Alberto de la Fuente y de la Concha es un empresario mexicano, tiene 45 años, es padre de dos niños, está casado y el 29 de noviembre del año 2016, a punto de cumplir los 38, fue secuestrado a plena luz del día cerca de Puebla (México).

Durante 290 días vivió aislado del mundo exterior, sin ver la luz del sol, rodeado de cámaras, con música y ruido de fondo constante. Ni siquiera pudo sufrir el síndrome de Estocolmo, porque nunca pudo ver ni oír a las personas que lo mantenían retenido.

Cuando se cumplen justo ocho años del terrible suceso, ReligiónEnLibertad ha charlado con este sobreviviente que logró mantenerse con vida en "una caja" de 1,5 m de ancho por 2 m de largo. Gracias a un pacto con Dios, y a una "visión" que tuvo de su hijo pequeño, este empresario, que compagina su trabajo con ser escritor y conferenciante, se autoimpuso reencontrarse un día sano y salvo con sus seres queridos.

Lo que van a leer a continuación es la increíble historia de un hombre "común y corriente" que luchó cada día por no resignarse a morir sepultado en lo que llamaría "aquel contenedor de almas". 

Hace un año, Alberto de la Fuente contó su testimonio en La caja. Crónica de un secuestro de 290 días. Puedes comprarlo en este enlace.

-¿Quién es Alberto de la Fuente?

-Soy un sobreviviente de un secuestro que duró 290 días. A pesar de ello, he tratado de reconstruir mi vida como si no hubiera sucedido, lo que me convierte en una persona común y corriente. Soy padre de familia, empresario y, ahora, escritor y conferenciante.

»Mi único propósito es ayudar con mi testimonio a personas que están viviendo una situación difícil, que están desesperanzados, que no encuentren la manera de salir de sus problemas. Me gusta compartir mi historia, por si puedo guiarlos en esa oscuridad. Es una historia que le puede ayudar a cualquier persona.

-¿Nos puedes describir cómo era "la caja"?

-Desde que me secuestraron, desde el minuto uno, me cubrieron los ojos, me esposaron y me pusieron una especie de antifaz con el que no podía ver nada. Cuando logré ver otra vez me encontraba en un lugar de dimensiones ridículas. Yo a 'la caja' la llamo 'el contenedor de almas'. Era un espacio de 1,5 m de ancho por 2 m de largo, si estiraba mis brazos tocaba las paredes, y si caminaba tres o cuatro pasos me encontraba con otro de los muros.

»Este lugar estaba cubierto por entero de gris. Cada pared tenía una mirilla desde donde me observaban los secuestradores. En el techo, que tendría una altura de 2,10 cm había dos lámparas led, donde ponían siempre la luz a una baja intensidad. En medio había un detector de movimiento, por si en algún momento se me ocurría patear la caja o tirar la puerta. En dos de las esquinas había dos cámaras de videovigilancia infrarroja, y, en las otras dos esquinas, había dos bocinas forradas de gris por donde me martirizaban con música a todo volumen las 24 horas.

»El mobiliario era muy precario, al no ser un cuarto corriente, no tenía instalaciones de ningún tipo: no tenía baño, no tenía lavabo, no tenía ducha. Básicamente tenía un colchón muy pequeño, que era casi como dormir en el suelo. Esto me causó muchos dolores de cervicales y de espalda durante semanas.

Recreación de 'la caja' en la que estuvo encerrado Alberto. 

»También había ciertos artículos de necesidad básica, como un cepillo de dientes, papel higiénico, un pequeño banco para sentarme, y el lugar donde hacía mis necesidades, que era una especie de nevera naranja portátil, que, afortunadamente, tenía una tapa. En una de las paredes había dos extractores de aire, por supuesto, no había ventanas. No tuve contacto con la luz del sol durante nueve meses y medio. Había, además, una puerta pequeña, por donde me introdujeron, que no tenía bisagras ni cerradura. Tenía su mirilla y una trampilla, como en las cárceles, por la que me metían la comida y los libros. 

-El 29 de noviembre se cumplieron ocho años del día en el que fue secuestrado...

