A sus 33 años, Javier Díaz es licenciado en psicología, está casado y acaba de ser padre. Hace 11 años, la madrugada del 16 de diciembre de 2009, el suicidio de su madre marcó profundamente su vida y la de su familia. Aferrado a la oración, superó este drama mediante lo que considera la gran herencia de su madre, la fe cristiana, y apoyado en El Señor de los Anillos, la gran novela de J.R.R.Tolkien.
Cristo y la Virgen se manifestaron en su vida
Autor de Entre el puente y el rio, Javier Díaz ha relatado en Mater Mundi su historia desde la esperanza, consciente de que incluso en el suicidio, Dios puede conceder transformación y salvación. Javier trata de concienciar sobre una realidad creciente en Occidente: el suicidio es la mayor causa de mortalidad externa y se cobra cada año la vida de más de 3.000 personas en España.
“De la fe de mi madre nace un deseo de contemplar una realidad muy difícil que sufrí como fue su enfermedad mental y suicidio hace 11 años. Dios no me quitó el dolor”, explica, “pero nunca me abandonó”. Entonces, decidió “escribir esta realidad, porque Cristo y la Virgen se manifestaron en mi vida, y mi experiencia puede ayudar –y de hecho, lo hace– a otras personas”.
Estudió psicología para curar a su madre
Cuando tenía 22 años, estudiaba la carrera de psicología para “aprender y ayudar a que mi madre mejorase de su enfermedad, una depresión que ha acompañado a mi familia desde que mi hermano y yo éramos pequeños”, relata. “Año tras año tenía cada vez más dificultades y las terapias seguían sin funcionar”.
“Nunca llegamos a pensar que algo como el suicidio podía suceder, incluso teniendo señales de ello que ahora si comprendemos, no supimos verlo. Hasta que en diciembre de 2009, mi madre cometió ese suicidio”.
"Sentí una paz que no era mía"
Desde el primer momento “lloré, hubo dolor y preguntas sin respuesta, pero noté la presencia de Dios. No me libraba del dolor pero estaba conmigo y mi familia, en cada persona que acogía la noticia como una bomba, porque nadie se lo esperaba de una mujer de fe, fuerte y de oración diaria”.
“Me di cuenta de que había algo que no era mío, mi forma de acoger la realidad tal y como asumí ese golpe no era mía”, explica. “La paz en medio de aquel dolor fue una gracia, sufría cada momento, pero sin hundirme”.
Pero llegó el sentimiento de culpa
“Lo primero que pensé en esa situación fue: `¿por qué?´; y lo segundo, `¿dónde estaba yo?´”. Javier cuenta que en esos momentos, “la culpa aparece fácilmente, y a nivel psicológico y espiritual puede conllevar una crisis, porque te puedes echar la culpa a ti mismo, a otra persona, o a Dios: ¿Dónde estaba Dios cuándo mi madre se suicidó?”.
“Comenzaron a surgir preguntas sin respuesta, y tuve que racionalizar y pensar bien de qué manera había sido la relación con mi madre, no para culparme sino para para poder perdonarme ante los sentimientos de culpa, y también perdonarle a ella”
“Al final la culpa puede ser un mecanismo para justificar lo sucedido, pero te acabas dando cuenta de que miras la realidad como en un día de niebla, sin captar toda la realidad, sin comprender la realidad mental o del suicidio”.
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Su madre le dejó la mejor herencia
“Años después, mientras escribía el libro, me di cuenta de cómo el Señor ha ido madurando mi fe”, explica. “Después de la primera comunión, y a partir de la adolescencia, permanecí en la fe gracias a mi madre. Incluso en la juventud, cuando quería ser católico por mí mismo, me he dado cuenta de que no tengo ninguna vergüenza en decir que soy cristiano gracias a mi madre”.
“Mi fe, por más que sea un encuentro personal, tiene un arraigo en la fe de mi madre, en su vida y su muerte, todo ello es un testimonio de fe para mí, y sería tonto si lo negara”, afirma: “Esa fe tiene mirada de esperanza, y ahora que soy padre, quiero transmitirle eso a mi hijo, como mi madre a mí: que mi herencia sea fe y esperanza”.
