguel confiesa que su conversión tuvo un efecto muy visible, sobre todo entre sus amigos con los que siempre salía de fiesta. “Notaron el cambio. Antonio era uno de los más cercanos. Lo conocí cuando volví de Francia. Somos muy amigos y aún hoy, aunque viva en Alemania donde es jinete, hablamos con mucha frecuencia. Un día lo desafié y le dije que tenía que cambiar de vida. Me pidió que le diera la medicina para ser feliz. Entonces comenzó un hermoso viaje que terminó con su acercamiento a la fe. Después de más de quince años volvió a confesarse, con el mismo sacerdote que yo”, agrega.
Sin embargo, una vez que había conocido a Dios necesitaba profundizar más. Miguel asegura que “fue entonces cuando un amigo me habló de las actividades de formación católica del Opus Dei. Rápidamente me di cuenta de que había encontrado mi vocación, porque además de tener la asistencia espiritual y la formación que necesitaba, había encontrado la manera de de estar en la vida como un hijo de Dios, algo que tenía más sentido para mí: vivir cerca de Dios a través de mi familia, la dedicación a los demás y mi trabajo”.
Pero entonces este jinete portugués tenía que probar su fe al crisol. En 2019 le diagnosticaron un mieloma múltiple, un cáncer en la sangre.
“Lo que se me ocurrió inmediatamente fue que si Jesús se entregó y murió por mí, ¿por qué no debería sufrir yo por Él? Pensé que lo que sucediera sería para mi bien y para mi familia, así que Dios me concedió la gracia de no desesperarme ni enfadarme”, confiesa Miguel.
Al afrontar su enfermedad de la mano del Señor su vida –asegura- “adquirió otro valor” y el sufrimiento “me unió a Jesús como nunca antes”.
De este modo, agrega que en este tiempo “pude rezar y ofrecer todo esto por los que amo, por la Iglesia y por la Obra. Yo, que soy tan pequeño y carente de generosidad, ahora tenía mucho que ofrecer”.
El pasado mes de mayo, en plena pandemia, tuvo que ser hospitalizado y allí permanecer aislado. Pero incluso en esas circunstancias tuvo la gracia de poder conocer allí al padre Custodio, el capellán del centro. Diariamente recibía la comunión y el apoyo de este sacerdote.
“Pasé por momentos muy difíciles de dolor y de tratamientos complicados, como el autotrasplante de médula. Pero, en medio de todo aquello, recibí el apoyo y el cariño de María, el de mi familia, además de amigos, hermanos de la Obra y de muchas personas que rezaron por mí. Llegar a un desafío tan difícil de la vida y poder decir que soy feliz, profundamente feliz, no tiene explicación. ¿Qué puede ser sino la gracia de Dios?”, concluye.