El pasado jueves falleció la madre Anna Maria (Rina Cànopi) fundadora del monasterio benedictino Mater Ecclesiae, que dirigió durante 45 años. En la soledad de la isla de San Julio, en el lago de Orta, al pie de los Alpes, esta religiosa "dio a luz" a un centenar de monjas que explicaron al mundo moderno la mística del silencio, el genio de la oración contemplativa y el don de la vida monástica. De la mano de Costanza Miriano, quien la conoció personalmente, Costanza Signorelli traza un bello retrato de esta religiosa en La Nuova Bussola Quotidiana:
Madre Cànopi, la libre prisionera de Dios
La mirada baja, que sólo se eleva durante breves instantes. La voz suave, sopesando las palabras y controlando el tono. La posición ligeramente encorvada, no tanto por la edad, que sigue su curso, sino como reflejo de esa remisión que toda su persona ha asumido. Y, sobre todo, su silencio. Ese silencio que tanto la atrajo y que la empujó, sin dudarlo, detrás de las rejas de la vida de clausura. Un silencio que era lo contrario de la mortificación, y que en ella se realizaba como un apasionado acto de amor con Dios. Es así como la Madre Anna Maria, en el siglo Rina Cànopi, es recordada con afecto por muchísimos fieles por los que, seguramente, ya está intercediendo en el Cielo, donde el pasado jueves se reunió, por fin, con el anhelado Esposo Eterno.
Y sin embargo, esta pequeña y humildísima monja, con su incesante oración, ha cambiado el destino de una infinidad de almas a las que ha llevado de nuevo al camino de la Voluntad de Dios. Quien pensase que esta mujer, totalmente oculta al mundo, era ajena a la alegría de vivir, estaría cometiendo un grave error: "En cuanto la conocí, reconocí al instante en ella a una mujer 'plenamente mujer' y totalmente realizada", cuenta Costanza Miriano. "Exactamente lo contrario de lo que piensa el mundo ante una persona que ha transcurrido 45 años encerrada en un monasterio: esta mujer estaba tan llena de vida que despertaba envidia. Era enérgica, brillante, creativa. Precisamente porque estaba oculta en Dios era una mujer totalmente presente a sí misma y a los demás". Es así como la conocida vaticanista de la RAI, que tuvo el privilegio de conocerla de cerca, nos ayuda a entrar en la extraordinaria vida de esta mística de nuestros días.
Para quien aún no lo sepa, la Madre Cànopi fue la fundadora del monasterio benedictino Mater Ecclesiae situado en la isla de San Giulio, en el lago de Orta (Novara), del que fue abadesa durante más de cuatro décadas, hasta el año pasado. A su llegada al monasterio en el año 1973, por petición del obispo Aldo del Monte, la monja, que entonces tenía 42 años de edad, se encontró con un monasterio abandonado y en ruinas situado en una isla desierta.
Con el fin de que puedan comprender el temple de esta mujer elegida por Dios para realizar sus proyectos de amor, vean lo que ella misma cuenta de esos inicios tan difíciles: "El Señor quiso que llegáramos aquí sin saber en absoluto lo que nos habríamos encontrado. Eramos seis monjas, la isla estaba desierta y deshabitada. Todos se preguntaban cómo habríamos salido adelante: '¿Cómo viven? ¿De qué viven? ¿Cómo vivirán, abandonadas en esa isla, sin ningún tipo de supervivencia y a la intemperie del lago?'. Sin embargo, a nosotras, como monjas, nos pareció justamente una experiencia fecunda, porque fue una experiencia de gran pobreza y soledad. Tuvimos la gracia de vivir sólo de Dios, abandonadas a Él y en la más total gratuidad". Así, llena de gratitud, la Madre superiora reconocía la preferencia de Dios Padre en su historia personal.
Efectivamente, lo que hubiera sido imposible para mentes y brazos humanos, no lo fue para Dios: esos pobres muros derruidos y esas seis monjas sin nada se transformaron en un monasterio que, hoy en día, atrae a fieles de todo el mundo y es uno de los más ricos en número de vocaciones: "Es un lugar que rezuma vitalidad, laboriosidad, alegría de vivir", cuenta Costanza Miriano. "Recuerdo que cuando la Madre me hizo visitar algunas salas, vi un cuidado y una belleza que cortaba la respiración. Cada monja estaba ocupada en una tarea: la que escribía iconos, la que bordaba las vestiduras sagradas, la que hacía bocadillos de chocolate para la inminente fiesta patronal... todas ellas desarrollaban trabajos de altísimo nivel con una dedicación y una competencia extraordinarias. Entre las monjas había un aire de complicidad y una clima general de alegría, ¡era realmente una maravilla! Había muchas jóvenes...".
