“Nuestro principal ‘trabajo’, la misión que la Iglesia nos ha confiado a través de los siglos es la ‘oración de Cristo’, expresada en la Liturgia de cada día. Cuando en el Coro elevamos nuestra alabanza al Padre, lo hacemos en nombre de toda la humanidad, de aquellos que trabajan, sufren, de los que no saben rezar o no creen en que sea necesario hacerlo. A pesar de nuestra fragilidad, esta hermosa alabanza sube al Padre, porque es Cristo quien ora en nosotros, con nosotros y por nosotros a Dios”. Quien habla es sor Eva María, monja contemplativa cisterciense del monasterio de San Benito, en Talavera de la Reina, provincia de Toledo. Ella es una de las 8.681 monjas de clausura que hay en España y que junto a otros 470 monjes se dedican a sostener a la Iglesia desde las clausuras de sus monasterios.
Sor Eva María, con sus padres
Sor Eva María lleva 12 años en el monasterio de San Benito, el más antiguo de Talavera de la Reina, el cual hunde sus raíces en el siglo VI. Sus ojos nos delatan que es joven y que, por tanto, Dios sigue llamando a la vida contemplativa. En España, según datos de diciembre de 2018, hay 783 monasterios de vida contemplativa, de los cuales 35 masculinos y 748 femeninos. Su vida trascurre con el ideal benedictino “Ora et labora”, y así sor Eva María y sus hermanas además de dedicarse a la oración dedican su “labor” a la encuadernación de libros, trabajo que realizan con meritorio esfuerzo y reconocimiento.
Cuenta en el testimonio que publicamos, que su vida “es respuesta a una llamada divina: venimos al Monasterio para buscar y amar ante todo a Dios, y en Él, a toda la humanidad. Los Monasterios cistercienses son “escuelas del servicio divino” donde se aprende a servir y amar a Dios y a los hermanos”.
A continuación te ofrecemos el testimonio que Sor Eva María ha querido compartir con Religión en Libertad.
Máquinas para encuadernar libros, una de las tareas que desarrollan las religiosas del monasterio de San Benito en Talavera de la Reina
“Maestro, ¿dónde vives? Les respondió: “Venid y lo veréis”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él aquél día” (Jn. 1, 38-39).
Me llamo sor Eva Mª y soy de Alcázar de S. Juan, en Ciudad Real. Hace doce años que inicié mi vida monástica en el Monasterio Cisterciense de San Benito, en Talavera de la Reina, en Toledo. Hoy quiero compartir con vosotros la alegría de vivir para el Señor.
La vida cisterciense es un don precioso de Dios para mí, que me ensancha el corazón para caminar por sus caminos, y lo abre, desde el Monasterio, a las inquietudes y necesidades de cada hombre y mujer de todo el mundo.
Nuestra vida es respuesta a una llamada divina. Venimos al Monasterio para buscar y amar ante todo a Dios, y en Él, a toda la humanidad. Los Monasterios cistercienses son “escuelas del servicio divino” donde se aprende a servir y amar a Dios y a los hermanos, empezando por los que tenemos más cerca, nuestros hermanos de Comunidad.
Con mis Hermanas voy aprendiendo a “vivir” y a “gustar” la bondad y la sencillez de cada instante. Me enseñan que hay que mirar “con la mirada de Cristo” y descubrir cuánto nos ama y nos cuida, contemplando las maravillas de la Creación.
Todo en nuestra vida es pura gratuidad, regalo que se nos da y se nos invita a dar. Esto es lo que veo cuando miro a mis Hermanas, con sus muchos o pocos años, pues estamos jóvenes y mayores. El brillo de sus ojos me muestra la fuerza de una vida que se va gastando y desgastando en el Monasterio solo por Cristo, por su Reino. Ellas me enseñan a vivir ilusionada por Jesucristo, que es el que da sentido a nuestras vidas y el único que puede llenarlas de una alegría nueva cada día.
Nuestro trabajo dentro del Monasterio es muy sencillo, encuadernamos libros. La actividad que ejercemos es lo de menos, pues puede cambiar según las necesidades de los tiempos. Nuestro principal “trabajo”, la misión que la Iglesia nos ha confiado a través de los siglos es la “oración de Cristo”, expresada en la Liturgia de cada día. Cuando en el Coro elevamos nuestra alabanza al Padre, lo hacemos en nombre de toda la humanidad, de aquellos que trabajan, sufren, de los que no saben rezar o no creen en que sea necesario hacerlo. A pesar de nuestra fragilidad, esta hermosa alabanza sube al Padre, porque es Cristo quien ora en nosotros, con nosotros y por nosotros a Dios.
Y no puedo dejar en el tintero a la Reina de nuestros monasterios, la Madre de Cister, que es la Virgen María. En Ella encontramos el mejor modelo para seguir a Jesús. Ella es la que mejor nos puede hablar de Cristo y llevar a Él. Y la que a Él le habla de nosotros. Todas las noches, antes de acostarnos, después de Completas, le cantamos la “Salve cisterciense”, ¡es preciosa!
Os invito, especialmente a vosotros, los más jóvenes, a que vengáis a visitarnos y conocer nuestra vida monástica, a descubrir en ella a Jesucristo. No olvidéis nunca que “vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo” (Mt. 5, 13).
Os pido también vuestra oración por nosotros, todos los monjes y monjas de la Iglesia de Dios, para que hagamos de nuestros monasterios “faros de luz”, y que cuando los veáis, allí donde estéis os recuerden siempre que, como nos dice Nuestro Padre San Benito, “no hemos de anteponer nada al amor de Jesucristo”.
Este artículo fue publicado en Religión en Libertad el 16 de junio de 2019 con motivo de la Jornada ProOrantibus