Los esposos Beltrame Quattrocchi fueron el primer matrimonio beatificado junto tras vivir de manera extraordinaria su vida ordinaria como familia. Así lo estimó San Juan Pablo II cuando en 2001 los elevó a los altares. Dos décadas después la Santa Sede ha reconocido las virtudes heroicas de su hija más pequeña, Enriqueta Beltrame Quattrocchi, fallecida en 2012 a los 98 años tras una vida entregada a los demás.
Este lunes la Santa Sede ha declarado “venerable” a esta mujer laica hija de unos esposos beatos y que a punto estuvo de no llegar a nacer. Enriqueta fue la última de cuatro hijos, y todos sus hermanos abrazaron la vida religiosa, los dos chicos como sacerdotes y su hermana como monja. Sin embargo, ella se mantendría laica y soltera en su casi siglo de vida.
Enriqueta nació en 1914 durante el octavo mes de embarazo de María Corsini. Fueron semanas de grandes complicaciones médicas y donde prestigiosos especialistas empujaban al matrimonio al aborto para salvar la vida de la madre.
En el cuarto mes de embarazo diagnosticaron placenta previa. El prestigioso ginecólogo Regnoli afirmó que el aborto era la única solución para salvar al menos la vida de la madre. Sin embargo, en todo momento, tanto Luigi como María se opusieron a abortar y confiaron tanto la vida de la madre como del feto a Dios.
Los beatos Luigi y Maria Beltrame, padres de Enriqueta
Finalmente, Enriqueta nació sana y su nacimiento fue un acontecimiento espiritual que marcó profundamente y para siempre a toda la familia, especialmente al matrimonio que más adelante fue declarado beato.
Marcada desde niña por la profunda fe y la gran actividad espiritual de su familia, Enriqueta se consagró junto a ella al Sagrado Corazón, lo cual también supuso un punto de inflexión en su vida.
Rodeada siempre de importantes sacerdotes e intelectuales católicos, en la joven Enriqueta se fue fraguando el espíritu de servicio y anuncio del Evangelio a través de numerosos apostolados que la marcaría hasta el fin de sus días.
Una vez que sus hermanos ya no estaban en casa su padre compró un terreno en Serravalle di Bibbiena, en la provincia de Arezzo, donde construyó una villa llamada "La Madonnina", con una pequeña capilla, consagrada por el abad Caronti el 15 de agosto de 1932 y con el gran y y excepcional privilegio de guardar la Eucaristía. Se convirtió en el lugar de alimento espiritual para la familia y los siempre numerosos invitados, y de las actividades litúrgicas y apostólicas que Enriqueta organizaría más adelante la ayuda de Monseñor Signora.
En 1936 realizó el primero de los numerosos viajes a Lourdes con el tren de los enfermos, a pesar de que ella misma tenía una salud frágil. Acompañaba a sus padres, también muy concienciados en la atención de los más débiles.
Así fue como con las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl empezó a ayudar en las áreas más degradadas del Trastevere y Montagnola. Al mismo tiempo, junto a su madre, se dedicó a las actividades de la ACISJF (Acción Católica Internacional de Obras para la Protección de la Juventud ), de la que será Secretaria General hasta 1976, demostrando gran fuerza y determinación, así como una tremenda capacidad para acoger y potenciar a la juventud.
Durante toda la Segunda Guerra Mundial fue enfermera de la Cruz Roja estando al cuidado de los heridos. A la vez se licenció en Literatura Moderna, especializándose en Historia del Arte, su gran pasión. Mientras tanto, junto a otras jóvenes lideradas por Enriqueta se jugó la vida para ayudar y esconder, algunos en su casa familiar, a políticos perseguidos, judíos o soldados. Tras ser socorridos y alimentados eran "vestidos" con sotanas y ayudados a llegar al Monasterio de Subiaco donde encontraban escape y hospitalidad.
Durante décadas se dedicó a la enseñanza de Historia del Arte en Roma mientras multiplicaba sus obras y apostolados. Incluso llegó a estar comprometida, aunque finalmente no llegó a casarse. De esta experiencia sacó lecciones útiles para el futuro pues guio a numerosas parejas que acudirán a ella en busca de ayuda y consejo.
Cuidó de sus padres y pese tener problemas graves de salud no quiso reducir sus compromisos. Cuando no estaba atendiendo a su madre iba a la escuela y servía a las sesenta familias de Montagnola, viajaba con los enfermos a Lourdes, organizaba retiros espirituales o recibía a numerosas personas que la pedían ayuda.
Así siguió durante décadas viendo morir a sus padres y a dos de sus hermanos. Pero uno de los mayores gozos de Enriqueta fue estar físicamente presente en la Plaza de San Pedro cuando San Juan Pablo II beatificó a sus padres el 21 de octubre de 2001.
Fue entonces cuando Enriqueta intensificó aún más su actividad de difusión del mensaje de fe a los novios, como custodio de su precioso patrimonio espiritual. Ofreció su testimonio y su carisma en encuentros con familias organizados por las diócesis en toda Italia, en conferencias, y hasta en representaciones teatrales.
Al mismo tiempo, aumentó el tiempo dedicado a escuchar, acoger, aconsejar a los jóvenes, matrimonios, sacerdotes, seminaristas, religiosos y hasta obispos y que llamaron a su puerta.
Cada vez más fielmente se dio cuenta de la invitación que le escribió su madre en abril de 1924, cuando tenía diez años: “Haz de tu vida una eterna alabanza a Dios, una entrega generosa y alegre que no tiene límites. Da a conocer a Jesús a través de tu alma. Sea una custodia, una ‘partícula de la Eucaristía’ que se da a sí mismo, como Jesús se da a nosotros, sin reservas”.
A partir de mayo de 2012 su estado de salud empeoró irremediablemente y el 16 de junio, memoria del Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María, a las 16.20 Enriqueta murió en su casa de via Depretis a la edad de 98 años tras una vida entera anunciando el Evangelio.