Mickaël fue el mayor de tres hermanos y el ambiente familiar en el que creció fue de “falta de recursos, intimidación y violencia física y verbal”: “No teníamos fe alguna, más bien al contrario, y en esas condiciones uno no puede desenvolver una visión de futuro”, explica en un testimonio recogido por Découvrir Dieu [Descubrir a Dios].
Su “prueba más dura” fue el suicidio de su hermano menor cuando tenía 17 años. Para entonces, Mickaël ya era “totalmente refractario a la religión, y acabaría integrándose en una banda de black metal (rock satánico).
Por amor a su mujer y a su hermano
Luego conoció a una mujer y, tras convivir diez años, se casaron civilmente. A los tres años de matrimonio se divorciaron, en una nueva “prueba” que tenía que atravesar en su vida… justo antes de que todo empezase a cambiar.
Porque entonces conoció a Stéphanie: "Estaba bautizada y era creyente, pero en aquella época no practicante. Yo me había jurado no casarme jamás, pero cuando ella me dijo que o nos casábamos, y por la Iglesia, o nada… dije que sí”.
Un día, el hermano que le quedaba, Sébastien, quien se había convertido, le propuso participar en un curso Alpha. “La primera vez acudí por dos razones”, confiesa: “Primera, porque a consecuencia de todo lo que habíamos vivido durante nuestra infancia, apenas compartía nada con él. Y segunda, y esto tal vez haga sonreír… porque nos daban de comer”.
El efecto Alpha
En efecto, en los cursos Alpha, una iniciativa de primera evangelización, las relaciones se establecen en torno a una comida más o menos formal, donde se favorece la conversación y la libertad absoluta de preguntar dudas o de plantear objeciones a la fe.
Así que Mickaël llegó a la reunión y aprovechó a fondo esa libertad: “Pude hacer preguntas, preguntas duras, yo era aún muy duro. Eran preguntas al ataque. Y debo decir que si bien, por un lado, obtuve respuestas que en ciertos aspectos no me satisficieron en aquel momento, por otro lado sentí la necesidad de volver”.
Completó las diez sesiones del curso: “Aquello me abrió. Abrí mi corazón, abrí mi espíritu, y al final del itinerario Alpha empecé a leer la Biblia. Y experimenté la necesidad de ir a misa. Un día mi esposa me lo propuso: ‘¿Y si fuésemos a misa?’ Le dije: ‘Vale, vamos’. Y a la salida de misa, un día, le dije que quería bautizarme. Como soy un bromista, al principio no me creyó. Se me quedó mirando. Yo insistí: ‘Quiero bautizarme’. Y entonces se echó a llorar, porque comprendió que era verdad”.
Pero a Mickaël le faltaba algo: “Iba a misa todos los domingos, pero me faltaba algo. Antes, cuando no era creyente y rechazaba la religión, para mí los cristianos –no los creyentes, sino los cristianos– eran todos idénticos, eran unos torpes, tenían que ser irreprochables y eran débiles, porque necesitaban un Dios para vivir, mientras que yo no lo necesitaba. Luego comprendí, claro, que era yo quien estaba en el error. Todo el mundo sabe que no es fácil, todos somos pecadores y es una labor de cada día".
El pecado que él encontraba en sí mismo era la violencia de su comportamiento: "En lo que concierne a la violencia, yo reproducía lo que había vivido de joven. Fui físicamente violento, pero también verbalmente, y con las palabras se puede hacer mucho daño, hacen sufrir. Ruego al Señor no volver a utilizar esa forma de expresarme. Lo consigo, no es fácil todos los días, pero lo consigo".
Antes y ahora
Mickaël sigue luchando contra esa tendencia, pero desde su conversión su vida tiene otro cariz: "Siempre estoy acompañado por Cristo, vayan las cosas bien o vayan mal. Se entiende la vida de otra manera, y yo respiro".
Por su trabajo, tiene que desplazarse con frecuencia en automóvil: "Tengo que conducir mucho, siempre estoy solo. Le voy rezando a la Virgen y a Cristo y les pido que llenen de amor el corazón de todos. Eso es lo que nos puede salvar. Solo eso. He visto la diferencia entre el antes y el ahora. Así que, si eso ha funcionado conmigo… ¡también funcionará con los demás!”.