-Ese día era, también, el aniversario de boda de mis padres, que acaban de cumplir ahora 50 años de casados. Los primeros aniversarios fueron más difíciles, eran días que no me apetecía salir a la calle o intentaba irme de viaje. No es una fecha que me encante ni me emocione, a mí me gusta más celebrar el 14 de septiembre, que fue la fecha de mi liberación.

»Le he ido restando peso y nostalgia a la situación, porque si algo me impuse desde que salí fue intentar recuperar mi vida con la mayor normalidad posible. No me quiero estancar en un hecho que ya pasó, aún hay secuelas y llevo cicatrices, más del alma que físicas. En ese encierro hubo más violencia psicológica que física, aunque también me pegaron.

-¿Y, cómo fue ese 14 de septiembre?

-El anhelo de cualquier persona que esté privada de libertad es volverse a reencontrar con los suyos, con su familia. En el encierro uno se da cuenta de que lo verdaderamente importante, y por lo que vale la pena luchar, es por la familia. En ese tiempo tenía una niña de un año, y un niño de tres años y medio. Siempre digo que mis hijos fueron mi mayor dolor pero, también, mi mayor motor. Fueron los motivos por los que traté de no romperme dentro de 'la caja', todos los días pensaba y rezaba por volverlos a ver.

»En un secuestro tan largo, la única manera de sobrevivir es encapsulando o anestesiando tu lado más humano. Tienes que volverte un hombre de piedra para poder soportar lo insoportable. Durante los primeros meses lloraba cinco o seis horas seguidas, pero los últimos meses ya ni siquiera podía llorar.

»Cuando me notifican, mediante un comunicado, que se había llegado a una negociación, estaba tan muerto en vida que ni siquiera sentí nada. No fue el sentimiento que hubiera esperado, apenas se me escapó una o dos lágrimas, además, no sabía si era verdad o estos personajes estaban jugando con mi psicología.

»Cuando me reencontré con mi familia pudo parecer un encuentro más bien frío, como si hubiera estado de vacaciones. Más allá de que volví con 25 kilos menos y totalmente blanco por no haber visto el sol. Pero, no me desmoroné, no me desarmé, por esa coraza que se había creado durante mi cautiverio. Para volver a recuperar los sentimientos tuvieron que pasar todavía un par de meses.

-¿Qué le dijeron sus hijos al verlo?

-Mis hijos eran muy pequeños. La niña fue la que menos se resintió de mi desaparición. Lo que sí fue duro fue cuando me vio al llegar a casa, que ni siquiera me reconoció. De las cosas que más sufrí fue que tardara mucho en reconocerme y en cogerme cariño.

»El niño, como manteníamos una relación muy cercana, a pesar de que tenía tres años y medio, preguntaba por mí prácticamente todos los días. Mi familia optó por mentirle, y decirle que, por un tema de trabajo, tuve que irme a vivir a España. El niño siempre me tuvo en su corazón, y, desde que me vio, corrió hacia a mí, me abrazó. Durante muchos meses, cada vez que iba al baño, se quedaba en la puerta, cuidándome, como para que papá no se volviera a escapar. 

Puedes comprar 'La caja. Crónica de un secuestro de 290 días' en este enlace.  

 -¿Y su mujer?

-Siempre supe que corría un riesgo muy alto de ser asesinado, porque en mi país muchas veces los secuestradores no cumplen con el trato. Pero pensaba en ese reencuentro con mi mujer y me preparé por si ese día llegaba. Fueron tantos meses que, muchas veces, lo dudé. Así que decidí que en vez de desarmarme o llorar era bueno hacerle una broma.

»Nosotros, antes del secuestro, teníamos una boda a la que no queríamos ir, y estábamos buscando una excusa. Se me ocurrió decirle eso a mi mujer. Al verme, nos dimos un abrazo y le dije que había encontrado una buena excusa para no ir a la boda. Se me quedó mirando como si me hubiera vuelto loco, luego entendió la importancia de romper el hielo con una broma.

-Se acerca la Navidad... ¿cómo fueron esos días lejos de los suyos?

