El teatro ha sido el encargado de llevar al actor Djamel Guesmi de la familia musulmana en la que nació a los pies de Cristo, a través de San Francisco de Asís, a quien representa en escena desde hace 35 años. El portal La Vie acaba de contar su historia.
"Estuve más de una vez al borde de la muerte, experimenté injusticias, violencia... Podría haberme vuelto loco o incluso matado. Podría haber cometido las peores atrocidades. Pero me salvé. ¡Soy un milagro! Y, debo este milagro al resplandor que nunca ha dejado de brillar dentro de mí. Una luz frágil y vacilante que conservé como un fuego porque era mi única riqueza. Me tomó muchas décadas comprender que este fuego era la fe que ardía dentro de mí. Que Cristo estaba ahí y yo no lo sabía", comenta Guesmi.
"Mis padres huyeron de Argelia antes de la guerra de independencia. Aterrizaron en Vienne (Francia), y allí nací yo, en 1959, y crecí con mis cinco hermanos. En casa había poco dinero. Mis padres luchaban a diario por salir adelante. 'Dios ilumina nuestro camino para el mañana', le gustaba decir a mi padre. Eran piadosos, rezaban y seguían el Ramadán, pero discretamente", recuerda el actor, en cuya casa no había Corán ni ningún otro libro, ya que su madre era analfabeta.
Sin embargo, a partir de los 12 o 13 años, Djamel se iba a meter en graves problemas. "Me acusaron de delitos que no cometí. Era inocente, me llevaron varias veces a la comisaría, incluso recibí una pena de prisión. No podía defenderme, ya que sufría de una terrible tartamudez. Como no dominaba el idioma, no podía leer, ni escribir, ni pensar, ni expresar el más mínimo sentimiento. Tenía la sensación de estar encerrado vivo".
"O te rindes o te vas"
"Una tarde de invierno, mi instinto de supervivencia me susurró: 'O te rindes o te vas'. ¿Debía abandonar ese barco que se hundía (mi padre había regresado a Argelia y el salario de mi madre no alcanzaba para pagar los recibos)? Esa noche, una voz interior me instó a marcharme de inmediato. No huía para escapar, sino para salvarme. Y así fue como, a los 17 años, me encontré en París, solo, sin recursos, y sin educación", comenta Djamel, que dirige ahora la compañía Les Tréteaux du monde.
"Mis primeros siete años en la capital fueron bastante precarios. Vivía de trabajos ocasionales. Dormía donde podía, en hoteles de mala muerte, cines o en el mismo metro. Tuve relación con el mundo de la prostitución masculina... pero, gracias a Dios, no me ensucié. Una noche, un hombre me ofreció heroína. Y, entonces, se me 'apareció' el rostro de mi padre, y me dijo: 'Si lo tocas, eres hombre muerto'. Y, retrocedí", explica.
"Este período de mi vida fue muy oscuro, aunque también tuve momentos de luz. Como, por ejemplo, el canto del mirlo al amanecer, una mirada, una sonrisa, una botella de agua fría ofrecida por un transeúnte... Un solo encuentro maravilloso lo redime todo. Cuando haces autostop: ¡el coche número cien que se detiene redime a los otros 99 que pasaron sin darse cuenta! Mis paseos por la naturaleza me llenaban de alegría. Así como mis descansos en iglesias donde encontraba refugio. Me encantaba su silencio, su gentileza. Podría descansar allí, recomponerme, encontrarme a mí mismo", recuerda.
Hasta que Djamel descubrió el teatro, en París, y entendió que este era su camino. "A los 24 años llamé a la puerta de la escuela del director Jean-Laurent Cochet. Él me puso en contacto con la belleza del lenguaje. Un idioma que tuve que estudiar más que cualquiera de mis compañeros porque estaba empezando desde cero. Él me liberó y me curó de este sentimiento de estar prisionero en mi propio cuerpo".
"Los textos que Cochet nos daba para trabajar estaban llenos de referencias cristianas que yo desconocía. Tenía sed de conocimiento y me interesé mucho por la Biblia. Un buen día, mi librero me ofreció Le Petit Pauvre, la obra de Jacques Copeau inspirada en la biografía de Francisco de Asís y escrita por Johannes Joergensen. Fue un encuentro impactante y conmovedor. Nada de lo que aparecía en este texto me era ajeno".
"Lo comprendía todo en mi propia carne: confiar en Dios para el alimento, caminar por los caminos, vivir en una cabaña, ser rechazado y despreciado, maravillarme, alegrarme... La alegría del Poverello encontró en mí un eco tan fuerte como el de la pobreza. Y, su intimidad con Cristo, a quien aún no conocía, me impresionó e incluso me inquietó".
"San Francisco me condujo hacia Él, me animó a seguir sus huellas y me abrió los Evangelios. Ya había leído algunos pasajes, pero ahora... arrojaban una luz nueva y sin precedentes sobre mi propio viaje. ¡Tantas palabras y escenas resonaron profundamente en mí! Pienso, por ejemplo, en las Bienaventuranzas".
"Entonces me di cuenta de que Dios siempre había estado a mi lado, incluso en este complicado viaje para curar mi habla. Cristo restauró mi dignidad. Me volvió a dar cara de hombre. Aunque, pasó todavía algún tiempo antes de atreverme a pedir el bautismo, que recibí a los 38 años, en 1997".
"En aquel tiempo nadie quería producir El pequeño mendigo. Los artistas pensaron que no valía nada. Pero, yo creía en esta obra olvidada, verdadero testamento espiritual de Copeau. Entonces decidí ponerme en cuerpo y alma a su servicio. Recluido en mi habitación, la estudié durante dos años. La adapté y la dirigí. Creé una compañía itinerante para ella, que primero se llamó Compagnie du Petit Pauvre y luego Tréteaux du monde. El estreno tuvo lugar en 1988 y, en 1990, la representamos ante Juan Pablo II en Castel Gandolfo".
"Durante 35 años he interpretado a Francisco en lugares cargados de historia y espiritualidad (monasterios, abadías o plazas de iglesias). Cada actuación es como un boceto. Una etapa de un viaje interior que nunca termina. Me llamaron especialmente la atención las actuaciones que hicimos en Roma en 2017, durante el festival Fratello, la peregrinación de la gente de la calle. Los hombres y mujeres de la calle son mi familia".
Puedes ver aquí una entrevista al director y actor de teatro.
"San Francisco era grande porque seguía siendo muy pequeño. También me siento muy cercano del cura de Ars, Charles de Foucauld... Como ellos, dejé de crecer, de perseguir el éxito, la fama, el poder y el dinero; son señuelos, calamidades. Como ellos, abracé la pobreza. La habitación de 17 m2 en la que he vivido durante 45 años es muy sencilla y, sin embargo, ¡me siento como en un palacio!", concluye Djamel, que acaba de publicar De mis desgracias surgió un tesoro, con Valérie Delbé (DDB).