Dios actúa de las maneras más insospechadas y es capaz de hacerse presente de manera grandiosa incluso en las situaciones humanamente más complicadas. Es precisamente en esta “debilidad” y “fragilidad” donde el amor de Dios penetra de manera más profunda en el corazón de las personas.
Que se lo digan a Stephen Lacey y a su familia, que se convirtió al catolicismo y fue bautizado siendo esposo y padre, precisamente debido a cómo conoció a Dios durante el cáncer extremadamente grave que sufrió su hija Daisy. Un hombre que no sólo no creía, sino que no tenía buena opinión de la Iglesia se encontró arrodillado llorando en la puerta de un templo católico en Australia. Dios le consoló, le escuchó y además de realizar el milagro de la curación física, hizo otro de gran calado: su sincera conversión y después de la del resto de su familia.
Ocurrió cuando tras meses de fuertes dolores de cabeza de su hija, finalmente los médicos descubrieron un enorme tumor en la cabeza de la pequeña. De manera inmediata les hicieron ir al hospital infantil pues urgía realizar una cirugía que, además, entrañaba un gran riesgo para Daisy. Sin embargo, no había más opciones. Pocas horas antes de la operación y mientras su hija dormía, Stephen salió del hospital intentando asimilar y encontrar sentido a lo que, de repente, estaba viviendo.
“Estaba caminando de regreso por la calle Avoca (en Sídney) hacia el hospital cuando vi una gran iglesia de estilo neogótico: Nuestra Señora del Sagrado Corazón. Me crie en una familia de la Iglesia de Inglaterra, pero nunca me bauticé. Mi tatarabuelo era un ministro metodista que llegó de Inglaterra en la década de 1850 y se instaló en Hay, en Riverina. Mi abuela y mis padres eran de la época en que los católicos eran vistos con sospecha y se los llamaba “Tykes”. A mi abuelo, el único católico de la familia, se le negó la membresía de los masones de Gosford”, cuenta Stephen.
Pese a estos antecedentes -recuerda este padre de familia- aquella noche le daba igual su historia familiar. “No me importaba qué tipo de iglesia era, sólo necesitaba rezar a Dios por mi pequeña niña”, relata.
No olvidará nunca aquel instante y así lo explica al Catholic Weekly, semanario de la archidiócesis de Sídney: “Como la iglesia estaba cerrada me arrodillé en la acera y recé como nunca antes lo había hecho. No traté de regatear. No hice promesas ridículas que no podría cumplir. Simplemente pedí en el nombre de Jesús que Daisy superara la operación y sobreviviera”.
Al día siguiente de la operación recibieron una llamada. Era el doctor. La operación había salido perfectamente. Él y su mujer no pararon de llorar. Pero aún faltaban muchas pruebas y obstáculos que pasar. El gran tamaño del tumor (un astrocitoma pilocítico), su posición en el cerebelo y la operación en sí implicaban que Daisy tendría que pasar varios días en la unidad de cuidados intensivos. Además, sufría del síndrome de la fosa posterior, un conjunto de síntomas que incluyen mutismo, irritabilidad e inestabilidad (ataxia).
Daisy, con el neurocirujano que la operó.
“Es el peor caso que he visto jamás”, dijo el neurólogo. Daisy ya no podía caminar ni hablar. Ni siquiera podía moverse.
Después de sobrevivir a la UCI, Daisy pasó seis largos meses en la unidad de neurología. “Mi esposa y yo nos turnábamos para quedarnos en la sala con Daisy, durmiendo en un colchón en el suelo junto a ella que yo ‘tomé prestado’ de una cama en el pasillo y al que las enfermeras hacían la vista gorda”, cuenta.
De este modo, Stephen agrega que “cada mañana, Daisy tenía que soportar una serie de terapias y luego yo la dejaba descansar mientras yo subía a Nuestra Señora del Sagrado Corazón para rezar por ella. Incluso llegué a conocer al maravilloso padre Peter Hearn y tuvimos muchas conversaciones enriquecedoras”.
Su oración fue nuevamente respondida. Daisy recibió el don de la voz. Para entonces, ya estaba lo suficientemente bien como para que él pudiera llevarla en silla de ruedas a la iglesia, donde ella rezaba a su lado.
Cuando al fin pudieron volver a casa, Stephen empezó a asistir a la iglesia que tenía más cerca, la de San Brandán, donde el padre John Milligan aceptó bautizarle El siguiente milagro de Daisy fue poder volver a caminar y luego a correr. Un año después, fue bautizada y confirmada por el propio arzobispo Anthony Fisher OP.
Daisy tiene ahora 11 años. Sus ecografías anuales están bien y su ataxia es apenas perceptible. “Es el ser humano más resistente que he conocido. Ella y yo asistimos a misa varias veces por semana”, cuenta orgulloso su padre.
“El año pasado, los dos organizamos una fiesta para que el artista Michael Galovic creara un icono para nuestra iglesia. Muestra a San Brandán luchando en un océano tormentoso. Mientras las olas se levantan a su alrededor, extiende su mano hacia Jesús para que lo salve. Es algo que Daisy y yo conocemos muy bien”, concluye.