Cientos de personas fueron masacradas por el régimen comunista chino el 4 de junio de 1989 en la Plaza de Tiananmen, en Pekín, poniendo fin a semanas de protestas. Dalú es un periodista chino que fue testigo de la matanza y calló durante seis años. Luego osó decir que aquella fecha era "un día que hay que recordar", y comenzó su pesadilla. Posteriormente se convirtió al catolicismo.

Leone Gotti recoge su testimonio en Tempi:

Los fantasmas de Tiananmen, la masacre que nunca existió

«Quiero recordar a los oyentes que hoy es un día especial que hay que recordar. El nombre de la próxima canción es: aniversario». China es uno de los pocos países del mundo donde incluso la memoria puede ser "subversiva", y a Dalú le bastaron estas pocas palabras para cambiar su vida. De periodista bien pagado y popular presentador de Radio Shanghai, el hombre se convirtió primero en un enemigo público y un perseguido por razones religiosas y, después, fue "abandonado por todos".

El día en el cual Dalú hizo este escueto anuncio no era más que un domingo como cualquier otro: era 4 de junio de 1995, sexto aniversario de la masacre de Tiananmen. En 1989, en la gran plaza de Pekín y en las vías adyacentes, centenas, puede que miles de estudiantes fueron destrozados bajo las ruedas de los tanques y masacrados por el ejército por haber osado pedir al Partido comunista más libertad. Desde entonces en China el régimen prohibió recordar, pronunciar o hacer búsquedas sobre esta fecha o sobre las víctimas, oficialmente inexistentes.

Pero había quien no podía olvidar, como Dalú, que entonces tenía 26 años y trabajaba en Shanghai como periodista y que, como todos sus compañeros, había participado en una manifestación para apoyar a aquellos estudiantes y había visto las fotos de los cadáveres apilados a lo largo de las calles. «Aquel día de 1995 no pronuncié ni la palabra "Tiananmen", ni el término "masacre", pero no era necesario. Fue una locura. Esperaba que me castigaran, pero desde luego no pensaba en la cadena de eventos que siguieron y que me llevaron a Italia», cuenta Dalú a Tempi desde su casa en Las Marcas (Italia), identificándose sólo con el pseudónimo que utilizaba en la radio. Él, de hecho, ha obtenido el certificado de refugiado en nuestro país, pero su familia vive aún en China.

Dalú vive exiliado en Italia, en la región de Las Marcas, en ubicación secreta por razones de seguridad. Foto: Tempi.

Después de la masacre, todos los medios chinos escribieron que no había muerto ningún estudiante en la plaza de Tiananmen. «Pero yo había visto las fotos publicadas por los periódicos extranjeros: sabía de los cuerpos, sabía del hombre del tanque», continúa. «Y aún me acuerdo de mi compañera, que había hecho una foto y la mostraba a todos gritando que un compañero suyo del internado había muerto».

Pero Dalú no escribió nada, también porque «todos los periodistas de Shanghai que habían participado en la manifestación por los estudiantes fueron interrogados. A mí, como a todos, me obligaron a firmar un documento en el cual declaraba que lo que había hecho estaba mal y que no había habido ninguna masacre en Tiananmen».

Dalú sabía que si no firmaba lo despedirían, no volvería a ganar el equivalente a 65 euros al mes, contra los 35 de un trabajador común y, sobre todo, ya no recibiría los sobornos para incluir su firma en artículos ya escritos, que le permitían llevar a casa a veces incluso más de 400 euros al mes. «Me avergoncé, pero si quería seguir trabajando, tenía que firmar y arrepentirme».

«Da gracias por que no te han fusilado»

A pesar de que «yo también era corrupto» como los demás, durante años cada 4 de junio pensó en esos estudiantes. Y hace 25 años, en 1995, al final de su programa musical se armó de valor e hizo ese anuncio «sorprendiendo a todos». Los compañeros lo acusaron de ser un espía americano y haber recibido 200.000 dólares por pronunciar esa frase. El departamento de propaganda de Shanghai denunció «el incidente político» y en una semana «fui despedido con estas palabras: "Tendrías que mostrate agradecido. Si hubiese ocurrido años atrás, te habrían fusilado"».

