Jordan Peterson ha dimitido como profesor numerario de Psicología en la Universidad de Toronto. A partir de ahora, sin haber cumplido aún los sesenta, será profesor emérito, algo muy distinto a lo que él esperaba para sus últimos años de docencia: "Enseñar e investigar a tiempo completo hasta que tuvieran que sacar mi esqueleto del despacho. Amaba mi trabajo".
Las razones de esta decisión las ha explicado él mismo en un artículo en el National Post, una contundente denuncia de la sumisión administrativa del ámbito académico a la ideología woke, la cultura de la cancelación y la corrección política: "La Diversidad, la Inclusividad y la Igualdad -la Trinidad de la izquierda radical- nos están destruyendo... Ya basta. Basta. Basta".
Un magisterio fuera del aula
Su alegato no se dirige contra las presiones mediáticas y de parte del alumnado, algo a lo que está acostumbrado y con lo que ha conseguido lidiar en los últimos cinco años con notable éxito. La celebridad, dentro y fuera de Canadá, que le dieron sus discusiones públicas con quienes pretendían obligarle a usar el lenguaje de la ideología de género allanó el camino para dos bestseller mundiales que le han convertido en uno de los intelectuales más influyentes de nuestro tiempo: 12 reglas para vivir y Más allá del orden.
Las charlas y entrevistas en Youtube, donde suma en su canal 4,5 millones de suscriptores, superan sin grandes dificultades los cientos de miles de visionados, en bastantes casos por encima del millón. Ésa es una de las razones que le permiten dar el paso que ha dado: "On line puedo enseñar a muchas más personas y con menos interferencias", sentencia.
No se trata, pues, de una cuestión de interés personal, sino de insubordinación a la reglamentación del pensamiento único, que asfixia la vida universitaria en Estados Unidos y Canadá (y cada vez más en Europa) hasta extremos inconcebibles hace muy pocos años.
Alumnos condenados
Peterson es muy sincero: "La posibilidad de que mis estudiantes de postgrado varones, blancos y heterosexuales -tengo muchos otros, por cierto-, extraordinariamente cualificados y preparados, reciban una oferta para un puesto de investigación en la universidad son mínimas, a pesar de sus brillantes currículos científicos... Mis alumnos son también en parte inaceptables precisamente porque son mis alumnos, y yo soy académicamente una persona non grata por mis inaceptables planteamientos filosóficos".
Esto le deja a él en una posición "moralmente insostenible": "¿Cómo puedo en conciencia aceptar investigadores y formarlos a sabiendas de que sus posibilidades profesionales son ínfimas?"
"El DIE debe morir"
Señala dos causas principales para esta situación anormal.
Por un lado, los reglamentos de Diversidad, Inclusividad e Igualdad (DIE, por sus siglas en inglés) y los comités que los imponen, y por otro "una deplorable ideología que está destruyendo las universidades y, como consecuencia, la cultura general".
"DIE must die" es el juego de palabras en inglés con el que Jordan Peterson señala que la normativa de Diversidad, Inclusividad e Igualdad (DIE, por sus siglas en inglés) debe morir ("die") para salvar la universidad, la cultura y la sociedad en su conjunto. En este vídeo lo explica.
El mecanismo que privilegia el ascenso de los "BIPOC" (negros, indígenas y personas de color, por sus siglas en inglés) no tiene en cuenta que no hay un número de ellos con suficiente cualificación para ocupar esos puestos con la rapidez exigida por las normas DIE. El resultado es que "vamos a producir una generación de investigadores totalmente carentes de cualificación para el trabajo", algo que se une al desprecio por la evaluación objetiva de los conocimientos.
Apoteosis de la mentira
¿Qué están haciendo los universitarios para obviar este problema y escapar al corsé impuesto por la ideología woke? Mentir: "Mis cobardes colegas multiplican las afirmaciones DIE para conseguir las subvenciones. Todos mienten (salvo una minoría de auténticos ceyentes) e instruyen a sus estudiantes para hacer lo mismo. Lo hacen constantemente, con diversas racionalizaciones y justificaciones, corrompiendo aún más una institución ya increíblemente corrompida".
Incluso se someten a las sesiones de adoctrinamiento que les ordenan desde el departamento de Recursos Humanos, a la caza de cualquier actitud que se considere "racista, sexista o heterosexualista", sesiones que suelen ser requisito para poder formar parte de los comités de contratación de profesores e investigadores.
Daño directo al ejercicio profesional
En el ámbito concreto de la Psicología Clínica en el que Peterson trabaja, estas sesiones evalúan a los profesionales sobre los posibles "sesgos" contrarios a la ideología woke que puedan mostrar los candidatos. Se valora su orientación hacia la "justicia social" (identificada en la práctica con la victimización y revanchismo propios de Black Lives Matter o los movimientos indigenistas) y su rechazo a las "terapias de conversión".
En este sentido, para los psicólogos clínicos se ha convertido en "un riesgo extraordinario cualquier cosa que no sea dar la razón siempre y en todo a sus pacientes", perjudicando "la práctica de la psicología clínica, que depende enteramente de la confianza y la privacidad".
"Si usted no cree", se dirige Peterson al lector, "que los psicólogos, los abogados y otros profesionales están aterrorizados ante el gobierno woke de sus colegios profesionales, en perjuicio extremo para todos, es que usted, simplemente, no comprende lo lejos que ha llegado todo esto... La ideología de la Diversidad, la Inclusividad y la Igualdad no busca la paz y la tolerancia, es la enemiga absoluta y total de la competencia y de la justicia".
Una locura
Pone el ejemplo de Hollywood, donde la Academia ha puesto en marcha un plan quinquenal ("¿no les suena históricamente a nada?") para que los Oscar sean representativos de la diversidad e inclusivos: es decir, que no se entreguen según criterios de calidad, sino según criterios raciales o sexuales. La CBS, por ejemplo, ha dispuesto que en 2022 la mitad de sus autores tienen que pertenecer a minorías étnicas.
"Hemos llegado a un punto en el que la raza, la etnia, el 'género' o la preferencia sexual se considera la característica fundamental que define a la persona y además la cualificación más importante para estudiar, investigar o conseguir trabajo. ¿Es preciso que señale hasta qué punto esto es una locura?", se pregunta Peterson.
Y recuerda que el propio Vladimir Putin, en el ya célebre discurso de octubre pasado en el Club Valdai, formuló críticas sustanciales a esta insania en la que ha caído nuestro mundo.
"Algunas personas en Occidente", dijo entonces el presidente ruso, "creen que una agresiva eliminación de páginas enteras de su propia historia, que la 'discriminación a la inversa' contra la mayoría en beneficio de una minoría, y que la exigencia de abandonar las ideas tradicionales de madre, padre, familia e incluso género son hitos en el camino a la renovación social... En Hollywood se distribuyen manuales sobre cómo contar adecuadamente las historias y cuántos personajes y de qué color y género debe ser una película. ¡Esto es peor que el departamento de agit-prop del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética!".
Peterson concluye dirigiéndose a profesores, empresarios, músicos, artistas, escritores, todos aquellos que asisten a todo lo que está sucediendo "cobardemente, en el disimulo y el silencio", mientras "las paredes se derrumban": "Quien siembra vientos recoge tempestades", advierte, "y el viento está arreciando".