Japón es un país rico en dinero y tecnología, pero también un país pobre en esperanza. Un triste indicador son los suicidios: fueron casi 22.000 consumados en 2022, una tasa de 17,5% cada 100.000, muy alta. El Ministerio de Salud recoge las estadísticas de la Policía y las difunde. Detallan que casi 13.000 se suicidaron por "motivos de salud" (en un país muy envejecido), casi 4.800 por "asuntos familiares" y casi 4.000 por temas "económicos" (pero en los países pobres de África nadie se suicida por temas económicos).

Luchando contra la desesperación y aportando escucha y oración está la misionera española Teresita Álvarez Pellitero, misionera en Japón, de las Carmelitas la Caridad de Vedruna. Lleva en Japón 59 años de misionera: es toda una vida.

En julio participó en España en un encuentro de misioneros de la diócesis de León (hay unos 250, y casi 50 acudieron a la cita). Tiene 82 años, hacía cinco que no pisaba España. Contó su experiencia a Ana Gaitero en el Diario de León.

En Japón desde los Juegos Olímpicos de 1964

Teresita había sido alumna de las Carmelitas de Vedruna de León. "Me llamaba la vida religiosa", dice. A los 18 años se puso los hábitos. "Fui a Japón porque me mandaron, en 1964. Cuando los olímpicos de Japón", recuerda.

Ella tenía 22 años y antes soñaba con ir al Congo, pero le dijeron que fuera a Japón, donde necesitaban profesoras de música y Teresita había estudiado piano en el Conservatorio de Valladolid.

Llegó sin saber ni una palabra de japonés. Ahora, por el contrario, le cuesta recordar algunas palabras en español. En Osaka, su primer destino, fue profesora de música, catequista y voluntaria en la parroquia durante más de tres lustros. Después fue destinada «al otro mar, enfrente de Corea», a la ciudad de Totoni. En Tokio pasó otro año y ya lleva 38 años en Kobe.

Vivió el famoso terremoto de Kobe de 1995 que abrió todos los telediarios. Se hundió el colegio de las vedrunas y tuvieron que dar clases durante dos años en casas prefabricadas. Los famosos bueyes de esta región japonesa «no los vemos, están en el campo».

El Teléfono de la Esperanza: alegría de salvar vidas

Lleva 35 años en el Teléfono de la Esperanza, un "teléfono que no duerme", al que llaman los desesperados y los que están solos y hundidos.

"Me he encontrado con el verdadero Japón escuchando el teléfono. Hay mucha soledad y mucho suicidio", afirma.

Se trata de una sociedad, explica, en la que los vecinos no se conocen ni se saludan entre sí. Preguntar unos a otros cómo se encuentran, cómo va la vida, no está bien visto, se ve como una falta de respeto. "Hay poca vecindad", afirma.

A veces son casos graves y aprietan el botón de emergencia para avisar a la policía, para evitar el suicidio inminente.

"Cuando voy al teléfono le digo a Jesús: Habla por mí". Pese a 35 años de experiencia en el teléfono, dice que a veces le faltan las palabras. Lo importante, cree, es que "sea la persona la que diga lo que quiere hacer".

Cuando se consigue parar un suicidio o aliviar el sufrimiento de la soledad, "es una alegría grandísima".

A veces llaman personas para dar las gracias: el teléfono les ayudó, dicen, y quieren que los operadores lo sepan.

Almuerzo español, cena japonesa

Cuando Teresita llegó a Japón, casi todas en su comunidad vedruna eran españolas. Hoy solo quedan dos, pero mantienen el almuerzo al estilo español. Cenan al estilo japonés: sopas de algas o soja, pescado asado o verduras hervidas.

En el colegio da clases de Religión a los niños pequeños, de 6 y 7 años, y charlas para otros niños más mayores.

Pero el contexto social japonés es ajeno a la religión por completo: "No les hablan para nada de Dios ni de moral. No conocen a Dios". En cuanto a los jóvenes, dice, "con internet, los jóvenes japoneses no se diferencian en nada de los jóvenes de todo el mundo".

"Hasta que el Señor me llame quiero seguir en Japón, es una vida entera allí", constata.

Teresita y las vedrunas cuentan más de su experiencia en este reportaje de Misioneros por el Mundo (a partir del minuto 16).