Con voz suave y mucha dulzura, Esther Sáez explica en HM Televisión lo que aprendió espiritualmente recuperándose del terrible atentando del 11-M en los trenes de Madrid (del 11 de marzo de 2004), en el que murieron 193 personas y casi 2.000 resultaron heridas.
"Había una bomba en el vagón donde iba yo en el 11 M. En ese vagón, de dos pisos, solo sobrevivimos otra chica y yo. Los demás murieron todos. Es el tren en el que más fallecidos hubo", detalla.
"A mi esposo, en el hospital, le dijeron que como mucho me quedaban 24 horas de vida. Me hicieron una cirugía, un coágulo epidural a las 48 horas, brutal, y le dijeron que sí o sí yo ya no salía. Después, le dijeron que me quedaría tetrapléjica, dependiente de otras personas para toda la vida. A mi esposo y a mis padres se les caía el mundo encima al escuchar esto. Uno de nuestros hijos tenía 3 años, el otro tenía año y medio".
Pero fue precisamente en estos días cuando Esther sintió una grandísima transformación espiritual. "Yo experimenté una conversión brutal a Nuestro Señor en la unidad de críticos. Fue impresionante. Impresionante", repite, con suavidad.
Una vida de fe estable, pero heredada
Para explicar el cambio, explica con detalle su vida de fe previa. Esther nació en una familia católica practicante, explica, agradecida. Sus padres le enseñaron a rezar y toda la familia iba junta a misa. El domingo era un día especial, con comida festiva. Desde niña participaba en la Legión de María y a los 14 años era catequista; a los 18 años hizo Cursillos de Cristiandad.
En la universidad, estudiando Farmacia, mantenía su fe y práctica religiosa. En su ambiente de investigación farmacéutica todos sus compañeros "iban a saco contra mi creencia". En parte por resistencia a las presiones y burlas, ella se mantenía firme e insistía en ir a misa, "un poco por orgullo personal". Era una fe sincera, pero heredada.
Recién casada, en 1999, seguía participando en la Legión de María. Llegaron los hijos y les acompañaban a misa, incluso siendo bebés. "No queríamos que se quedaran con los abuelos, sino que se acostumbraran a ir a misa. Además, se portaban bien".
Esther, con sus hijos, antes del atentado del 11-M de 2004
Esa era su vida de fe, cuando el atentado que mató a casi 200 personas la colocó a ella en la unidad de cuidados críticos, a las puertas de la muerte.
"Experimenté una conversión brutal"
"Experimenté una conversión brutal a Nuestro Señor en la unidad de críticos. Estaba convencida de que me moría. Ya ni siquiera sentía mi cuerpo. Es una sensación extraña, como que parece que te abandona tu cuerpo, una sensación difícil de explicar. Ahí sentí que Cristo llenaba todos mis espacios, que estaba dándome sentido a mi posible muerte. Era como:'qué lástima, Esther, que hayas tenido que pasar una cosa así para que te des cuenta de Quién soy yo'. Fue brutal. Fue impresionante. Impresionante. Nunca he sentido nada parecido. Fue brutal. Como: 'Esther, te has tenido que despojar de un montonazo de cosas que estabas poniendo entre tú y Yo'. A pesar de que yo me consideraba muy creyente, me di cuenta de que era una católica convencional, de una fe heredada, gracias a Dios y a mis padres, con su trabajo y ejemplo, pero que no me había molestado en ahondar".
Después del atentado sufrió 13 cirugías, la mayoría en los tres primeros años. Las afrontaba como parte de su conversión. Ella ofrecía esas cirugías a Dios, como una forma de colaborar con Dios, de dar algo a Dios. "En la cama del quirófano siempre decía: 'Vale, Señor, que sea para un bien mayor'. A veces por intenciones concretas, otras veces 'a fondo perdido', por lo que haga falta en cada momento. Creo en la unidad de los santos, creo que todos estamos muy conectados. Lo de 'en tus llagas escóndeme', así era mi cirugía: una forma de lavar mi espíritu".
"Una vida superfeliz, cada cosa pequeña tiene sentido"
Tiene hoy una incapacidad permanente para el trabajo, con secuelas graves. "Hay gente que estaría enfadada, pero vivo una vida muy feliz, superfeliz, porque cada cosa pequeña de mi vida tiene sentido a los ojos del Señor. Si me pasan cosas malas, el Señor sabrá lo que hará con ellas. Empecé a dar catequesis, como hacía antes de casarme. Llevo un grupo de adolescentes en la parroquia, los quiero mucho, me encantan. Son como corazones con patas, un corazón sin domar, pero bien guiado es el futuro de nuestra Iglesia. Y vivo de lo que el Señor pone en mi camino y a su ritmo".
También profundizó su relación con la Virgen María, a la que ya conocía bien por la Legión de María. "Después del atentado, sentía muchísimo al Señor pero a la Virgen no, nada, y me daba tristeza. Fue así durante algo más de un año. Pero el 15 de agosto de 2005, en misa, en la consagración, la sentí. Fui a comulgar y lloré como una niña y entendí eso que me decían en la Legión de María, de que la Virgen va en zapatillas, que camina de puntillas en nuestra vida. Ella me estaba presentando a Cristo y abrazando desde el anonimato".
Hoy tiene un mensaje para todos los que creen: "No podemos perder el tiempo, el Señor espera algo muy concreto de nosotros, nos ha capacitado para amar en situaciones muy concretas, no podemos ser niños en la fe constantemente".
Esther cuenta su testimonio, duro, pero luminoso, aquí en el programa "Cambio de agujas" de HM TV