El siglo XVI fue testigo de una magna empresa orquestada por la Iglesia, secundada por la Monarquía Hispánica y Portugal y protagonizada por la Compañía de Jesús, para evangelizar los territorios más recónditos del mundo para la fe en Oriente. San Francisco Javier en India, Valignano en Japón o Matteo Ricci o Diego de Pantoja en China son los casos más representativos de cómo la Iglesia trató de llevar la fe a Oriente.
Generalmente se lograron crear estables comunidades cristianas que aceptaron el Evangelio a través de la profunda fe de los misioneros y sus profundos sacrificios, lo que no ocurrió por costumbre con las autoridades y gobernantes, que tarde o temprano iniciarían feroces persecuciones.
El de Jerónimo Ezpeleta y el Imperio Mongol es otro de los grandes evangelizadores, menos conocidos pero no menos importante, ya que el jesuita navarro no estuvo lejos de convertirse en el medio definitivo para la conversión del Gran Emperador mongol.
Familiar de San Francisco Javier y,como él, intrépido misionero
Nacido en Olite (Navarra) en 1549 en una familia noble, no tardaría en hacer gala del parentesco que le unía con San Francisco Javier, su tío abuelo.
Con una gran devoción por el santo, a los 18 años fue admitido a la Compañía de Jesús, cambió su nombre por el de Jerónimo Javier y siguiendo sus pasos se dirigió a la actual India para contribuir a su evangelización, desembarcando en Goa en 1581.
Desde el momento de su llegada, con 32 años, desempeñó una profunda labor misionera y catequética como rector del colegio de Baçaim y del de Cochín primero después como superior de la casa profesa de Goa, un puesto clave en la red de las misiones jesuíticas en el Asia oriental.
Durante su estancia en el Imperio asiático, Jerónimo Javier evangelizó desde puestos de responsabilidad al pueblo llano y comunidades cristianas existentes, como los cristianos indios de Santo Tomás, evangelizados previamente por la Iglesia de Mesopotamia.
En 1583 escribió su primera obra literaria traduciendo la historia que le entrega Alejandro de Valignano de su tio abuelo Francisco Javier, sobre la Compañía de Jesús en las Indias Orientales.
En la Corte del "Gran Emperador Mongol"
Sin embargo, su mayor ambición llegó en la última década del siglo XVI al ser nombrado superior de la misión del Gran Mongol, en el norte de la India.
Desde su nombramiento, como el jesuita Diego de Pantoja en China, Jerónimo fue enviado a la corte y desde entonces dedicaría todos sus esfuerzos a la evangelización del "Gran emperador" musulmán Akbar.
La etapa más decisiva de su acción en Oriente comenzó el 3 de diciembre de 1594, fecha en la que viajó hacia Lähore, capital del Imperio, donde llegó el 5 de mayo de 1595.
Tras su llegada, el mismo emperador Akbar recibió al misionero, a quien aconsejó aprender pronto el persa para poder entenderse sin necesidad de ningún intérprete.
Una de las ilustraciones presentes en la localidad de nacimiento de Jerónimo Javier, Beire, que muestra la recepción del misionero por el Gran Emperador Mongol Akbar.
Prolífico escritor de una de las primeras vidas de Jesús
Desde entonces, como él mismo escribió, esta se convirtió en una de sus prioridades: "Estos días, nuestra principal y casi única ocupación es aprender persa, y esperamos, con la ayuda de Dios, poder dentro de un año, hablarlo correctamente".
Jerónimo se dedicó en cuerpo y alma al aprendizaje del idioma, que le permitió desarrollar una ingente labor apostólica y apologética por escrito, escribiendo multitud de obras y tratados sobre la doctrina cristiana cuyo mensaje se extendería por los confines del imperio.
Una de las más relevantes obras del misionero fue su Espejo de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, que según el historiador A. Schweitzer es una de las primeras Vidas de Jesús jamás escrita.
