El sacerdote Stan Jaszek, misionero a lo largo de su trayectoria sacerdotal en distintas partes del mundo, acaba de recibir el Premio Lumen Christi 2021 que otorga Catholic Extension, una organización católica de EEUU que recauda fondos para ayudar en las necesidades de la Iglesia. Y en este religioso, que lleva dos décadas en el extremo de Alaska, junto al Mar de Bering, reconocen una persona que “irradia luz y revela la luz de Cristo presente en las comunidades donde sirve”.
En realidad, la vida y misión del padre Jaszek es digna de conocerse e incluso daría para algún tipo de serie o producción cinematográfica.
“El padre Stan entiende intuitivamente que la Iglesia puede ser una fuerza de transformación positiva habiendo crecido en la Polonia comunista y presenciado el impacto de Juan Pablo II y el movimiento Solidaridad. Esa convicción es lo que lo llevó como sacerdote misionero de Polonia a Perú, luego del África post-apartheid a Alaska, en la diócesis de Fairbanks donde ha servido fielmente desde hace casi dos décadas”, explicaba el padre Jack Wall, presidente de Catholic Extension.
Durante gran parte de estos años el padre Jaszek ha vivido en una zona remota de Alaska, en el delta del Yukón-Kuskokwim, donde atiende y vive entre los yupik, pueblo aborigen esquimal, y entre los que hay una comunidad católica.
El clima extremo y el aislamiento de esta zona de Alaska han obligado a este misionero a adaptarse a estas circunstancias. En invierno hace largos viajes en moto de nieve para atender los pueblos encomendados por su obispo, en verano debe hacerlo en su propio barco, y entre estas estaciones se traslada en avioneta.
Para servirlos bien primero ha tenido que conocer al pueblo yupik. Además, las circunstancias de Alaska le han obligado a hacerlo. Por ello, él mismo debe en muchas ocasiones buscarse su propio alimento. Pesca, caza, recolecta frutos… Es un misionero y un superviviente.
Stan Jaszek creció en la Polonia sometida al régimen comunista. Siendo adolescente sintió la llamada para servir en las misiones. No conocía las organizaciones religiosas más vinculadas a la misión así que ingresó en el Seminario de Lublin, donde fue ordenado sacerdote en 1988.
Mientras se formaba en el seminario, el sindicato Solidaridad de Polonia cogió fuerza, y los polacos intentaban acabar con el régimen comunista que les oprimía desde hacía décadas.
Stan Jaszek no sólo se enfrenta a grandes distancias sino a una climatología extrema
“La iglesia fue la única fuerza que pudo contradecir las mentiras que difundió el comunismo sobre la dignidad de los trabajadores, sobre el valor del trabajo, sobre la libertad de la gente, sobre el derecho a elegir a sus líderes”, dijo el padre Jaszek.
Es más, asegura que "la iglesia era en realidad el lugar donde la gente podía sentirse libre".
Poco después de ser ordenado sacerdote comenzó su primera experiencia misionera en las montañas de Perú con el permiso de su obispo. A los pocos años se fue a Sudáfrica, y llegó justo después del fin del apartheid. Brindó atención pastoral en más de una docena de comunidades empobrecidas.
Como los primeros Apóstoles, el Espíritu continuó empujándolo hacia nuevas fronteras misioneras. Después de ocho años se sintió llamado en un entorno completamente diferente: Alaska. Pasó los primeros años en la región del delta del Yukon-Kuskokwim en Alaska aprendiendo a sobrevivir.
“Vivimos en áreas aisladas donde no hay caminos que nos conecten con el resto de la civilización. Todo depende del clima”, explica este sacerdote. La mayoría de los yup'ik viven estilos de vida de subsistencia: pesca, caza y recolección para alimentarse. Al aprender de ellos, fortaleció sus vínculos dentro de la comunidad.
Al aprender de los yupik y en parte vivir como ellos pudo comprender mejor su realidad y así también poder comunicar el Evangelio de una manera más eficaz. “Jesús, en su ministerio, contaba historias que les eran muy familiares a las personas con las que hablaba. Eran historias que experimentaban todos los días”, recuerda el padre Jaszkek.
Por ello, al “experimentar el estilo de vida de la gente” del Yukón, sus “propias historias pueden ser parte de las experiencias cotidianas de las personas a las que sirve”.
Este misionero está convencido de que todo está impregnado de Dios y por ello la transformación de una persona puede tener lugar con un simple gesto. Un día vio a un hombre que luchaba por cortar leña, por lo que el padre Jaszek se unió en la tarea y conversó con él. El hombre no era católico, pero pronto comenzó a ir a la iglesia.
A día de hoy, el padre Jaszek rota entre cuatro pueblos y sus parroquias, pasando unas dos semanas en cada uno; incluyen al Sagrado Corazón en Emmonak, San José en Kotlik, San Ignacio en Alakanuk y San Pedro en Nunam Iqua. Durante un año normal, realizará entre 60 y 80 viajes.
Su transporte cambia según la temporada, debido al tiempo extremo. En invierno monta una moto de nieve. Cuando la nieve comienza a derretirse, toma un avión. En verano conduce un barco.
Este misionero se ha introducido en parte en el estilo de vida y el ritmo cultural de los nativos, lo que significa que él también vive en gran parte de la subsistencia. A menudo tiene que buscar su comida, ya sea cazando, pescando o buscando bayas.
El padre Jaszek introduce la vida de los santos, las devociones y prácticas litúrgicas que resuenan con la comunidad nativa, incorporando himnos yupik. Los invita a celebrar los días festivos y comparte sus comidas tradicionales como el oso, la ballena y el caribú.
Stan Jaszek, misionero en Alaska, recorre casas y pueblos para atender a la pequeña comunidad católica
“Se sumerge en la forma de vida de los indígenas para demostrarles su amor e invitarlos a una relación más cercana con Dios. Los nativos de Alaska, tanto católicos como no católicos, tienen universalmente al padre Stan en alta estima porque ven esto y saben que él afirma su dignidad humana”, cuenta el obispo Chad Zielinski de la Diócesis de Fairbanks.
Ahora, en su decimonoveno año en la Diócesis de Fairbanks, el Padre Jaszek es uno de los sacerdotes con más años de servicio en la diócesis. Este último año fue quizás uno de los más difíciles. Durante el confinamiento por la pandemia, pasó horas en el teléfono todos los días asesorando a la gente.
Cuando llegó la Semana Santa en 2020 y los servicios religiosos se cancelaron debido al COVID-19, el padre Jaszek caminó 22 millas de ida y vuelta en la nieve para entregar las palmas a los feligreses de San Ignacio en Alakanuk. En esta comunidad, las palmas son especialmente significativas.
“Sabía que iba a ser difícil para ellos no tener ningún servicio durante la Semana Santa o Pascua, así que quería que tuvieran algo tangible”, afirma el sacerdote. “Veo la necesidad de Dios entre la gente. Responder a esa necesidad es mi mayor motivación", concluye.