La Virgen María, fuente de su esperanza
“Empecé a leer El Señor de los Anillos después de la muerte de mi madre, y pese a ser una novela de fantasía, cuanto más la leía, más cerca estaba de la realidad”.
Durante su lectura, una escena le inspiró especialmente. “Cuando Frodo y Sam están en Mordor, y ambos reconocen que era un camino solo de ida, Sam ve una estrella en medio de la oscuridad. De pronto, la esperanza renace, porque la sombra que le rodea no puede alcanzar a apagar la belleza de la estrella. Sam es el portador del portador, porque mantiene la esperanza contra toda desesperanza”.
Cuando Javier leyó esa escena, automáticamente vislumbró la fuente de su esperanza. “En mi lucha, toda esa sombra de culpa, de mi realidad, no podía alcanzar esa estrella de esperanza que se llama María. Una de las cosas más potentes de mi vida”, remarca Javier, “es que mi madre no me dejó sin madre: me dejó a la Virgen y a la Iglesia. La imagen de María como estrella es fundamental y soy incapaz de no contarlo siempre que puedo”.
Escena de "El Señor de los Anillos", en la que Sam carga con Frodo en Mordor.
Entre el puente y el rio
Profundizando en esta esperanza, Javier comprendió que “entre el puente y el rio es el lugar donde puede haber misericordia”, y decidió titular así el libro en el que cuenta su historia.
Para explicarlo, recurre al Cura de Ars. “Un día se encontró con la viuda de un hombre que se suicidó. Fue hacia ella y le dijo: `tu marido se ha salvado, reza por él, está en el purgatorio´. Ante la sorpresa de la mujer, el santo le explicó: `Cuando tu rezabas a la Virgen, aunque el callaba y no creía, te respetaba, incluso a veces rezaba, y María le concedió el don del arrepentimiento´”, cuenta Javier. “Ese don que Dios puede conceder entre el puente y el río”, añade.
El suicidio: una realidad silenciada
Javier cuenta que su experiencia le permite “mirar una realidad que no mira la sociedad, especialmente fuera de la Iglesia. Recuerdo una vez que hablaba sobre la pérdida de mi madre con una compañera de mi facultad y me decía: `Me sorprende como puedes ser capaz de hablar así de todo esto´”.
Como licenciado en psicología, afirma que “en muy pocas facultades de psicología se trata el tema del suicidio, cuando es algo que tiene mucho que ver por los trastornos mentales. Siendo una conducta humana tan terrible y que sucede tanto –más de 3.500 suicidios al año–, no es una realidad de la que podamos pasar”.
Lo que puede hacer la Iglesia
Por eso, Javier cree que “como Iglesia, tenemos que estar todos disponibles. Tu testimonio de vida tiene que ser de esperanza y de proposición de ayuda para personas que lo están pasando mal”. Además, “es necesario que los sacerdotes tengan formación para saber detectar dificultades de este tipo, saber qué alternativas y ayudas podemos ofrecer a gente que tenga estos problemas”.
“Cada uno en su puesto puede ayudar mucho. Uno de los problemas del suicidio es la gran capa de silencio que tiene alrededor. Hay que ser prudentes al tratar el tema, pero necesitamos tener esa propuesta de acompañar y de poder hablar con víctimas de este tema".
La eucaristía fue fundamental en su vida
Javier reconoce que no habría podido soportar este trance sin la eucaristía. “Hay una capilla de adoración perpetua en Getafe donde vivo a la que iba de vez en cuando, pero tardé en tener un turno personal”, recuerda.
“Desde que lo tengo, pasados los años, veo que ha sido un alimento tremendamente grande, mi fe sigue sin mover montañas, pero me he dado cuenta de que la eucaristía es un alimento necesario para mi vida. La adoración me ha acompañado con mi novia –que más tarde sería mi esposa–, y en las partes más duras de mi libro, todas escritas frente al Señor”.
Presentación completa de "Entre el puente y el rio"