A esta le siguieron otras importantes obras apologéticas que se redactaron y conservaron en portugués, castellano, persa y latín. Entre ellas, una traducción de los cuatro Evangelios, Los cuatro Evangelios en Pérsico, el extenso resumen de la doctrina cristiana Espejo de Santidad, el tratado Fuente de Vida; un libro dedicado al emperador sobre Los deberes del rey, la traducción de los Salmos y el Nuevo Testamento; un Vocabulario persa en latín y los Rudimentos de la lengua persa, con un vocabulario latín-portugués-persa. Escribió también en persa su Vida de los doce apóstoles y un tratado de moral apologético de 20 secciones, Luz brillante.
A la extensa obra escrita de Jerónimo Javier de Ezpeleta se une la propiamente artística, pues también evangelizó iluminando manuscritos como este, Espejo de Santidad, escrito en persa y que cuenta la vida de Cristo.
Su objetivo, la conversión del emperador
La acogida en la corte del emperador al misionero fue amistosa. Entre su llegada a la Corte en 1595 y la muerte de Akbar en 1605, Jerónimo desarrolló una intensa actividad misionera que le llevó desde Cachemira hasta Agra, pasando por Breampur o la guerra de Decán. Mantener su independencia política en el conflicto después de que Akbar le pidiese obtener artillería de los portugueses le valió una orden de destierro, que finalmente el emperador retiró de inmediato.
Pero aquella frenética actividad le pasó factura enfermando de gravedad en varias ocasiones, lo que no le impidió proseguir sus trabajos apologéticos y la preparación de Fuente de Vida mientras abordaba, como podía, el frente de la conversión de Akbar.
Lo cierto es el emperador comenzó a conceder un mayor protagonismo al sijismo, una doctrina recientemente fundada en Punjab, lo que se convirtió en un claro obstáculo a su conversión. La evolución religiosa del emperador sigue siendo una incógnita para los historiadores, pero se da un acuerdo en que este tuvo un continuo interés por la fe cristiana y los textos bíblicos.
Gracias al misionero y su publicación de Fuente de Vida, el emperador pudo comprender la cosmovisión cristiana también en el ámbito público y social con aspectos tan relevantes como el funcionamiento de la familia o los reinos occidentales.
Poco antes de morir, Jerónimo supo que Akbar había apostatado en secreto del islam, pero se desconoce la creencia que profesó después.
Hombre de confianza: amigo, embajador... y apóstol
Con la muerte del emperador en 1605 y la sucesión al trono de su hijo Jahangir comenzó la segunda etapa misionera de Jerónimo.
Durante este periodo llegó a ser uno de los hombres de mayor respeto y confianza por parte del nuevo emperador. Una condición que le permitiría ejercer como embajador en la guerra entre Mongolia y Portugal -cuyo tratado de paz firmó el mismo- o como encargado de contrarrestar la incipiente influencia inglesa.
Entretanto, y pese a que Jahangir retornó a las prácticas islámicas, Jerónimo no renunció a luchar por su conversión, manteniendo frecuentes discusiones religiosas sobre la divinidad de Cristo, el pecado de David, la Eucaristía, la Sagrada Escritura o la poligamia, aspecto que siempre acababa por ser insalvable entre ambos.
La confianza otorgada por Jahangir en el misionero fue tal que llegó a entregarle a sus tres sobrinos, príncipes, para que los formase en la fe cristiana y los bautizase. Sin embargo, tras ser bautizados en 1610 como don Felipe, don Carlos y don Enrique, apostataron tres años después.
Incansable apologeta, misionero y evangelizador, Jerónimo Javier no alcanzó su sueño de ver convertido al Gran Emperador Mongol antes de su marcha de la Corte, su regreso definitivo a Goa y una inesperada muerte en un incendio en 1614. Tampoco pudo recibir la noticia de que había sido propuesto por Felipe III como arzobispo de Granganor. Sin embargo, el historiador Recondo Iribarren demostró como su propagó la fe por todos los confines de la actual India.