Cuando Dilia Samadova tenía 15 años y vivía en Tayikistán, país de mayoría musulmana, sus padres arreglaron ya su matrimonio. A los 21 años, ya casada según la ley tayika, se fugó a Estados Unidos. Su padre la desheredó y cortó casi toda relación con ella.
"Tayikistán es un país muy patriarcal. Mi madre, mis cuatro hermanas, todas viven igual, sin derechos. Al graduarme en el instituto, me casaron. Mi padre nos nos dejaba ir a la universidad. Pero yo siempre quise estudiar", ha explicado en un reportaje de Associated Press.
Conoció a su marido forzado el día mismo de la boda. Su opinión no valía nada ante aquella especie de cinta transportadora que tenía que ser su matrimonio. "Intenté vivir como mi madre me dijo, pero la cosa se hizo abusiva, física y emocionalmente. Intenté suicidarme. Tras eso, la opción era el manicomio o volver a casa. me aterrorizaba volver a casa. Había avergonzado a mi familia. Supongo que Dios me guió y me dio coraje. No sé cómo lo hice todo".
Fue la embajada norteamericana la que ayudó a Dilia a escapar a Estados Unidos, dándole un visado laboral mientras tramitaba asilo. Con 21 años, en 2011, llegó a Nueva York. No sabía ni una palabra de inglés, sólo hablaba su lengua natal farsi. Fue un gran golpe cultural. "Recuerdo llorar sin cesar, pero la gente era buena. Tenía un diccionario para intentar comunicarme".
Primeros trabajos
Primero trabajó en hostelería en la zona turística junto al Lago Erie. "El único inglés que sabía era 'almohada', 'manta', 'sábanas' y 'jefe'", recuerda hoy entre risas. "Aprendí por mi cuenta. Me compré un iPhone y escuché TV".
Su segundo trabajo cambiaría su vida espiritual y su círculo de amistades para siempre: iba a limpiar la casa de una señora italiana, católica y devota.
"Ella rezaba el diario cada día. Y me hablaba de Jesús. Yo no sabía nada de Él. En Tayikistán no hay iglesias. Allí, o eres musulmán, o nada. Ella era muy cariñosa", recuerda.
Dilia empezó a acompañar a su empleadora a misa. En su parroquia se apuntó en un curso bíblico. Empezó a estudiar la fe, desde cero. Y dos años después se hizo católica. Su empleadora murió en 2013, pero el hijo y la nuera de ella fueron los padrinos de bautizo de Dilia.
La beca de un parroquiano generoso
Sus padrinos la animaron a estudiar Educación Infantil. Empezó con un curso, sospechando que sería muy difícil que llegara a sacar un título universitario, ya que las carreras universitarias en EEUU son carísimas. Pero un día, en una parroquia, tras la misa, alguien explicó su caso a la congregación y lo escuchó Jerry Pellegrino, empresario de Pellegrino's Music Center, que tiene un sistema de becas universitarias. Pellegrino dio al párroco su número de teléfono y ofreció una beca.
Al principio Dilia no se lo creía. "Ofrecía pagar mis estudios. ¿Quién hace algo así? No lo podía creer. Llamé al sacerdote y le dije: '¿ese señor es real?'". Se mudó y empezó sus estudios en 2017.
Hoy se aloja con dos religiosas, incluyendo la hermana Karen Lindenberger, que dirige la Pastoral Hispana en la parroquia de Saint Anthony en Canton. "Dilia está muy abierta a aprender cosas nuevas, le encanta pasarlo bien, es una magnífica estudiante y tiene mucha resistencia y determinación para estudiar duro", explica la religiosa. Dilia ya trabaja con niños en la escuela Our Lady of Peace, ligada a la parroquia Christ the Servant. El párroco allí también la alaba: "cada día viene al colegio con su entusiasmo y pasión fluyendo de su corazón, tocando la vida de los niños".
Algunos niños de la escuela parroquial Our Lady of Peace
Una nueva vida
Dilia lleva ya 9 años fuera de su país. Sabe que es muy difícil que vuelva, tanto por la oposición de su familia como por su conversión a la fe católica. Mantiene relación con sus hermanas, pero casi ninguna con sus padres. Logró tramitar su divorcio según la ley tayika, pero sus padres están enfadados por ello.
"Mis hermanas están contentas por mí, aunque ahora ellas viven como mis padres. Mi madre aún quiere que vuelva a casa. Mi padre me ha desheredado. Me parece correcto, entiendo su cultura. Se le perdono", explica ella.
A otras mujeres que se encuentren en dificultades, las exhorta a no desanimarse. "Creed que Dios os guiará. Se que es difícil, pero si lo intentáis, lo conseguiréis. Yo podría haberme rendido. Llegué aquí yo sola. Pero 15 personas van a venir a mi graduación. ¡Hay tanta gente que me ha ayudado! Más gente que en mi familia real", señala.
Es la historia de una inmigrante que apoyada en la fe, la comunidad creyente y la generosidad de un donante, ha visto su vida transformada para siempre.