En la familia de Véronique solo su madre practicaba la religión, y aunque ella fue a clase de religión hasta cuarto curso de primaria, luego abandonó también la vivencia de la fe: "Durante diez años no practiqué en absoluto".
Un amor de verdad
Pero ya como veinteañera, conoció a un joven y se enamoró de él: "Había tenido hasta entonces muchas pequeñas aventuras, sin futuro. Era un poco decepcionante. Pero cuando le conocí a él, enseguida vi que era un amor diferente".
Sin embargo, al poco de comenzar se planteó un problema, confiesa a Découvrir Dieu: "Él venía de una familia practicante. Se había alejado un poco de la religión, pero había vuelto a la fe seis meses atrás. Y enseguida me preguntó enseguida si yo iba a misa. Lo primero que pensé fue: ¿quién este tipo que me pregunta si voy a misa? Me sorprendió".
Por "temperamento", confiesa, Véronique no es proclive a rendirse, así que decidió "tirar hacia adelante" con la relación y hacer lo que estuviese en su mano por consolidarla. La pregunta de su novio le había traído recuerdos: "Despertó mis años de catequesis. Así que me fui por propia iniciativa a la parroquia más próxima y 'caí' sobre el sacerdote".
El sacramento que lo cambia todo
"Sin saberlo, deseaba el sacramento de la reconciliación", admite. El párroco debió interpretar así sus pensamientos porque lo primero que hizo fue preguntarle si recordaba algún pasaje evangélico que pudiese aplicarse a sí misma o a su pasado más reciente: "Yo me acordé del buen samaritano... y empezamos a hablar. Enseguida la charla se transformó en el sacramento de la reconciliación. Lloré mucho y él sonreía ampliamente".
Véronique cree que la gracia recibida en ese momento tiene que ver con su audacia: "Me había atrevido, había llamado a la puerta de una parroquia que no conocía de nada, pero tenía veinte años y había que hacerlo".
Esas lágrimas transformadoras desembocaron en una gran alegría por sentirse de nuevo "renovada". Además, había una conexión entre ese amor a Dios redescubierto y el amor de su novio: "Yo palpaba en él un amor auténtico y ese amor auténtico me hizo reencontrar ese amor más fuerte de Cristo por mí".
La conversión "no fue de la noche a la mañana, fue algo progresivo". El joven le regaló una Biblia y ella la leyó y se tomó en serio su fe reavivada: "Al principio iba a la iglesia cuando estaba vacía. Luego me iba sentando en los bancos, progresivamente más cerca. Era algo cada vez más familiar para mí. Me daba cuenta de que había reencontrado al Señor, de que de nuevo era importante para mí".
Necesidad de la oración
Los dos jóvenes se casaron y han tenido cinco hijos. Los dos primeros fueron bautizados por el sacerdote que había escuchado esa primera confesión de Véronique, quien siguió progresando espiritualmente: "Cuanto tuve a mi primer hijo me aburría un poco, era verano. Entonces pasé de ir a misa todas las semanas a ir todos los días, y eso alimentó mi fe".
"La oración se ha convertido en algo cada vez más importante para mí", concluye su testimonio: "Rezo todos los días, intento ir a misa siempre que puedo. Forma parte de mi vida. Cuando no rezo, algo no va bien. Cuando estoy triste o he discutido con mi marido, mi reflejo es pedir ayuda a Jesús o a María. Esto es algo que no perderé nunca. Después de aquella reconciliación, nunca lo he perdido".