A lo largo de los últimos años, a los lectores de ReL han llegado en primicia numerosos temas de gran interés, publicados en otros lares y lenguas, gracias al inteligente criterio selectivo, primero, y a la cuidada traducción, después, de Elena Faccia Serrano.
Traductora de libros y artículos en italiano, inglés y francés e intérprete durante muchos años para diversas organizaciones y en eventos organizados por la Santa Sede, Elena está al frente de un equipo de traductores católicos, Verbum Caro, y trabaja para diversas editoriales y medios.
Y es, además, lectora entusiasta de poesía y autora de numerosos versos, con una rica porción de los cuales acaba de editar su poemario Existe un silencio...
-En algunos versos de Existe un silencio... se adivinan, y en otros son explícitas, huellas autobiográficas. ¿Por qué es el silencio la idea fuerza que les confiere unidad?
-Bueno, creo que no he sido yo la que he escogido el silencio, sino que es el silencio el que me ha escogido a mí. Porque ha sido en el silencio donde he podido enfrentarme a muchos de los momentos duros de mi vida, donde he podido reconciliarme con mi padre, donde he podido aceptar que mi madre tiene una enfermedad que ha puesto patas arriba nuestra vida, donde he pasado las crisis de fe y de donde parto para emprender el camino de vuelta al Señor cada vez.
-¿Cuándo encuentra ese silencio en la vida cotidiana, tan llena de ruidos de toda índole?
-En mi caso, que trabajo en casa, creo que es más fácil encontrar momentos de silencio. En concreto, yo me levanto muy temprano, a las 5 de la mañana suelo ya estar levantada. Es cuando más me gusta trabajar, escuchar el silencio de la ciudad, rezar. Todo está envuelto en una paz, un sosiego, que me hace más fácil ser productiva, no solo en el trabajo o los quehaceres cotidianos, sino en la oración.
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-El cardenal Sarah ha puesto de relieve la importancia del silencio para la vida espiritual. ¿Se aleja de Dios nuestro mundo porque no encuentra dónde escucharle?
-Sinceramente, creo que si quieres escuchar a Dios, sabes dónde puedes hacerlo, in primis, entrando en una iglesia y sabiendo que no estás en un museo, sino en un lugar de culto, por lo que tienes que entrar con respeto y silencio. Y, por desgracia, eso no siempre sucede. Pienso que se ha perdido el espíritu de asombro, de maravilla, que te hacen comprender que en ciertos lugares las voces altas, el ruido, sobran. Y sobran, no solo por una cuestión formal de educación, sino porque te impiden escuchar lo que las piedras de una iglesia te pueden narrar, lo que ese Cristo que está suspendido sobre el altar mayor, como en la catedral de Alcalá de Henares, tiene reservado para ti.
-¿Cuándo y por qué escribe?
-Escribo siempre. Me explico. Escribo negro sobre blanco siempre que puedo, en cuanto unos versos o una idea surgen, van tomando forma. A veces tal como surgen se quedan, otras necesitan una revisión. O dos. O tres. Sin embargo, a veces escribo en la mente y transcribo después en casa. Un ejemplo: la última poesía del libro, Mediterráneo. La escribí en Cala Canyadell mientras estaba tumbada en la arena. Desde esa posición horizontal, mi vista abarcaba toda la cala, las olas iban y venían bajo el sol del atardecer, el cielo iba cambiando de color… ¡una preciosidad! Surgió en ese instante, pero no la escribí hasta llegar a casa porque no me había llevado mi cuaderno y mi bolígrafo.
-En varios poemas asoma el perdón: la necesidad de ofrecerlo y la necesidad de recibirlo...
-Diría que la poesía me sirve como bálsamo, atenúa el dolor. Pero solo cuando he recibido el Perdón y he podido perdonar, he sido capaz de expresarlo en palabras.
-No todos sus versos son religiosos, pero leemos en ellos sobre "anhelo de infinito", sobre la Esperanza con mayúsculas. ¿Escribir es para usted una forma de oración?
-Sí, en muchísimas ocasiones lo es. Cuando no puedo rezar, cuando me alejo del centro, del Señor, lo que conlleva muchas luchas internas, escribo para rezar.
-"La poesía es / si la Verdad está arraigada en el corazón. / En caso contrario es artificio"... La Belleza (la poesía aspira a ella), unida a la Verdad. ¿No es algo "contracultural"? Nuestro tiempo no piensa así.
-Hay una belleza con "b" minúscula que te da momentos de felicidad. Pero que no te da la plenitud. Sin embargo, cuando inicié mi camino de conversión descubrí que existe una Belleza que es la Verdad. Y que esta Verdad, Cristo, no le quita dramaticidad a la vida; es más, puede incluso que potencie esta dramaticidad porque hace que seas más consciente de ella, la vivas más plenamente, sin subterfugios, ni atajos, de frente, con instantes continuos en el tiempo de aceptación, no resignación, y de fe.
Elena Faccia, lectora voraz en varios idiomas, ha traducido o introducido a numerosos autores cristianos para el lector en español.
-Y en ese recorrido vital, ¿qué autores han sido su compañía?
-Bueno, digamos que hay un antes y un después en mis lecturas. Siempre me ha gustado leer de todo, desde novela, a poesía, pasando por el teatro y el relato. Dos de mis autores favoritos siempre han sido Shakespeare y Machado. Pero desde mi conversión he conocido a autores que desconocía totalmente. Recuerdo los dos primeros libros que leí en ese periodo: Miguel Mañara, de Milosz, que me conmovió hasta las lágrimas, y Cristina, hija de Lavrans, de Undset, que devoré ese verano. Pero también he descubierto a Charles Péguy, Emmanuel Mounier, Fabrice Hadjadj, Véronique Levy, Madeleine Delbrêl y, gracias a mi trabajo como traductora con, entre otras, la editorial Nuevo Inicio, he descubierto a George Bernanos, Léon Bloy y Wendell Berry.
»Sin embargo, creo que una de las autoras que más me ha influido últimamente, y a la que vuelvo de vez en cuando, es Etty Hillesum y su Diario. Suelo leer y releer pasajes enteros. Y con uno de ellos me gustaría acabar hoy: "Anoche, después de un largo camino por la lluvia con los pies llenos de ampollas, he dado una vuelta a la manzana, para buscar un carro de flores y he vuelto a casa con un ramo de rosas. Y ahí están. Son tan reales como toda la miseria que vivo todos los días. En mi vida hay sitio para muchas cosas. Y tengo mucho sitio, Dios mío. Al caminar hoy por los pasillos repletos, he sentido de pronto la necesidad, ahí sobre el suelo de piedra, de arrodillarme en medio de toda la gente. El único gesto decente que nos resta hoy: arrodillarnos ante Dios. […] Mi enriquecimiento de los últimos días son los pájaros del cielo y los lirios del campo y Mateo 6, 33: 'Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán ofrecidas'".
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