-Fue terrible, nunca había valorado tanto una fecha tan significativa. Mi secuestro tuvo la particularidad de que nunca tuve contacto con mis secuestradores, no podía hablar con ellos ni ellos conmigo. Todo era por carta redactada por ordenador. Dentro de 'la caja' los vi tres veces y no los vi, porque entraban disfrazados con monos blancos, como si fueran trajes bacteriológicos.

»Fue un cautiverio de completa soledad, una soledad muy dura pero que también me permitió muchísima introspección y conexión espiritual. Esa Navidad, que yo no sabía si era 25 de diciembre o no, porque no tenía forma de constatar el paso del tiempo, fue terrible. Ahí entendí que la verdadera importancia de esas fechas es estar con la gente que amas, que los regalos y los brindis son lo de menos.

-Habla de conexión espiritual... ¿cómo era su relación con Dios antes del secuestro?

-Yo era un católico por imposición geográfica. No era un gran practicante, pero siempre he creído en Dios, nunca me fue ajeno. Siempre supe que había algo más allá de lo entendible, una fuerza que nos cuida y que nos protege.

»Durante mi cautiverio, los primeros días, sí que estaba enfadado y decepcionado con Dios, no entendía por qué me sucedía a mí, cuando yo no era una persona que se metiera con nadie. No entendía bien si era un castigo.

»Pero, en un momento de lucidez, dentro de todo ese ruido que había en 'la caja', porque estaba intoxicado de cortisol, en continuo estrés, comencé a hablar con Dios y le dije: 'tengo claro que Tú no me pusiste aquí, que esto no es un castigo, que no me quieres dar ninguna lección, pero juntos vamos a salir de esta prueba, Tú vas hacer tu parte fuera de los cuatro muros de esta caja y yo haré la mía dentro. Él cumplió con su parte, y yo también.

»Para la persona que está en libertad puede parecer algo muy simple, pero me propuse levantarme con la mejor actitud, empecé a rezar muchísimo, a comer todos los alimentos que me daban, me gustaran o no, comencé a hacer ejercicio, para producir endorfinas, y que no muriera de tristeza, a leer todos los libros que me dieran, aunque la literatura era horrible, todo eran libros de zombis.

»En ese momento hice un pacto con Dios, no le endosé la responsabilidad de que me sacara sino que hiciéramos un trabajo en conjunto. Ese día se gestó una comunión increíble, que nunca se había dado, ni en mi bautizo ni en mi confirmación. Fue un diálogo de tú a Tú, y, desde entonces, durante nueve meses, tuve diálogos y diálogos con Dios.  

-¿Se encomendaba a algún santo o a la Virgen?

-Cuando me metieron en 'la caja' me quitaron la ropa, me desnudaron al 100% y me dieron un uniforme carcelario, que también era gris. Lo único que me dejaron fue una medalla de San Benito, que me regaló mi esposa cuando éramos novios, era como una conexión directa con mi mujer y con Dios. La apretaba con fuerza cuando rezaba, desde entonces nunca me la he quitado, ni para lavarla.

»A San Benito le recé muchísimo, en ese momento no tenía ni idea de quién era ni por qué era famoso, luego ya me enteré de que la gente le reza para mantener al mal fuera. También me encomendé mucho a la Virgen de Guadalupe. Hacía más de 500 oraciones cada día. Eran avemarías y padrenuestros, que eran casi las únicas que conocía. Llevaba tanto tiempo sin decirlas que, al principio, me costaba recordarlas. Cuando no rezaba estaba hablando con Dios.

»A los cuatro meses hubo un momento muy especial. Después de luchar mucho y echarle ganas, al no tener noticias del mundo exterior, me vino un bajón emocional muy fuerte. Empecé a coquetear con una depresión. Hubo dos días en los que dejé de hacer mi rutina, mis ejercicios, dejé de comer y, simplemente, estaba tumbado todo el día. Siempre he pensado que fue Dios el que me mandó esa señal.

