J. es peruana, una joven limeña que todo lo hace con radicalidad, también lo referente a la vida espiritual, según su propio testimonio a Cambio de agujas, el programa de testimonios de HM Televisión.
Aunque la bautizaron de niña, su familia nunca la llevó a misa. La única persona católica en su infancia era uno de sus abuelos, que sí iba a misa cada domingo.
Hizo la primera comunión después de recibir una sola sesión de catequesis infantil ("recuerdo que cantamos, y a la semana siguiente ya era la ceremonia"). También recuerda que de niña le gustaba ver películas sobre Jesús en Semana Santa. Fuera de esto, no recibió formación religiosa.
Enfadada con Dios: "Aléjate de mi vida"
En su adolescencia, murió su abuela, que era un ancla importante en su vida, "era prácticamente mi mamá, la que me preguntaba por el colegio, qué tal el día..."
Enfadada con Dios, recuerda haberle dicho en el hospital, al recibir la noticia: "Dios mío, me has quitado a mi abuela. No quiero saber nada más de ti, aléjate de mi vida".
Pasó a beber mucho y llevar una vida muy desordenada.
Y, sin embargo, casi cada noche, rezaba un Padrenuestro, un Avemaría y daba gracias (a nadie en especial) por el día. Era un hábito que a ella misma le asombraba pero que siempre mantuvo.
Pensamientos de muerte con la droga
Bebía mucho, pero no tomaba drogas debido a una experiencia que tuvo con la marihuana. La única vez que la probó, por insistencia de sus amigos, fue en un puerto. Alterada por la droga, miró el agua desde el malecón y pensó: "¿Qué pasaría si me aviento [me tiro, me arrojo] ahorita?" De inmediato le vino otro pensamiento: "Pues te mueres".
Dejó de mirar al agua y se fue a casa. Asustada, entendió que la droga era muy peligrosa y se mantuvo alejada de ella. Hoy cree que fue Dios quien la salvó en aquel momento.
Durante varios años estuvo cambiando de estudios, que iniciaba con pasión y con igual pasión abandonaba para dedicarse a otros. Sus amigos, compañeros de estudios y de trabajos, eran bebedores, completamente mundanos, volcados en la noche y sin ninguna relación con la fe.
Sólo una amiga suya, compañera de instituto, era católica.
- Estoy muy mal, mis padres no me entienden, todo es un asco -lloraba J. un día, bastante bebida, ante su amiga cristiana.
Un rato después, la amiga le envió un mensaje: "En mi casa, cuando alguien se siente triste, nosotros rezamos por esa persona."
J. leyó el mensaje y se mofó por dentro: "Ja, vete a rezarle a otra". Ella no quería oraciones, ella era fuerte, estaba bien... a ratos.
Confinada en la pandemia
Al poco de empezar la pandemia de coronavirus, en su confinamiento se volcaba en hacer ejercicio físico (más de dos horas al día) y mucha dieta.
Agotada tras sus ejercicios, se sentaba y pensaba. ¿Qué hacer con la vida, qué hacer con la libertad? ¿A qué dedicar esfuerzos? ¿Dónde está la felicidad? Estos pensamientos la asaltaron durante semanas. "Yo buscaba algo. Creo que sabía que era Dios pero me negaba a aceptarlo".
Un día retomó el contacto con su amiga católica y le planteó algunas de sus preguntas sobre el sentido de la vida.
- Yo tengo un PDF con pensamientos de la Madre Teresa de Calcuta. Si quieres te lo paso -dijo la amiga.
Pero pasaban los días y el PDF no llegaba. J. esperaba ansiosa pero no quería demostrar que estaba tan interesada. "Yo no soy religiosa ni católica", se decía.
Lágrimas en la ducha: el día que todo cambió
Un día, estaba duchándose cuando, de repente, como movida por un impulso, J. dijo, aún bajo el agua:
- Señor, aléjame de todos los que me alejan de ti, y acércame a todos los que me acercan a ti.
Y se puso a llorar. Al salir de la ducha, escuchó una notificación en el móvil.
"Supe que era el Señor. Me dije: 'Señor... ¿tan rápido?'", se ríe al recordarlo.
Era su amiga católica.
- Oye, no me mandaste el PDF - le recordó.
- ¿Cuál? Ah... mira, yo no pensaba enviarlo a alguien que, bueno, que no lo va a leer -dijo ella.
- Es que yo te lo pido...
- Vale, yo te lo paso.
- Y quiero leer la Biblia.
- Es un punto de inicio muy bueno -dijo su amiga, probablemente desconcertada.
- Ya. Pero es que no tengo Biblia...
- La puedes encontrar online.
La amiga le indicó unas páginas "y desde ese día ya nunca dejé de leer la Biblia", asegura.
"Me levantaba, desayunaba, leía la Biblia en el celular, leía, leía, leía mañana, tarde y noche. Sólo salía para lo necesario", recuerda.
Su madre lo vio y se burló: "Qué loca", dijo. "Pero yo sabía que estaba haciendo algo muy bueno", recuerda ella. Se lo comentó a su padre y él sí la felicitó y animó.
"Yo tenía una gran sed por el Señor. Lo paralicé todo, el trabajo, los estudios..." Hizo unos cursos online sobre la fe, rapidísimos. Quería averiguar lo que Dios pedía, lo que Dios enseñaba.
Se puso a leer el Antiguo Testamento, autodidacta: si leía que se prohibía el cerdo, dejaba de comer cerdo. Si veía que ya no importaban los alimentos, cambiaba de dieta.
Volcada en este estudio, se cumplió lo que había pedido en la ducha: "Aléjame de los que me alejan de ti". Dejó de verse con sus amigos bebedores y dejó de seguirles por Facebook: no le podían aportar nada sobre Dios. Se volcó en seguir páginas católicas en Internet.
Un sueño con la Virgen
Vio una web que decía: "Conságrate a Jesús por María", con una oración. Decidió hacerlo el 13 de mayo, la fecha más cercana, sin saber de su conexión con Fátima. A las 3 de la madrugada de ese 13 de mayo tuvo un sueño.
"Soñé que estaba con muchos jóvenes desconocidos. Sentí una presencia muy fuerte y una mirada. Miré hacia el Cielo. Estaba la Virgen, que me miraba y me sonrió. Yo grité: '¡es la Virgen, es la Virgen!' Pero nadie hacía caso. Pensé: 'haré una foto con el celular y se la enseñaré a todos'. Pero alguien me agarró las manos y entonces desperté".
Al despertar, sintió en ella un gran amor por la Virgen. Hizo su consagración "online", recibió un e-mail que la felicitaba. "Yo no tenía a nadie con quien hablar de la fe, sólo a Dios, y ahora a la Virgen", recuerda.
Más adelante vio fotos de la Virgen de Fátima: "Esa es la Virgen con la que yo soñé", se asombró al darse cuenta. Y aprendió, impactada, que el 13 de mayo es la fiesta de esta advocación.
Discernir la vocación
Ahora J., aún impulsada por ese deseo de entregarse a Dios, está en España en un proceso de discernimiento. "Ahora tengo a Dios en mi vida, y es lo único que quiero", asegura.