Recibió los sacramentos de iniciación a la fe, asistió a cultos evangélicos e incluso a los Testigos de Jehová. Con todo, Rachel Garrido nunca se consideró plenamente cristiana o católica. Pese a que apreciaba su feminidad, decidió "destruirla" -o "deconstruirla"- y entregarse a la causa del feminismo revolucionario.
Y aunque en ningún momento se reconoció homosexual, recorrió la práctica bisexual como acérrima militante LGBT. El sueño revolucionario resultó resultó en una pesadilla, que llegó a su clímax cuando, al borde del abismo, sus compañeras no estaban para recogerla, como también le ocurrió a la exlíder feminista Sara Winter (hoy Sara Huff).
Pasados varios años, a la joven mexicana le cuesta ocultar su alegría y felicidad al hablar de su fe y recordar el momento en que la Iglesia se reveló como la única dispuesta a recogerla.
Como ha relatado recientemente al canal El rosario de las 11, al comienzo de su adolescencia se vio invadida por una profunda crisis de identidad.
Primero vino un ateísmo que afloró tras años sin interés ni un conocimiento real de la Iglesia, convencida de que el feminismo o la causa LGBT podrían acogerla mejor que un Dios "que no creía que existiera y al que no quería conocer".
Un cóctel explosivo de anorexia, autolesión y feminismo
Después, deprimida, con ansiedad y convencida de no valer nada, trató de agradar al mundo con los aparentes beneficios físicos aparejados a la anorexia y la bulimia. Eso le llevó después a la autolesión y a comunidades virtuales de conductas filosuicidas.
Finalmente vino la necesidad de suplir la falta de sentido en su vida con una causa y la falta de felicidad con descargas inmediatas de dopamina. El feminismo, con lo que creía un elevado ideal, una comunidad que la acogería y la apoyaría y la convicción de estar integrando las filas de una revolución, parecía tener todas las respuestas a lo que buscaba.
Desde el principio de su militancia recuerda sentirse "protegida" y "miembro de algo". Pronto comenzó a recibir con orgullo las críticas por su feminismo y empezó a practicar la bisexualidad y a tener relaciones con otras chicas.
Hoy admite que siempre supo que "no era así" y que su forma de actuar se debía más a una "crisis de identidad" que a una tendencia o convicción.
La cara oculta del feminismo: autodestrucción, soledad, desprecio y mentiras
"Pero yo destruí mi feminidad. Me deconstruí. Siendo feminista y bisexual, vi que no había balance: o estabas muy arriba o muy abajo, o en el éxtasis o al borde de la muerte", explica.
En otras declaraciones al canal de Miguel Ángel Idrogo, Garrido relata que lo que creía una comunidad firme y estable resultó no existir, presenciando "mucho desprecio, deslealtad y mentiras".
El jarro de agua fría impactó cuando llegó al extremo en todos los ámbitos de su vida, lo que a su juicio es indisociable del modo de vida feminista, "que te lleva a buscar beneficios, placeres y la dopamina inmediata".
"En lo LGBT, cambié por completo mi aspecto, mi apariencia y mi forma de vestir, creyendo y queriendo ser como el sexo opuesto. En la bulimia, al extremo de no comer y vomitar de inmediato y en el cutting, a intentar suicidarme", admite.
Fue en ese momento cuando comenzó a replantear su militancia.
"Aquí me deconstruyen, me hacen sentir mal y me dicen que el feminismo me apoya, pero no es cierto. Nada es verdad. Lo puedo decir en carne propia: es mentira. Ni siquiera están ahí. Y cuando intenté quitarme la vida, ninguno de esos grupos estuvo ahí ni buscó ayuda", relata.
Lo que vivió fue algo similar al caso de la exlíder feminista Sara Winter, hoy Sara Huff, que relata con amargura la soledad con que vivió los instantes próximos a la muerte tras un aborto casero, motivo por el que Garrido se identifica con ella.
"Llamé a mis amigas feministas para llevarme al hospital y me dejaron ahí, a punto de morir. Solo me ayudó un vecino que era católico y sentí que el feminismo me dejó para morir y la Iglesia me salvó. Sentí el deseo natural de volver a casa", recordó Winter.
Buscando la felicidad sin Dios: "No te dejaré entrar en mi vida"
Como la exlíder de Femen, la feminista mexicana también se cuestionó los malos actos en su vida y empezó a tratar de cambiar… "pero sin Dios".
Y eso, reconoce, "es imposible. Intenté discernir, empecé a ir a psicólogos mientras mis padres me veían sufrir, pero los psicólogos no podían ayudarme, mientras yo seguía en la comunidad LGBT, siendo feminista y cortándome todo el cuerpo".
