Desde que en 1829 San Antonio Gianelli fundó las Hijas de Santa María del Huerto en Liguria (Italia), la labor espiritual y caritativa de estas religiosas no ha dejado de extenderse por todo el mundo. Con sedes en Argentina, Bolivia, el Congo, España, India o Italia, entre otros países, se dedican a los más necesitados a través de colegios, hospitales, misiones o parroquias en las situaciones más extremas.
Un ejemplo de ello es la hermana Ambika Pillai, en el estado de Madhya Pradesh, en el centro de la India, donde rescata a menores abandonados. Lo hace sabiendo que a veces hay riesgo de acoso contra los cristianos en la región. Y no le frena haber perdido una pierna.
Entrevistada por Global Sisters Report, la hermana Pillai cuenta su trayectoria dedicada a los necesitados. Comenzó en 2003 al levantar el Hogar de Niños de Navjeenan, en la ciudad de Khandwa.
Desde aquel año, la religiosa se dedicó a buscar niños abandonados o huérfanos que deambulan en las estaciones de tren para cuidarlos en el hogar hasta su mayoría de edad.
El día que perdió la pierna
El 4 de enero de 2017 comenzó para ella como un día cualquiera en la estación de Lonavala.
"Me movía en los trenes buscando niños abandonados. Ese día, cuando estaba a punto de bajar, el tren aceleró repentinamente y no pude poner los pies en la plataforma", recuerda la religiosa de 45 años.
Arrastrada bajo una mole de hierro en marcha, la religiosa contempló como buena parte de su pierna era arrancada de cuajo.
"Estaba completamente consciente y pude ver que mi pierna desmembrada se movía con una rueda. Lloré pidiendo ayuda y después del impacto, la gente me sacó de la vía y me puso en el andén", relata la religiosa.
Una vez llegó al hospital, el cirujano le comunicó que el 80% de lo que quedaba de su pierna debía de ser amputado.
"En la cama del hospital supe que tendría que decidir si sería feliz o una desgraciada el resto de mi vida. Dios quería que yo viviera y por eso solo me quitó la pierna", relata.
Pillai decidió ser feliz haciendo lo que mejor sabía, aunque con dificultades añadidas. Algo que no habría sido posible sin el apoyo de sus superioras y hermanas de la congregación, permitiéndole su reincorporación a la labor asistencial en agosto de 2022.
Miembros del convento de las Hijas de Nuestra Señora del Huerto con niños de Navjeevan. Ambika, con la muleta, es la tercera desde la derecha, en la última fila (fotos de Saji Thomas).
Salvadora de cientos de niños abandonados
Desde entonces, continúa rescatando niños con la misma tenacidad con que lo hacía antes de perder la pierna, pero con el reto que supone además su reincorporación como superiora de la comunidad local.
"La dedicación de la hermana Pillai sirviendo a los niños es asombrosa, incluso después de perder una pierna", atestigua una de sus colaboradoras Pranay Barve.
Las vidas de los niños que rescatan y atienden las religiosas están rotas, por distintos motivos. La mayoría de ellos son huérfanos o han sido abandonados por sus familias. Otros son hijos de adictos a las drogas o de familias que no disponen de recursos para mantenerles.
Puedes ayudar a las Hijas de Santa María del Huerto a través de este enlace.
"En algunos casos, los niños se escapan después de que los padres les regañen o castiguen", explica. En ese caso, las religiosas hacen lo posible por reunirlos de nuevo con sus familias.
Los que se quedan con las religiosas, generalmente hasta la mayoría de edad, reciben clases de arte, manualidades o informática, entre otras materias, así como ayuda en sus obligaciones escolares.
La religiosa, que hasta ahora ha ayudado a más de 600 niños, relata que el suyo "es un trabajo de 24 horas" debido a la atención continuada que requieren los menores, especialmente si sufren problemas psicológicos, como es el caso de la mayoría de los 24 que atienden actualmente.
Asesorando a familias rotas
La religiosa trata de continuar esta labor sin que interfiera en ella la pérdida de movilidad, pero lamenta que esto es imposible en algunas labores concretas, como la conducción.
"Me duele hasta estar de pie durante cinco minutos", reconoce.
Aunque hay labores que ya no puede realizar, la hermana Pillai continúa ayudando a los niños y a sus familias mediante el acompañamiento y la asesoría centrada en familias rotas o en la adicciones, entre otros aspectos.
La hermana Indu Toppo, compañera de Pillai, dice que su caso es solo una prueba de cómo la discapacidad no tiene por qué ser un obstáculo para realizar las labores de ayuda y cómo "nunca hace ver que tiene algún problema", sino que cumple con su trabajo con las otras hermanas.
Durante su convalecencia en el hospital y en la rehabilitación la religiosa aprovechó para completar sus estudios en trabajo social, psicología o asesoramiento familiar, entre otros programas. Actualmente prepara un máster en Psicología aplicada con especialización en asesoramiento y psicoterapia.
La hermana Indu Toppo (la segunda desde la izquierda) junto a miembros de la oficina de Railway Childline en la estación de tren de Khandwa, donde rescatan a cientos de niños.
La dedicación y entrega de Pillai es admirada por los estudiantes y acogidos en el hogar de Navjeenan. Durgesh Sanjay, rescatado de una estación de Khandwa tras perder a sus padres, es solo uno de ellos. "Si la hermana Pillai no me hubiera traído a este centro, no sé qué me hubiera pasado", afirmó.
Una vocación labrada entre extrañas "oraciones"
Nacida en una familia hindú en el estado de Kerala, en el suroeste de la India, recuerda que poder llevar a término su misma vocación no estuvo exento de dificultades.
"La nuestra era una familia hindú tradicional que realizaba oraciones especiales a las deidades. Cada vez que realizábamos esas oraciones, mi madre se comportaba como si estuviera poseída", recuerda.
Siguiendo el consejo de reunirse con el sacerdote de una iglesia cercana, la familia al completo se convirtió al catolicismo gracias a su oración, pero ninguno excepto Pillai perseveró en la fe y regresaron a las prácticas hinduistas.
A los 12 años, la hermana Pillai le dijo a sus padres que quería ser monja. Ante su negativa, les dijo que se iría a estudiar y pronto descubrieron que estaba en un convento. La oposición fue tal que una de sus familiares le llegó a decir que la amputación de su pierna había sido un castigo por hacerse monja.
"Ahora me doy cuenta de que todo lo que ha pasado en mi vida ha sido según el plan de Dios, así que lo acepto sin ninguna queja", concluye ella.