»Entonces, pude ver la imagen de mi hijo pequeño, a unos pocos centímetros de mí. Él no me dijo nada, simplemente nos miramos, y, en ese momento, comprendí que era una señal de Dios. Que no dependía de mí que estos tipos entraran y me pegaran un tiro en la cabeza, pero sí de la actitud con la que enfrentara al encierro. Lo tenía que hacer de la mejor manera, porque, si se daba el milagro de mi liberación, quería que mi familia me viera fuerte, no a una persona que se había vuelto loca, o a alguien débil. Gracias a esa 'aparición' se renovó toda mi actitud.

Alberto junto a su familia tras terminar el Camino de Santiago.

-¿Qué sentimientos tiene hacia sus captores?

-En su momento, antes de mi encierro, tuve la suerte de oír un testimonio de una persona que estuvo 257 días secuestrada en condiciones muy similares a las mías, en los años noventa. Cuando estaba intentado adaptarme a 'la caja' buscaba información en mi cabeza  que me pudiera ayudar a sobrevivir, y me acordé de la charla de este personaje.

»Sus puntos eran: encomendarse a Dios, que era algo que ya había aceptado; hacer ejercicio, llegué a hacer nueve horas de ejercicio diario, y, la tercera, era 'no canalices tu energía odiando a las personas que te tienen cautiva, si haces eso te vas a enfermar, canalízala mejor en las razones por las que quieres salir de ahí'.

»Es muy difícil odiar a quien nunca viste, a quien nunca oíste, con los que no tuve ni siquiera el síndrome de Estocolmo, porque no hubo nunca esa relación. Al principio buscas a quien echarle la culpa, con quién estar enfadado, pero, con el paso del tiempo, entendí que si seguía cargando con esa bola de odios y resentimientos lo único que iba a pasar es que no iba a disfrutar de mi anhelada libertad.

»Llegué a la conclusión de que yo ya había sufrido demasiado en la vida, y que, ahora, tocaba mirar para adelante. Que si no sanaba emocionalmente iba a terminar salpicando a la gente que mas quería.

-¿Sirvió para algo todo este sufrimiento?

-Fue una experiencia que me habría ahorrado si hubiera podido. A mí el secuestro me sigue doliendo mucho, pero, dentro de todo, me permitió conocer lo fuerte que soy. Me descubrió muchas características que no sabía que tenía.

»Gracias a esta experiencia he priorizado lo que realmente es importante en la vida. Me dio una mirada que me permite ver la vida de manera distinta, vivir una situación límite te da una sensibilidad muy especial. 

-¿Y, ahora, cómo se lleva con Dios?

-Ya no tengo la misma conexión que en 'la caja', no porque crea menos sino porque estoy en mi día a día cotidiano. Siempre le voy a estar agradecido y no hay día que no amanezca y le de gracias por estos tiempos extras que me ha regalado. Yo ya soy más de los que agradecen que de los que piden.

»He hecho tres caminos de Santiago. Al primero llevé a mi mujer. Al segundo invité a mi padre, porque fue el negociador directo y tuvo que cargar con una piedra muy pesada. De sus decisiones dependía mi vida. Y hace un año hice el tercero con mi mujer y mis hijos. De las mejores experiencias de mi vida. Los niños no saben la historia completa, pero se la vamos dosificando. Siempre agradezco por la vida y es lo que le trasmito a mis hijos.

-¿Qué busca contando su testimonio en un libro?

-El libro encierra muchos mensajes, pero me gusta sintetizarlo en que las personas no le den el poder a ninguna circunstancia, que cada uno es el capitán de su navío y el guionista de su vida. Aunque la situación sea difícil, si se tiene actitud y fe, se puede salir adelante. 

»A los que están sufriendo, que crean en sí mismos y en Dios, y le echen ganas, porque siempre hay motivos para salir, yo soy un ejemplo viviente. Soy un sobreviviente de una situación extrema y he podido recuperar la felicidad.

»Como escribí en una libreta dentro de 'la caja': el tiempo que me robaron lo voy a triplicar. Mi secuestro fue un viaje a los confines de la propia oscuridad, donde yo era el único pasajero y Dios, mi piloto

Puedes comprar 'La caja. Crónica de un secuestro de 290 días' en este enlace.