Pero las mismas redes que le llevaron a esas comunidades le presentarían un evento juvenil que se celebraba en la parroquia más cercana. Pensando poco en lo de "parroquia" y mucho en lo de "juvenil", le preguntó a su madre, que se aferró a la idea como a un clavo ardiendo.
"No quería estar ahí, pero les veía a todos sonrientes y felices. ¿Por qué? Verlos disfrutando así de lo que hacían para Dios me generó conflicto. Quería ser igual de feliz", admite.
Pero el mal parecía "poder más". Hasta el punto de que, sin saber qué significaban las misas o la oración, en una meditación, cerró los ojos y se dirigió a Dios: "No te conozco, no sé quién eres y no me interesa conocerte. No voy a dejarte entrar en mi vida".
La semana concluía con un gran evento de jóvenes en un estadio de Guanajuato, con prédicas, horas santas, oración y músicos católicos como Gabriel Eshel. Ella se lo saltó todo, salvo el concierto final precedido por una hora santa, término que Rachel escuchaba por primera vez.
El estadio se quedó en silencio ante la incredulidad de Garrido, que veía como miles de jóvenes se arrodillaban mientras escuchaba las primeras palabras del sacerdote: "Cierra tus ojos. Hoy el Señor quiere decirte algo. Si tienes la necesidad y sientes que debes venir y postrarte frente al rey de reyes y señor de señores, levántate y ven al escenario".
La belleza, el resplandor y las lágrimas de la fe
Sin saber cómo, sin tener apenas conocimiento de la fe y sin pensarlo, la joven se levantó y cruzó la multitud hasta llegar frente a la custodia.
Rememora el momento en que levantó su mirada como el instante preciso de su conversión: "Vi eso tan hermoso, resplandeciente y lleno de todo lo bueno y empecé a ser un mar de lágrimas. No entendía lo que estaba pasando. `No sé quién eres, qué es esto o qué está pasando, pero quiero que seas el rey y dueño de mi vida".
Rachel Garrido, rezando ante una imagen de la crucifixión de Jesús, en Polonia.
Si en su vida tuviese que definir "un antes y un después", Rachel no dudaría en apuntar a esa hora santa. A partir de ese momento, la joven se unió al grupo de jóvenes y empezó a servir a su comunidad en todos los aspectos que le planteaban.
El "Langman", puente entre la fe y la causa provida
También tuvo que enfrentar difíciles cambios en su vida, desde su círculo social y amistades a sus publicaciones en redes sociales o incluso su aspecto y hábitos "para mantener su relación con la Trinidad".
Ahora ya no escribía de aborto y revolución, sino de Dios y la fe. Una de ellas viralizó y tuvo especial repercusión en los círculos feministas de su ciudad, cuando se reconoció como "una joven católica, provida y que amaba ser mujer, titulada `Jesús me rescató y Dios te ama´", respondida por la incredulidad de muchos y amenazas y deseos de muerte de otros. "Yo seguí promoviendo mi religión", comenta.
Entre otros temas, empezó a profundizar en el estudio de la providencia divina, en el propósito de cada hombre en su vida, en la dignidad de cada ser humano desde su concepción. También devoró el tratado de embriología médica de Langman -uno de los mayores referentes al respecto- dándose cuenta de que "si había una vida, tenía que defenderla".
`El Langman´, libro de culto en la comunidad médica y base de la embriología académica, fue uno de los responsables de mutar la mentalidad abortista de Garrido en la convicción de defender la vida.
Su conversión a la Iglesia y a la causa provida fue prácticamente indistinguible. "Quería hacer lo correcto y dejar lo LGBT me costó mucho, tenía una pareja en aquel momento y no sabía cómo hacerlo", comenta.
Femenina, heterosexual, provida y católica
Una ponencia de un teólogo sobre el amor y la falsedad del lema "love is love" terminó por abrirle los ojos. A ello le siguió un profundo estudio de los postulados de género, comprendiendo que "es imposible seguir una ideología impuesta" que "ni si quiera es real". "Una persona no puede ser LGBT. Nuestro cuerpo y anatomía están diseñados para el sexo opuesto y lo sabemos científica y emocionalmente".
Ser consciente de que "es imposible" pertenecer al lobby de forma racional le llevó a "dejarlo atrás, recuperar la feminidad y expresar abiertamente la heterosexualidad".
Hoy, Rachel se dedica a la evangelización en redes sociales y al servicio en su parroquia, así como a contribuir a la causa provida y a recordar que "todos tenemos un propósito y Jesús enseña que es servir y siempre dar antes que recibir".
Concluye con un consejo dirigido a los padres de familia que, en su caso, le habría gustado recibir: "Tengan ojo con las redes. La tecnología, si no tienen una edad, es un arma de doble filo. Muy buena para el contenido evangelizador, pero con otro lado que no es tan sano y no es para nada bueno".