Efectivamente, con la nueva vida del monasterio la Madre Canopi "dio a luz" a casi cien nuevas monjas: no todas se quedaron en Mater Ecclesiae, que hoy cuenta con más de ochenta consagradas, sino que muchas fueros enviadas a misión; por ejemplo, al priorato Regina Pacis en Saint-Oyen (Valle de Aosta), fundado en 2002. O a los monasterios de San Antonio abad, en Ferrara, o de San Raimundo, en Piacenza, que gracias a la llegada de las nuevas hermanas han resurgido.
En realidad, esta increíble fecundidad de vocaciones tiene una razón de ser muy concreta, que Miriano cuenta así: "La Madre Cànopi siempre decía que cada mujer es madre, porque la tarea de la mujer es acoger y hacer crecer a su prójimo en sus entrañas maternas. Por muy paradójico que pueda parecer, esta maternidad se realiza en el nivel más alto precisamente en la virginidad de las monjas". Leyendo las cartas que la abadesa intercambiaba con las futuras novicias, esta realidad emerge en toda su belleza: parece realmente estar sumergiéndose en una madre amorosa, que equilibra con sabiduría afecto y advertencias para guiar a cada hija hacia el Sumo Bien.
Además, que la vida religiosa era "vida que genera vida", es algo que la abadesa de Mater Ecclesiae había presentido desde que era niña: "Cuando era pequeña -contó- le decía a mi madre: 'Cuando sea mayor me casaré y tendré muchísimos hijos. Quiero tener por lo menos veinte'. Mi madre me escuchaba y se reía. El día en que me acompañó al monasterio me preguntó: '¿Y los hijos que decías que ibas a tener?'. '¡Tendré muchos más!', le respondí segura de mí misma".
Sin embargo, no fue hasta más tarde que la monja comprendió la razón de sus proféticas palabras: "La maternidad espiritual es nuestra vocación: nosotras estamos aquí dentro por todos, para abrazar a todo el mundo. Estamos aquí para tener presente ante Dios a toda la humanidad, para que sea salvada, regenerada y protegida de las fuerzas adversas de la vida. Nosotros, los monjes y las monjas, hemos sido elegidos por Dios para vivir Su Presencia y para que toda la humanidad esté en presencia de Dios".
Sin embargo, quien está fuera del convento y sumergido en las "cosas del mundo", se pregunta: ¿cómo es posible vivir así? El secreto, repetirá en diversas ocasiones la Madre Cànopi, es la oración, fuente y motor de cada pensamiento, palabra y acción: "La persona contemplativa no es inerte e inútil. Al contrario, la oración contemplativa es como una central eléctrica: lo que parece algo estático, es en realidad una fuerza motriz. Mientras parece que estamos inmóviles y encerrados, nosotros con la oración recorremos el mundo entero".
Es más: "Toda la vida del monje -explica la Madre en sus últimos escritos-, pertenece al Señor y está consagrada a alabar a Dios, con el fin de que toda la jornada incluya loar, cada hora, al Señor, llamando a todas las criaturas para que participen en esta alabanza: nosotros somos los que alabamos a Dios en nombre de todos. (...) Pero, ¿por qué consagrar el tiempo? Porque el tiempo de toda nuestra existencia le pertenece a Dios, que nos ha llamado a la vida para que vivamos alabando Su gloria. Existiendo respiramos la vida divina, y rezando estamos siempre en comunicación directa con la fuente de vida. El tiempo, entonces, está consagrado al paso de la tierra al cielo, de tal modo que ya en la tierra se anticipe la eternidad. Alabando a Dios en el tiempo somos como absorbidos por la alabanza eterna celebrada incesantemente por los ángeles y los santos en el Cielo".
Se entiende, entonces, por qué muchos fieles dicen de los monasterios que son pedazos de Cielo en la tierra, y por qué creen profundamente que, con su fe, son lugares capaces de cambiar el destino total de la historia. Sin duda alguna, la Madre Canopi ha formado parte de este Paraíso en la tierra, al que ahora se ha unido plenamente para gozar de Dios en la eternidad.
Traducción de Elena Faccia Serrano.