Su carrera estaba destrozada, pero Dalú había reencontrado «la dignidad humana». Y cuando, siguiendo el interés por la música, acabó cantando para el coro de la Iglesia católica de Shanghai, también encontró la fe. Bautizado el 20 de diciembre de 2010, puso sus dotes para la comunicación a disposición de la diócesis, desencadenando una vez más la persecución del régimen. (Pincha aquí para saber más sobre su proceso de conversión.)

Después de que en 2012 el obispo de Shanghai, Ma Daqin, anunciara, el día de su ordenación, su dimisión de la Asociación patriótica y fuera condenado al arresto domiciliario, Dalú, como muchos otros católicos de Shanghai, fue convocado y amenazado por la policía. «Me dijeron que mi vida y la de mi familia estaría en peligro si no me retractaba». Dalú no se dejó intimidar pero cuando, en junio del año pasado, difundió una nota del Vaticano para los sacerdotes sobre cómo aceptar el registro civil del clero sin traicionar al Papa, fue amenazado de nuevo por los funcionarios del Partido comunista y decidió escapar.

Escogió la patria del primer misionero católico que entró en China, Matteo Ricci y, tras una etapa en Roma, su presencia en la iglesia de un pueblecito de montaña de Las Marcas llamó la atención. Aquí conoció al abogado Luca Antonietti, que había trabajado en Shanghai, y que le ha ayudado a obtener el estatus de refugiado por motivos políticos y religiosos.

¿Qué progreso sin libertad?

Han pasado 25 años desde el pequeño, enorme gesto de verdad de Dalú. Desde entonces cada año, alrededor  del 4 de junio, un aviso llega a todas las redacciones de Shanghai: trabajad como siempre si no queréis acabar como Dalú. Desde el pueblecito de Las Marcas donde vive ahora, y que no puede ser revelado, el periodista observa con preocupación los acontecimientos de China. En particular está preocupado por Hong Kong: el Parlamento "chino" aprobó por sorpresa a finales de mayo una ley de seguridad nacional que valdrá para la Región administrativa especial y que convertirá en crimen cada crítica al Partido comunista.

Manifestaciones en Hong Kong. Foto: Ansa.

En Hong Kong la libertad religiosa, de prensa y de expresión podrían convertirse en algo del pasado.  «Después de haber visto el modo cómo la policía ha reprimido las protestas anti-extradición, el año pasado, tuve la sensación de que la masacre de Tiananmen se estaba repitiendo. No sólo una noche, con tanques y una masacre, sino cada día con cada arresto, gases lacrimógenos, porras y proyectiles de goma. Es una masacre distinta, más sofisticada, ¿pero acaso las fotos que muestran el arresto de los jóvenes estudiantes no son también crueles? Hong Kong es la esperanza de China y está a punto de perder su autonomía».

Desde que Xi Jinping se convirtió en secretario del Partido comunista (2012) y presidente de China (2013), la represión del régimen se ha vuelto aún más feroz. «Yo no entiendo de política», dice Dalú, «sólo quería vivir en mi país en paz, expresando mis opiniones y tal vez respirando aire limpio. Pero hoy es imposible. El país está avanzando desde el punto de vista económico, pero ¿de qué sirve sin respeto por las personas y por la libertad humana?».

Dalú está escribiendo un libro de memorias para rendir justicia a las primeras víctimas del régimen comunista, sus conciudadanos. Cuando se le pregunta qué puede hacer el testimonio de un solo hombre ante el poder de una dictadura que dura desde hace más de setenta años, responde citando una oración atribuida a San Francisco de Asís: «Oh Señor, donde hay desesperación, que yo lleve la Esperanza. Donde hay tinieblas, que yo lleve la Luz».

Traducido por Elena Faccia Serrano.